Reto 05: Principio y fin

A mí el intenso perfume de las rosas embalsamaba el estudio, tan janeeyreriano, se me ha atragantado como una hermosa espina (aquí iría una cara sonriente). A ver si soy capaz de hacer algo con ella, que ahora me cuesta escribir algo de más de 10 palabras. De todos modos, después de tu última crítica, Jane, aunque no me cayeran puntos (tenías toda la razón, no había prisa), ya me puedo retirar tranquilo (cara sonriendo de oreja a oreja).

Acabo de llegar. a ver si consigo tener alguna idea. Mi calendario es favorable porque dispongo de un fin de semana pero mi voluntad es la de Ártax hundiéndose en los pantanos de la tristeza.

Me temo que en este reto no voy a poder participar. Estoy de exámenes y cursos hasta finales de mayo y me quedan por terminar otros dos relatos. De todas formas entraré para leerlos y comentarlos. No sé cuándo, pero lo haré.

Suerte! Y animaros que esto está demasiado silencioso...

Dos días más y me veo con esto en la portada de OZ.

Perdona Fly que venga a aguarte la fiesta, pero si no se presenta nadie más creo que ganamos los dos, cómo era eso que suena tan bien, ex aequo

Nada, que aquí solo motiva el erotismo, ta claro...

Todos unos salidos.

Un mal día para empezar a leer

—El intenso perfume de las rosas embalsamaba el estudio…

—¿Qué mierda estás hablando?

Oswaldo levantó la vista del libro y la enfrentó con la turbia mirada de su compañero.

—Estoy leyendo —dijo.

—¿Y tienes que hacerlo en voz alta?

Bajó los ojos, refugiándolos de nuevo en la lectura.

—No, Alfred, perdona.

La desgracia de ser supervivientes del holocausto nuclear se hacía patente a medida que transcurrían los meses. Dos hombres heterosexuales entre las ruinas de una civilización acabada.

—Buff, tío, otro día… —empezó a decir Alfred.

—Estoy leyendo —interrumpió Oswaldo.

Alfred se hallaba sentado frente a la radio. Ni siquiera se había molestado en encenderla esa mañana.

—¿Qué lees? —preguntó.

—¿Y qué más te da?

—Por curiosidad. Antes de qué todo se fuera al carajo, ¿también leías?

—¡Diablos, sí! ¡Antes de que todo se fuera a la mierda también leía!

—No te enfades…

—Es que es muy molesto el estar leyendo y que alguien te interrumpa. ¿Lo entiendes, no?

—Claro, perdona.

Pasaron unos minutos en silencio, hasta que Oswaldo se dio cuenta de que su compañero se encontraba doblado sobre sí mismo, intentando alcanzar con la vista las tapas del libro. Con un gesto de fastidio las mostró.

—El… retrato… de Doryan Gray —pronunció Alfred con esfuerzo—, de Oscar… Joder, no me llega la vista.

—Wilde. El retrato de Doryan Gray, de Oscar Wilde.

—Ah. ¿Y es bueno?

—No lo sé, supongo que sí. Si es de Oscar Wilde tiene que ser bueno.

—Claro…

—¿Puedo seguir leyendo?

—Lo que quieras. A lo mejor yo también me animo y leo algo.

—Haces bien. Ahí tienes la estantería.

—Vale, lo haré.

—Hazlo.

Alfred se levantó y se acercó a la librería. Paseó el dedo por los títulos durante un rato hasta que, agotado y escupiendo sangre se derrumbó sobre el suelo.

—¿Ya te mueres? —preguntó Oswaldo.

—Eso parece. Oye, ¿me haces un favor?

—Claro. Dime.

—¿Me lees el final?

—Pero hombre...

—Por favor…

Verdaderamente fastidiado y algo lloroso, Oswaldo pasó todas las páginas.

—Solo lo reconocieron cuando examinaron las sortijas que llevaba en los dedos.

AULLIDOS

“El intenso perfume de las rosas embalsamaba el estudio”, era la quinta vez que repetía ese párrafo. Siempre que empezaban, se metía en su cuarto y se ponía a leer. Conseguía así, dejar de escucharlo todo y meterse en otro mundo. Convertirse en un fantasma que vive en otra dimensión diferente a esta casa llena de platos rotos y gritos. Pero esta vez era distinta. Volvió a intentarlo de nuevo, letra a letra, masticando las palabras, tragándoselas aunque se le convirtieran en una bola de comida incapaz de pasar de la garganta. Se tumbó. Tenían que acabar ya. Se cubrió la cabeza con el cojín y dijo el voz alta “el intenso perfume de las rosas…”. Los alaridos seguían pero él se sentía mejor. Siguió repitiendo la frase cada vez más fuerte, hasta que se acercó a la ventana “EL INTENSO PERFUME DE LAS ROSAS EMBALSAMABA EL ESTUDIO”. Como los lobos, como los locos,  gritó a las letras para que volvieran a salvarle.

Les llamaron del instituto a la semana de su desaparición. Encontraron una habitación con la ventana abierta y el suelo lleno de libros.

Un viejo del lugar dijo que lo vio hablando solo, con una mochila y un libro en la mano. Unos niños declararon haberlo visto caminando río abajo.

Por fin había conseguido pasar al otro lado. El olor a ginebra y el terror pertenecían a otro mundo en el que él ya no estaba. Se había convertido en un fantasma vivo, que no necesitaba morir para estar al otro lado.

Poco quedaba al cabo de un año del padre de aquel chico. Sólo un cuerpo destartalado y unos ojos turbios. Le llamaron de la comisaría cuando encontraron un brazo en el bosque cercano al pueblo. El policía de turno tuvo que hacer el parte. No mencionó que el padre no se acordaba de la cara del muchacho ni de qué ropa llevaba. Sabía que era imposible lo que había declarado al ver los restos, pero aún así lo escribió: “Sólo lo reconocieron cuando examinaron las sortijas que llevaba en los dedos”.

Demasiado a la carrera, casi como algún protagonista:

Un mundo esperándole

El intenso perfume de las rosas embalsamaba el estudio de la nave no hacía tanto. Cuando zarpamos me acompañaban Sarah y Motoko. Era una alegría compartir también tiempo a bordo en familia, con mi mujer y nuestra benjamina. En ese ambiente que hacía recordar el hogar. Su irónico nombre, el de la embarcación, Alegranza.

Lo que ocurrió lo conocéis por la prensa. Un cabo se hizo firme azocándose alrededor de la garganta del Capitán. Un tercio de la tripulación muerta. Lo que no cuentan los periódicos es mi más íntima tragedia personal, no quieren implicarse, queda sin revelar la causa real de la desgracia.

Una inteligencia artificial tomó posesión del barco. Todo quedó automatizado. Se autogobernó. Alegranza incluso se sirvió de partes de la estructura y de la gente tras tomar consciencia de sí misma. Tenía todo un mundo allá afuera esperándole. Hizo cuanto creyó necesario.

El cuerpo pertenecía a Sarah. Ningún carpintero hubiese querido tallar la caja. A tan poca edad se había apagado. Se halló en la cubierta superior. Desfigurado de tal modo que cegaba el juicio. Al atracar, sólo lo reconocieron cuando examinaron las sortijas que llevaba en los dedos.

Un precio justo a pagar a cambio de una hora más para todo, un acento atractivo y la playa a metros. Acepto la descalificación.