Restos en la oscuridad
Esta noche he soñado. Mientras me afeito, intento recordar los detalles de mi sueño pero sólo obtengo ecos sin sentido. En mis sueños nunca hay imágenes, únicamente representaciones sonoras acompañadas de olores y sabores; algo normal para un ciego de nacimiento. Por enésima vez en mi vida, fuerzo mi imaginación con el fin de recrear en mi mente el mundo de objetos tridimensionales que me envuelve. Es un esfuerzo vano que siempre acaba por conducirme al mundo plano, de profundidad infinita, donde residen mis sentidos. El zumbido de mi crono de muñeca me devuelve al mundo real. Faltan treinta minutos para el inicio de mi turno. Dejo el baño y atravieso la cámara principal en dirección al armario. Este breve recorrido memorizado me conduce hasta la distancia que me permite extender la mano y abrir la puerta del guardarropa con precisión. Con movimientos hábiles me enfundo en el mono de trabajo y, tras activar los sensores de proximidad y comunicación, salgo a los pasillos de gravedad cero.
El desplazamiento en caída libre por la estación sería imposible sin la ayuda del sensor de proximidad. Éste me informa de la situación y distancia de paredes, abrazaderas, puertas... o cualquier otro objeto que se encuentre en mi trayectoria. Aunque al principio no fue fácil, ahora mi cerebro procesa toda la información recibida casi de forma inconsciente. Mientras me desplazo por el pasillo en dirección a la cubierta de maniobras, el sensor me previene de la cercanía de cruce con el mecánico de primera Amenek Sacco. Modifico mi rumbo con un leve toque de mis pies contra la pared, y le saludo:
- Buenos días Ame.
- Para mí buenas noches Jaak. Acabo de terminar un turno de noche y me muero por una cama. Que tengas buen turno en tu nube, Jaak. -me responde.
Las nubes, el misterio cósmico que cambio nuestro conocimiento del cosmos. Las enormes esferas de materia oscura, donde la luz queda excluida, guardan en sus entrañas restos de tecnologías desconocidas para nuestra especie. Los invidentes hemos resultado ser los trabajadores perfectos para recuperar objetos del interior de las nubes. Los sistemas remotos apenas funcionan dentro de una nube y cualquier componente electrónico reduce su efectividad en un noventa por ciento. Asimismo, los primeros astronautas en aventurarse en su interior sufrían alucinaciones y desorientación. Sometidos a una intensa privación sensorial, pocos son los profesionales que pueden realizar un trabajo efectivo dentro de una nube. Yo soy uno de ellos. Desplazarme por su interior es, en cierto modo, como entrar en una habitación por primera vez: un espacio desconocido que voy recomponiendo con lo que mi sentido del tacto y mi afinada memoria espacial me muestran.
Ya estoy dentro de mi nube, es de las “pequeñas”, unos trescientos kilómetros de diámetro. Su interior no es igual al vacío del espacio, tiene una densidad cinco veces superior a la del aire de la tierra. Es como bucear en algo semejante a un agua “ligera”. Una vez superados los primeros metros de incursión, la comunicación con el exterior desaparece, sólo escucho el sonido de mi respiración dentro del casco del traje espacial. Cada pocos segundos un tenue “blip” me informa de que los sistemas de soporte vital del traje se mantienen operativos. Aspiro profundamente y activo los impulsores en dirección al punto donde terminé la exploración anterior.
Hasta el momento, todos los objetos hallados -de formas, tamaños y materiales desconocidos en nuestro planeta-, nos han enseñado bien poco. Los analizamos minuciosamente pero no sabemos cómo activarlos. Parece que las tecnologías extraterrestres superan nuestro entendimiento. Sin embargo no perdemos la esperanza, las nubes son inmensas y queda mucho por recolectar. Seguro que acabaremos por encontrar la Piedra Rosetta que nos permitirá desentrañar todos los secretos que arrancamos de la materia oscura.
Para localizar objetos empleo una sonda de ecolocación por ultrasonidos. De alcance limitado -unos diez metros-, me permite detectar si hay algún objeto cercano. Hoy ya he localizado dos objetos. El primero, de formar similar a una barra de pan de superficie lisa, mide 23 centímetros y no parece demasiado interesante. El segundo objeto, que exploro ahora con mis manos, es mucho más interesante. Es grande, dos metros de largo por uno de ancho, tiene forma de cigarro y su superficie presenta leves protuberancias. Mientras tanteo buscando un punto adecuado donde poner un anclaje de remolque, noto una oquedad. Presiono con mi mano y esta penetra con facilidad, la saco con rapidez. Me he puesto nervioso. Mala estrategia. Respiro profundamente, una, dos, tres veces...Me tranquilizo y repaso mentalmente la trayectoria de salida de la nube: “giro de 30 grados, justo a mi espalda, inclinación de 15 grados sobre plano horizontal, propulsión de 3 segundos, alinear a 90 grados, todo recto, propulsión, y salida en 12 minutos”. Asegurarme de mi posición me tranquiliza. Vuelvo a acariciar la oquedad, los guantes del traje me impiden obtener más información, así que decido volver a introducir la mano. Hay algo dentro -noto un escalofrío-, tiene partes blandas y partes duras, diría que... sí... hay fragmentos que recuerdan la piel animal. Mi corazón se acelera, extraigo la mano y pienso: “Dios mío... creo que he encontrado un envoltorio con un organismo biológico en su interior”.
El hallazgo de restos biológicos extraterrestre ha puesto en alerta a toda la estación espacial. Los jefes me han felicitado, los científicos están emocionados... pero yo... yo estoy confuso. En mi compartimiento, alejado del entusiasmo general, he recordado un episodio de mi niñez que me ha inquietado. Cuando tenía siete años me rompí una pierna -las caídas eran algo habitual para un niño activo y ciego-, y mi madre me compró una mascota, un pequeño hámster con tacto de terciopelo que hacía más llevadera mi convalecencia. Adoraba al pequeño roedor, era mi compañero de juegos preferido. Un día no encontré al animal en su jaula. Mi madre me informó con cautela de que el diminuto animal, en su incansable búsqueda de comida, había ido a parar a un cubo lleno de agua y se había ahogado. Para evitarme el contacto con del animal muerto, mi madre lo arrojó a la basura. Yo me enfurecí, ¡la basura!, habían tirado a mi amigo a la basura. Salí a trompicones al jardín de casa buscando a tientas los cubos de los desechos. Tropecé con ellos, derribándoles. Arrodillado, busqué a mi mascota entre los desperdicios mientras escuchaba los contenidos sollozos de mi madre. Este recuerdo me ha ofrecido una respuesta acerca del misterio de la materia oscura. Creo que estamos revolviendo entre los cubos de la basura de algún ser cósmico desconocido. Hoy, probablemente, he recuperado una de sus mascotas.
Restos en la oscuridad (CF)
Una historia bastante curiosa, quizás algo farragosa en su desarrollo, aunque con un final abierto como un enigma.
Relato curioso, cierto.
Me ha gustado y he entrado bien en él, creo. Me ha gustado la descripción sensorial; siempre es complicado imaginar cómo sería ser ciego de nacimiento y creo que ahí has estado acertado. Como en la explicación de por qué son los profesionales más adecuados para la tarea. Pero con la explicación del hamster me he perdido y no le acabo de pillar el tranquillo al final.
Enhorabuena por la selección.
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