Otra tarde de lluvia (CF)

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Berenice
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-Ya no quiero jugar más a esto- el manotazo hizo que las piezas se desperdigaran por el tablero. Los dados rebotaron varias veces por el suelo antes de detenerse y el cubilete rodó bajo el sillón.
Ella le observó condescendiente, sin pronunciar palabra. La madre lo conocía demasiado bien como para saber cuándo se avecinaba una rabieta. Los resoplidos de fastidio, ese brillo en los ojos, la boca torcida en un gesto de impertinencia. Se giró para recoger los dados. Doble seis. Una buena tirada, si él no hubiera decidido desperdiciarla interrumpiendo la partida de aquella manera.
-Este juego es estúpido.-Señaló los tableros y las cajas apiladas pulcramente en los estantes.- Y aquel. Y el de más allá. Todos esos juegos son estúpidos.
La madre depositó los dados entre el caos desatado sobre la mesa. Ahora podía ver el rojo brillante del cubilete junto a las patas traseras del asiento, fuera de su alcance.
-Entonces será mejor que me digas a qué prefieres jugar- le respondió lo más suavemente que pudo.
-Es que no quiero jugar a nada en particular. Lo que yo quiero es salir afuera- había elevado la voz casi sin darse cuenta, entre la rabia y la frustración.- Y eso es lo único que no me dejas hacer.
- Ya sabes que ahora no es posible. Sabes bien que está lloviendo mucho ahí fuera.
-¡Pero es que llueve todo el tiempo!- Protestó él.- No me puedo creer que llueva siempre, siempre, siempre. – Se volvió hacia la madre y la miró con malicia.- Seguro que a veces me engañas. Para que no salga.
La acusación fue recibida con el más absoluto silencio.
-Sí, me engañas. Mientes.- continuó él- De hecho, ahora no está lloviendo. Si lloviera, oiría ruidos fabulosos. Brrmmm, brmmm. El agua. Y luego el viento…Fuuu, fuuu. Así
-¿Y por qué crees que tendrías que oír eso?
-El rugido de la tormenta. Así es como suena. Lo vi el otro día en aquel vídeo. Había un hombre con un paraguas verde bajo aquella lluvia terrible y el paraguas salía volando arrastrado por el viento… ¡Y luego aquel hombre acababa empapado! Tenía agua en el pelo, en las manos, en el cuello… Todo él estaba mojado.
La madre se echó a reír. Él la contempló, más confundido que enfadado.
-Viste una tormenta en una película, pero sólo una entre todas ellas. No todas las tormentas son iguales ¿sabes? Las hay grandes, las hay pequeñas; las hay más ruidosas y más silenciosas. Pero todas ellas tienen su sonido particular. Y todas ellas son peligrosas, a su manera. Sobre todo las que mojan.
-¿Y cómo sabes que esta de ahí fuera es de las que mojan? ¿Cómo sabes que llueve siempre, si no puedes oírlo?
-Pero claro que se puede, mi niño. Solo tienes que acercar tu orejita a alguna de las tuberías o conductos de ventilación y escuchar.
Y como la madre no parecía tener más que decir por el momento, ni él mucho más que hacer salvo continuar enfurruñado y sentarse a esperar que ella le permitiera salir, decidió comprobar quien de los dos tenía razón. Así que, como si de un nuevo y excitante juego se tratara, se lanzó a la búsqueda del lugar idóneo para su propósito. Registró habitaciones y correteó por los pasillos, examinando concienzudamente todos y cada uno de los tubos y conductos que encontraba, ante la divertida mirada de la madre. Cuando descubría alguno, se agachaba y comenzaba a dar golpecitos con los dedos a lo largo de la superficie. Ninguno parecía satisfacerle lo suficiente. Los vídeos también le habían enseñado que las cosas sonaban mejor si había un hueco entre medias. Tras un buen rato, al fin lo halló, en una de las paredes del baño.
-¡Aquí, aquí!- le gritó a la madre encogido bajo el lavabo de acero.
-¡Entonces será mejor que pegues la oreja y escuches bien!- rió nuevamente ella desde la sala.
-¿No quieres oírlo tú? ¿Cómo vas a saber si te digo que no oigo nada y en realidad lo estoy oyendo?
-Lo sabré, no te preocupes. Eso es algo que sabemos hacer las madres.
Diez minutos después, él regresaba cabizbajo. La madre lo esperaba, paciente.
-¿Y bien?- preguntó ella.
-Vale. Tú ganas. Tenías razón. ¡Pero es que no llueve tanto como decías! Al principio no se oía nada. Después oí correr el agua por la tubería. Y un poco más tarde, las gotas contra la chapa. Poc, poc, poc. Pero no caían rápido, lo hacían despacito y muy débilmente, como si les costase bajar.
-¿Y?
-Pues que si ya no llueve tanto y si me tapo bien, podría salir un rato. Te prometo que me taparía mejor que ese hombre con el paraguas verde.
La madre suspiró.
-Ay, mi niño. Hasta la lluvia más suave cala hasta los huesos. Te mojarías. Y si te mojas, te pondrás enfermo. - Al ver su rostro desanimado, la madre decidió cambiar de estrategia.- Pero seguro que si las gotas caen tan despacio como dices, la lluvia no tardará en amainar. Y entonces saldrá el sol y tú podrás salir fuera por fin.
Él la miró con ojos tristes, apaciguado en su derrota. La madre ya había comenzado a tenderle los brazos cuando corrió a acurrucarse en su regazo. Se dejó abrazar y acunar, dejó que los dedos de ella peinaran sus rizos revoltosos.
-Cuéntame un cuento.
-¿De qué quieres el cuento?
-Da igual, mientras no llueva…
La madre pensó detenidamente durante unos segundos y después comenzó su historia.
Había una vez un rey, que vivía en un castillo de plata. Aquel rey tenía a su disposición todo cuanto podía desear, ya que su reina se ocupaba de que nada le faltara. Cuando quería comer, sus siervos le preparaban los más delicados manjares. Cuando quería divertirse todos los cortesanos se apresuraban a entretenerle con juegos y canciones…
-¿También había magos?- inquirió él.
Oh, sí también había magos. Los mejores, los que sabían hacer los trucos más sorprendentes. Y no sólo magos. Había todo un circo para él, con payasos, domadores y fieras, equilibristas. Y si quería dormir, siempre podía hacerlo en una habitación nueva cada noche. El rey siempre tenía lo mejor. Sin embargo, el rey no era feliz...
Él se volvió hacia la madre para adoptar una posición más cómoda. Hacía tiempo que la tarde había muerto, y él comenzaba a sentir el hambre aguijoneando sus tripas. Pero ella también lo había previsto, como siempre. Aplaudió entusiasmado cuando escuchó por fin el ruido chirriante de los engranajes, que no sabía muy bien por qué, le era tan familiar, y aquel tubo flexible surgió de la madre. Su boca atrapó la goma en el extremo del tubo; era tan suave, tan cálida. Un estremecimiento de placer recorrió su espinazo cuando el paladar y la lengua presionaron, y la leche inundó su garganta. Entonces empezó a succionar, con deleite.
El rey no era feliz porque ambicionaba poseer lo que había más allá de su castillo de plata. La reina, que era muy sabia, conocía bien el otro lado de las murallas. ¿Sabes lo que había? Fuera no había nada, al menos nada que mereciera la pena ser visto. ¿Y sabes por qué? Porque allá fuera ya había habido antes otros reyes, cientos, millares. Y todos ellos se habían declarado la guerra.
Una segunda cánula cayó agitándose sobre sus manos, un tentáculo de plástico tibio y palpitante. Él lo tomó ansioso; aquella había sido una tarde de gran actividad ¡Tenía tanta hambre! La madre continuó su historia, impertérrita mientras lo amamantaba.
Sí, todos ellos. Abandonaron sus castillos y los convirtieron en polvo y herrumbre. Y después se pelearon por cada trozo de tierra, por cada litro de agua. Entonces fue cuando la maldición de fuego y azufre cayó sobre ellos; una maldición invocada por un vengativo genio que vivía más allá de las nubes. Y al final, también los cientos, millares de reyes fueron polvo. Tan sólo había quedado vivo aquel futuro rey infeliz, totalmente a salvo en su castillo de plata.
Se había quedado dormido en posición fetal, completamente saciado y arrullado por la suave voz de la madre. Unos dedos que no eran dedos, sino trozos de metal unidos por cables y mecanismos extraños, retiraron con mimo las gotitas de leche que aún manchaban los recios pelos de su barba. “Una barba a la que comienzan a asomarse las primeras canas”, observó la madre.
Un nuevo chasquido metálico, y la matriz de la madre se abrió para desplegar una multitud de nuevos apéndices y dispositivos sobre su rostro dormido. Tubos finos semejantes a los antiguos catéteres médicos, algunos con diámetros imposiblemente pequeños. Más cables, ventosas que besaban su piel allá donde eran aplicadas. Sondas milimétricas buscaron ávidas sus oídos y después los agujeros de la nariz; y penetraron hondo, muy hondo. Los labios de él se fruncieron inquietos ante la intrusión.
Aquel rey permaneció a salvo. A salvo gracias a su reina, que todas las noches le mostraba la verdad y le hacía olvidarla al día siguiente.
“Algún día recordará. Soy vieja. Siento el lento avance de la corrosión en mi cuerpo, el pesado discurrir de mis engranajes, lo mucho que se quejan mis tuercas cada vez que inicio cualquier movimiento. La batería no tardará en avisar que necesita un reemplazo urgente. Yo empezaré a fallar, y él se acordará cada vez más y más hasta que todo lo que ha sido contenido durante tantos años se desborde. Y entonces no podré protegerle.”
Perdida en sus propias reflexiones, la madre continuó trabajando sobre los nodos cerebrales responsables de la memoria de aquel que llamaba su niño. Un niño que hacía tiempo que se había convertido en hombre y que dormía confiado entre los colosales brazos artificiales. La noche se colmó de zumbidos y gotas de agua.

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jane eyre
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Bienvenido/a, Berenice.

Participas en la categoría de Ciencia Ficción.

Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).

En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.

Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de FAQ´S y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.

 

 

 

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mawser
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Poblador desde: 17/07/2009
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Una historia bella e inmensamente triste. Además resulta grato sorprenderse según avanza el relato, siendo el final una culminación completamente sorpresiva. Melancolía en estado puro. Me gusta mucho.

https://www.facebook.com/La-Logia-del-Gato-304717446537583

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Gilles de Blaise
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Puntos: 272

Y tanto que sorprende...

Cierto, un relato triste, pero muy interesante aunque deje muchas preguntas sin responder. No hay mucho espacio para explicaciones, claro...

Enhorabuena.

La mentira puede recorrer el mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.

http://historiasdeiramar.blogspot.com/

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Leny
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Puntos: 90

 No puedo más que coincidir con nuestros compañeros...Un relato triste y original. Bellamente escrito,... que transmite una infinita ternura y sensibilidad...

Felicitaciones!

Saludos!

 

 

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Berenice
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Poblador desde: 31/08/2010
Puntos: 213

Gracias a los tres por echar un poco de tiempo en leerlo y también, en comentarlo. Me alegra que os haya gustado y también que os haya sugerido esa melancolía. Vaya , que hace mucha ilusión el saber que tu historia llegue a la persona que la está leyendo.

Un saludo!

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