"¡Aguanta firme Garnicles!"
La voz le llegaba como si el mismísimo Hades gritara desde las profundidades del Inframundo clamando por su alma. El joven espartano notaba como el sudor se mezclaba con su sangre formando pequeños riachuelos que robaban fuerza y energía de su vigoroso cuerpo. Sus músculos, forjados por el fuego del entrenamiento y la mordedura del látigo, comenzaban a flaquear poco a poco mientras los golpes caían sobre él desde todos los ángulos. Si se hubiera encontrado en otro lugar y con otra compañía, sin duda algún alma piadosa habría intervenido para detener aquella brutalidad... pero se encontraba en Esparta, reino de guerreros entre guerreros, tierra de soldados esculpidos para la batalla cuya ferocidad y disciplina no tenían parangón...
"¿Sientes dolor? ¡entonces eres el ser más afortunado de la tierra, pues estás vivo y puedes seguir luchando por tu amada Esparta! ¡Golpea vamos!"
Como buen espartano, Garnicles obedecía a las órdenes de su superior sin cuestión alguna. A pesar del cansancio, sus brazos se movían como cobras mientras asestaba un golpe tras otro contra las sombras que flotaban como destellos ante sus ojos. No podía ver bien a sus enemigos, pues la hinchazón y las hemorragias en la cara le habían dejado medio ciego temporalmente, pero, para un espartiata eso no supone nunca un motivo para la debilidad ni la rendición. En un hijo de Esparta no hay lugar para la debilidad ni la rendición.
Pero sus adversarios también eran espartanos, y habían padecido muchos más inviernos. Sus ojos reflejaban una impertérrita serenidad mientras bloqueaban con destreza la espada de Garnicles y sus rostros no manifestaban emoción alguna cuando contraatacaban con pavorosos golpes que castigaban una y otra vez el cuerpo del alumno.
Una y otra vez Garnicles intentaba alcanzar a alguno de sus enemigos, pero siempre aparecía un escudo dorado bloqueando el camino de su espada. Él en cambio no disponía de escudo alguno para detener las espadas que lo rodeaban como colmillos invencibles. La lucha sólo podía tener un final... y uno de los instructores se decidió a detenerla antes de que ese final llegara y un prometedor guerrero espartano cruzara el lago Estigia en dirección al reino de los muertos.
- Espartano, ¿Cómo crees que has luchado? - preguntó el instructor al malherido Garnicles.
Por toda respuesta, el joven dirigió una mirada dura y cargada de odio hacia el instructor, una mirada capaz de hacer retroceder a un ejército. Todos los demás jóvenes que se encontraban en el patio de entrenamiento contemplando la escena se quedaron de piedra. Sabían perfectamente el terrible castigo que suponía lo que había parecido un acto de desprecio y rebeldía hacia un superior. Sin embargo, para el asombro de todos los presentes, el instructor no dio inmediatamente la esperada orden y se limitó a envainar la espada. Conocía mejor que nadie a Garnicles y sabía que esa mirada de odio no iba dirigida contra él en realidad.
Cleon, como así se llamaba aquel instructor, había sido amigo del padre de Garnicles desde que ambos iniciaran su entrenamiento en la Agogé, la famosa escuela de soldados espartanos. Con el paso del tiempo y la dura vida en la Agogé, ambos desarrollaron un fraternal y sólido vínculo. Juntos combatieron innumerables veces contra sus compañeros y también entre ellos mismos, y cada uno llegó a conocer la forma de combatir del otro con tal perfección que, cuando finalizaron su instrucción en la Agogé, eran capaces de luchar como un solo guerrero. Los más ancianos no recordaban haber visto a un dúo tan letal en el combate desde que tenían uso de razón.
Sin embargo, ni siquiera la formidable destreza marcial de aquellos amigos pudo superar la tremenda desventaja que supone el combatir en abrumadora inferioridad numérica. Así sucedió en una cruenta batalla contra los atenienses durante una de las invasiones espartanas en el Ática, cuando ambos quedaron rodeados por multitud de enemigos ávidos de sangre espartana. A pesar de que lucharon como si el mismo Heracles hubiera tomado las riendas de sus brazos, el padre de Garnicles cayó muerto a causa de cientos de heridas recibidas. Cleon consiguió sobrevivir y, desde aquel momento, juró que se haría cargo del hijo de su amigo y lo convertiría en digno heredero de su padre y de la gloriosa Esparta.
Por ello, Cleon conocía perfectamente al hijo de su mejor amigo y entendió que la mirada de rencor del muchacho iba dirigida sobre todo contra el él mismo, pues se sentiría furioso y avergonzado de no haber podido vencer aquel combate, aunque estuviera claramente desigualado. No obstante, en Esparta nadie está por encima de la ley, por lo que Cleon no podía permitir ese gesto de un alumno, aun cuando éste fuera hijo de su amigo. La respuesta del instructor llegó como un huracán salido de la nada cuando estrelló su poderoso puño contra la barbilla de Garnicles, el cual se elevó en el aire y chocó contra la pared que tenía a su espalda. Sin embargo, logró mantener el equilibrio y cayó erguido como una estatua de mármol de un Dios. El lamentable estado que presentaba no podía ensombrecer ni una pizca del impresionante porte guerrero que poseía, un porte que dificilmente podía encontrarse incluso en Esparta. En aquel momento más que en ningún otro, Cleon creyó ver de nuevo a su fallecido amigo después de tanto tiempo.
- He luchado mal señor - la respuesta de Garnicles fue suave pero parecía llevar el poder del rayo y el trueno en cada letra.
Si por algo han pasado a la historia las frases de los espartanos es por su laconismo.
Continuará...
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