«La influencia del socialismo ruso en México durante la época pos revolucionaria y el régimen cardenista»
Revolución y “revolución”
En la Historia de México suele usarse mucho un sustantivo como punto de partida de cambios significativos en el devenir de nuestra nación y el forjamiento de nuestra identidad: se usa demasiado la palabra Revolución. Al hablar de la Revolución de 1910, se hace un parte aguas entre el México retrógrado y el México moderno. Sin embargo, nunca hemos estado ni cerca de comprender qué significa la palabra revolución, mucho menos el sustantivo con el que tanto nos gusta definir a la frontera histórica del avance y el progreso en nuestro país, así como tampoco conocemos sus raíces.
La palabra revolución tiene un significado, mas el sustantivo Revolución tiene propósito, y en nuestra nación, uno muy especial. La palabra procede de siglos atrás, cuando los filósofos e historiadores comenzaron a conjeturar ideas sobre los cambios radicales y violentos que a cada cierto período de tiempo se suscitaban. Así, denominaron revolución a aquellos cambios que desmantelaban el orden establecido en un núcleo social para imponer un nuevo orden surgido de nuevas necesidades y nuevos grupos de interés. En cambio, el sustantivo posee un origen mucho más moderno, concebido cuando la nueva gama de caudillos del siglo XX, caudillos populares, tuvieron la necesidad de encausar al pueblo en un único conjunto de ideas que los representara y uniera en una mezcla homogénea.
De esa manera, Revolución se convirtió en un sustantivo que señalaba el fin de un proceso histórico y el principio de otro. El término fue utilizado por casi todos los caudillos del siglo pasado que no tenían un origen aristocrático con el cual fundamentar sus directrices, por lo que terminaron acuñando la máxima de la propia representación del pueblo, su orgullo, su innegabilidad y su futuro: le llamaron Revolución y la convirtieron en una doctrina intachable e irrevocable.
El proceso histórico denominado Revolución fue proclamado en lugares tan alejados unos de otros, como China y Cuba, y tan separados en el tiempo, como Rusia y Senegal. La utilizaron personajes absolutos como Marx y Rosseau, hombres admirados como “Ché” Guevara, y mandatarios implacables como Stalin y Trujillo. Y pronto se convirtió en el estandarte de la lucha de los caudillos populares contra las élites aristocráticas. ¿Qué tanto contribuyó la verdadera participación del pueblo en estas modificaciones del statu quo? Eso es algo que puede ser sujeto a debate, mas no quisiera perder este estudio en discusiones kilométricas.
Pues bien, tan pronto como comenzó a adoptarse este término para denominar a dichos cambios sociales, culturales o económicos, surgió un nuevo orden social a lo largo y ancho del mundo: las sociedades revolucionarias. México no fue la excepción. Desde una etapa temprana, se hicieron notar personajes como Ponciano Arriaga y Melchor Ocampo, quienes promovían ideas exportadas del liberalismo francés, y más tarde, los Hermanos Flores Magón y Enrique Bermudez, quienes simpatizaban con la radicalización propia del anarquismo ruso. Y fueron, precisamente, las exigencias y las enseñanzas de estos primeros pensadores disidentes las que sembraron la semilla en México para el surgimiento de una sociedad revolucionaria.
La aventura socialista
En nuestro país, recordamos constantemente nuestro pasado revolucionario. Lo llevamos en la sangre, en el orgullo, en el sentimiento, en los festejos, en los actos sociales, en los días de descanso; pero negamos tajantemente una porción de ese mismo pasado revolucionario. Hemos aprendido que personajes como los Hermanos Flores Magón o Francisco I. Madero iniciaron las manifestaciones antes de 1910 contra el gobierno dictatorial de Porfirio Díaz. Pero no nos muestran la versión completa de los hechos: aquella en la que los clubes liberales reunidos en torno a los personajes antes citados, importaron un conjunto de ideas que habían comenzado a formar el pensamiento revolucionario en Europa.
El marxismo no solo era una moda, sino que se estaba convirtiendo en una alternativa. Los mercantilistas europeos y americanos llamaban a las ideas marxistas utopía, mientras que los sindicatos se reunían en torno a sus pautas socialistas. El marxismo reprobaba la dictadura de la aristocracia y la monarquía, los controles burgueses contra la comunidad y el proletariado, y la explotación de las masas. Y, según los marxistas, era suficientemente convincente la erección de una dictadura del proletariado tomando en cuenta la hazaña de la Comuna de París. Anarquistas como Bakunin, Prokotkyn y Blanc, promovían una dictadura directa del proletariado sobre todos los medios, sin representación ni gabinete, mientras que otros mucho más moderados, alentaban la creación de los soviets, centros de gobierno con representación de las comunidades productivas en el régimen socialista.
Ambas ideas fueron importadas a México desde antes de 1908. A lo largo de la frontera con Estados Unidos, en la etapa final del Porfiriato, los clubes liberales proliferaron cobijados por la lejanía del gobierno federal, la decadencia del antiguo régimen y la cercanía con ciudades que brindaban protección y que estimulaban a la creación de sindicatos de obreros, mineros y campesinos. Fueron importadas de países con una larga tradición de libre pensadores, como Francia y Rusia. En ambos países, ya se habían puesto en marcha ejercicios de gobierno en que el pueblo arrebataba el control de sectores enormes del reino a las élites gobernantes. Jesús, Ricardo y Enrique Flores Magón fueron los primeros de una larga lista de ideólogos y políticos mexicanos que promovieron los principios revolucionarios echando mano de la filosofía marxista. Francisco I. Madero, mucho más moderado, utilizó al marxismo sobre una base superficial, únicamente alentando al pueblo a participar en la democracia y el ejercicio del gobierno comunitario.
En la frontera sur de Estados Unidos, donde los clubes liberales ya tenían una existencia prolongada, se dio cobijo muchas veces a estos ideólogos, protegiéndolos contra los abusos de los gobiernos, tanto del mexicano como del estadounidense. Y la influencia de estos ideólogos, por otra parte, contribuyó a la proliferación de sindicatos en el norte de México. Movimientos como la Huelga de Cananea y la de Río Blanco surgieron gracias a la influencia de grupos sindicales estadounidenses que ponían todo su empeño en sabotear los proyectos de multinacionales casi esclavistas.
Ya iniciado el conflicto bélico de 1910, los movimientos obreros fueron olvidados parcialmente durante casi toda la guerra. El único causal estuvo respaldado por la lucha privada que mantenían los Flores Magón y Pascual Orozco en el norte del país, pero una vez depuesto Victoriano Huerta, sus fuerzas fueron aniquiladas, los Hermanos Magón fueron hechos prisioneros y Pascual Orozco huyó a Estados Unidos. Después de eso, casi toda la lucha de la Revolución tuvo como objetivo primordial el alcanzar el sufragio libre y efectivo y el reparto agrario.
El movimiento obrero fue retomado mucho tiempo después de terminada la Revolución Mexicana, aunque no surgió específicamente de las fuerzas obreras, sino de los esfuerzos de uno de los generales triunfadores del conflicto. Lázaro Cárdenas del Río se trata, tal vez, del presidente mexicano más alabado de cuantos han manejado el poder en nuestra nación. Sin embargo, y aunque nos gusta recordar con amor y exaltación patriótica la figura de quien nos dio las primeras organizaciones de desarrollo e infraestructura nacionales, tenemos la costumbre de aborrecer a los principios marxistas impresos y puestos en marcha durante su mandato.
(Continua)
Fuentes
Arendt, Hannah. Sobre la revolución. Revista de Occidente, Alianza Editorial. USA. 1967.
Garibaldi, Esteban. Marxismo y utopía. Nodo 50, Contrainformación en red.
Topete Lara, Hilario. Los Flores Magón y su circunstancia. 2005. Contribuciones desde Coatepec, Revista no. 008.
Rodríguez, Abelardo. Morir matando. ITSON, Hermosillo, Sonora. 2007.
Rodríguez, Antonio. El país que quería ser revolucionario. La Cama de Piedra. México. 2012.
Muy interesante el artículo. Ya se echaban de menos, compañero. A ver cómo continúa.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.