A ti que te molan las chinadas, deberías leerte "La Era del Diamante: manual ilustrado para jovencitas".
Extracto:
El juez Fang sabía que el Doctor X controlaba una legión de criminales que iba desde delincuentes menores hasta señores del crimen internacional; que la mitad de los oficiales de la República Costera en Shanghai estaban en su bolsillo; que dentro de los límites del Reino Celeste, era una figura de gran importancia, probablemente un Mandarín de botón azul de tercer o cuarto rango; que sus conexiones de negocios recorrían la mayoría de los continentes y phyles de todo el mundo y que había acumulado una tremenda fortuna. Todas esas cosas palidecían en comparación con la demostración de poder que el mensaje representaba. PUEDO COGER UN PINCEL CUANDO QUIERA, decía el Doctor X, Y CREAR EN UN MOMENTO UNA OBRA DE ARTE QUE PUEDE COLGARSE EN UNA PARED AL LADO DE LA MEJOR CALIGRAFÍA DE LA DINASTÍA MlNG.
Al enviar al juez aquel rollo, el Doctor X estaba reclamando para sí toda la herencia que el juez Fang reverenciaba. Era como recibir una carta del mismísimo Maestro. El doctor estaba, de hecho, estableciendo su rango. Y aunque el Doctor X pertenecía nominalmente a otra phyle, el Reino Celeste, y que, aquí en la República Costera, no era más que un criminal, el juez Fang no podía ignorar aquel mensaje, escrito de aquella forma, sin abjurar de todo lo que respetaba; aquellos principios que habían reconstruido su propia vida después de que su carrera como rufián en Manhattan llegase a un callejón sin salida. Era como una invitación enviada a través de los siglos por sus propios antepasados.
Pasó unos minutos más admirando la caligrafía. Luego enrolló el mensaje con gran cuidado, lo guardó bajo llave en un cajón, y volvió a la sala de interrogatorios.
—He recibido una invitación para cenar en el barco del Doctor X —dijo—. Lleven al prisionero de vuelta a la celda de confinamiento. Hemos acabado por hoy.
Este mundo no está creado por fuerzas metafísicas. No es Dios quien secuestra a los niños. No es la fatalidad la que asesina ni el destino el que los echa a los perros. Somos nosotros. Sólo nosotros.