Esta tarde saqué a mi perro a dar un paseo para que hiciese sus necesidades: pipi y popo. Le saqué en un precioso campo (más precioso en primavera cuando florecen las plantas y hay polen y bichos revoloteando en paz y armonía) cerca de mi maravilloso pueblo lleno de amor, respeto y compresión mutua.
Le quité la correa y dejé que corriera libre, como debería ser, y empecé a jugar con él. El típico juego de coger un palo y tirarselo. Cogí el palo más cercano y tras cercionarme de que era optimo, es decir, suficientemente grande como para que no se lo tragara y suficientemente grueso como para que pudiera sujetarlo con firmeza, lo lancé por encima por encima de una cuesta y esperé a lo trajera. Vino entusiasmado con un trozo de cartón que dejó caer y empezó a bajar la cuesta, cuando ocurrió una catastrofe. Se tropezó y se cayó de morros al suelo, justo ante mis pies, seguro que algunos monstruos que habitan este foro se reirían cruelmente de este incidente. Estaba atónito y empecé a palmearlo para comprobar que no tenía lesiones físicas. No se había hecho daño, pero se le habían quitado las ganas de jugar, así que emprendimos el camino hacia casa cuando me fijé en que le goteaba algo del morro, le hice parar y le mié el morro y ¡horror! tenía una herida de la que manaba sangre. Me desmayé durante cinco segundos (ya la visión de algo como la sangre me produce serías nauseas, por algo nunca seré médico) Al recobrarme seguimos la marcha y llegamos a nuestra casa, donde le lavé un poco con agua y pudimos continuar nuestras vidas tranquila y prosperamente.
pero esto es a parques