Útero
Toqué con dedos temblorosos lo que creí que era un cadáver. Lo era. La mano, tocando terreno firme, perdió todo temor y, ya más convencida, empezó a palpar alrededor de aquel trozo de carne que se ofrecía a mi curiosidad desvergonzada. Era liso y tierno, como acariciar una rebanada de pan recién cortada. No esperaba nada, así que no me sorprendió. Como no estaba segura de que aquello fuera un muerto, acerqué la nariz. Fue de lo más decepcionante. No olía a nada. Sólo me llegaba una nota ligera a crema hidratante pasada y, mucho más lejos, a pescado rancio. Ni rastro del olor estancado y acuoso de la cadaverina. Mamá y el otro siempre se llevaban el cadáver antes de que oliera muy mal. Lo dejaban conmigo un tiempo, el pobre, esperando la tumba que no llegaba, para luego llevárselo no sé donde, quizá lo enterraban o lo tiraban a los otros animales.
Intenté arrastrarme lejos del cadáver. Mis piernas, demasiado cortas, no podían sostenerme. Era complicado aquello de moverse en la oscuridad, por mucho que me conociera cada rincón del lugar. No me gusta tocar algo que no esperaba. Es como si de cualquier esquina fuera a surgir un monstruo. Por eso mis manos se movían espasmódicas, sin control alguno, aunque dentro de mí estuviera fría y controlada. No era miedo lo que sentía, era el temor a la sorpresa. Aparté paja y barro buscando el camino a la jaula de gallinas donde dormía. Algo se movió furtivamente. Grité para asustar a la alimaña. Una rata, quizá un gato. Demasiado grande. Quizá una rata de campo. Hacía mucho que no veía ninguna. Eran tan difíciles de matar.
- ¡Niña! –Gritó la voz de mi madre, fuera del cobertizo.-
- ¿Sí, mamá? Estoy aquí, tranquila. –Siempre le hablaba con calma, ella lo necesitaba. Mamá siempre estaba nerviosa.
Entró agresiva, los brazos en jarras. Una figura recortada contra la puerta, nada más. La luz me molestó, pero donde estaba no me dio de lleno.
- Te he dicho qué… bah, déhalo.
Cerró la puerta dando un golpe que removió los mechones que se pegaban a mi frente. Me arrinconé en el gallinero hecha un ovillo y cerré los ojos. La diferencia de lo que veía y no veía fue muy poca. Pero me sentía más segura, sí.
- La niña ha encontrao el muerto. -Decía mi madre detrás de la madera. Su voz amortiguada parecía surgir del interior de un vientre húmedo.
- No le dehe que le toque. –El otro.
- ¿De contra qué va a hasé eso la niña?
- Yo que sé muhé. A mí que no me toque los cohoné, ¿eh? Le coge si hase falta y átale al poste, al palo ése.
- Sí, sí, claro.
¿Mamá le tenía miedo a la voz rota del otro?
Otra vez. Algo se movió en la oscuridad. No me gustaban las ratas. Cuando me dormía se acercaban furtivas. Si me descuidaba me mordían y despertaba de mi sueño, que casi siempre era dulce, con dos marcas en mi carne. Tardaban días en cicatrizar y a veces se infectaban. A mamá eso no le gustaba nada.
Me arrastré hacia donde creí que se escuchaba el sonido. Al frente. Tengo los brazos fuertes, fibra y músculo tenso después de tantos años de arrastrarme, pero jamás me acostumbro a andar sólo con ellos. No tenía que gritar, si no vendría mi madre y me ataría al poste otra vez. Quizá vendría con el otro y todo sería peor. Susurré en la oscuridad, la voz no gusta nada a las ratas. La alimaña se quedó quieta.
- Fuera de ahí. Fuera. –Seguí.
La rata no se movía. Qué raro. A no ser que las enfoque una luz directa jamás se quedan quietas. Ven mejor que yo en la oscuridad, que ya estoy acostumbrada a no ver. Me acerqué más y extendí los brazos. Mis uñas rasparon el suelo de barro. Al ser muy largas y estar rotas se llenaron de turba. Eso me puso un poco de mal humor. Siempre las intento tener limpias, me saco la tierra que se queda dentro con palitos y paja. No conseguí tocar nada. Aquello, lo que fuera, se había movido sin que yo lo escuchara.
- ¡Eh! –Casi grité.
A la derecha.
- ¡Eh!, ¡fuera!
Me arrastré todo lo rápido que pude. Levanté los brazos, me impulsé con la cadera hacia delante y palpé fugaz una piel blanda. A punto de resbalar y caer de boca, giré de lado todo lo que pude y paré la caída con el codo. Eso dolió, vaya si dolió. Estuve así varios minutos, yo que sé cuantos. Me cogí el codo con la otra mano y me acuné en la turba, con la mejilla pegada al suelo y reprimiendo el llanto de dolor e impotencia.
Entonces fue cuando aquello, fuera lo que fuera, empezó a acercarse. Al principio apenas lo noté. Estaba en la otra esquina de la cabaña, se acercaba centímetro a centímetro. Estaba cercano y se movía sin detenerse. No era un corretear como el que haría una rata. Se arrastraba como yo. Era más grande. Aquello era lo que odiaba, la sorpresa.
- ¿Qué…? ¡Basta! –Grité. No pude contenerme.- ¡Largo, fuera de aquí!
Seguía acercándose. Me moví a la derecha, apoyándome en el codo sano, pero aquello se movía rápido, con ansia. Me obligó a echarme atrás. Me arrinconó. No tenía elección. Tenía que saber qué era eso. Todavía con dolor, fui a su encuentro. Acostumbrada como estaba a los olores de la granja, ya apenas olía el estiércol, las plumas sucias, el barro, la paja húmeda. Pero entre aquellos olores se filtraba otro que no conocía. Un olor parecido al de la leche cortada, agrio y denso. Quizá era el cadáver que empezaba a deshacerse. Pero siendo un lugar tan frío tardaría más de lo normal. No era la primera vez que ocurría. En verano en cambio… en verano no tardaban más de unas horas en empezar a deshacerse. Entonces no los tocaba demasiado, se me quedaban los dedos llenos de aceite grasiento y luego no podía comer sin que se me colara por la garganta un sabor extraño que en ocasiones me hacía vomitar. Odiaba vomitar.
- Ya está. Mierda. Gritando otra vé. –La voz rota.- Voy a vé qué coño jase.
- Déhala. Siempre que tiene compañía, ya sabeh, s’asusta. No eh máh qu’una niña.
Siguieron hablando. Estaban fuera, cerca. No estaba segura sí quería que vinieran. No me gustaban nada las sorpresas. Y aquella me ponía nerviosa. Algo me decía que no iba bien la cosa. Que aquello no era una alimaña. Lo debía haber notado antes. Me acerqué algo más pero me detuve. El olor era más intenso. ¿A qué me recordaba? Tuve una sospecha terrible. Me aparté de su camino, justo cuando algo se acercó y palpó, ansioso, donde yo había estado. ¿Eran brazos aquello que se insinuaba en el vacío?
Me arrastré hacia donde había empezado todo. El codo me ardía. La goma que me rodeaba la cadera se abrió un poco. Pasaba cuando me movía demasiado. Allí no había nada. No había nada, nada, nada. La palabra estalló en mi cabeza. El cadáver no estaba. Entonces sí grité, grité todo lo que pude, con toda la fuerza de mis pulmones.
- Ayu… ayuda… ayúdame… ay… -Dijo una voz agonizante. Justo a mi lado.
Di un manotazo hacia esa dirección. Crucé un brazo y un grito. Un brazo de mujer, un grito de muerto. Me cogió de la mano. ¡Qué fuerza desesperada!
- ¡Ya’stá bien!, ¡esa cría shamará l’atención d’alguien!
Intenté revolverme. ¡Cómo eché de menos tener piernas de verdad para poder patear! La goma de la cadera acabó de soltarse.
- Tranquilo, hombré, tranquilo. Quédate aquí. Voy yo a vé, ¿vale, cariño?, voy yo.
La mujer intentó arrastrarme hacia ella. Boqueaba palabras que no podían atravesar el velo de adrenalina que zumbaba en mi cerebro. Podía sentir su boca babeándome encima.
- No me toque los cohoné. Nunca me l’has dejao vela, pero’sto me importa una mierda.
Pasos fuera. Decididos, sin dudas. Alguien corría.
- ¡Quieto, no l’entreh no!
Mis brazos eran más fuertes. Ella estaba más desesperada. Descubrí que los que saben que van a morir tienen mucha fuerza. Mi cabeza chocó con su hombro. Cuando me tuvo cerca palpó mi cabeza intentando reconocerme. La mujer gritó de terror.
- ¡Qué coño pasa’hí dentro!
- ¡Eh sólo una niña!
La mujer, en sus últimos estertores, me golpeó todo lo que pudo. No le gustó lo que había descubierto en mí. Yo me defendí como pude. Me estaba lastimando. Le mordí las manos. Los brazos. Mordí sin pensar. Donde pude. Me tenía que defender. Noté el sabor agridulce de la crema hidratante. Luego el torrente de hierro de la sangre tibia me llenó la boca y la nariz. Me salió sangre por la nariz. ¿Mía? ¿Suya? Escupí trozos de carne. La mujer seguía golpeándome, cada vez con menos convicción. De su garganta se escapó un último gorgoteo. Clavé mis uñas en lo que creí que era un vientre. Descubrí la profunda herida de cuchillo, una sonrisa honesta. Sacudió las piernas. Una. Dos. Tres veces. Me faltaba el aire. Respiré con la boca muy abierta. Las lágrimas me cruzaban la cara manchada de sangre.
La puerta se abrió de par en par. Luz. Cerré los ojos en un acto reflejo. Odio la luz. No estaba acostumbrada. Los abrí con temor. Otra silueta. Un hombre alto, joven. El otro.
- ¡Qué coño…!
- ¡No! –Gritó mamá. La pobre jamás me había mostrado a nadie.
- Joder. ¿Qué tieneh ‘quí metio? Mierda, me dihiste qu’era una niña. Una niña subnormal. Pero esto…
- Eh que eh una niña.
- No me jodas. Eh un puto monstruo.
- Una niña...
- Joder, otia puta. Si parese un serdo. Un puto animal. Un monstruo.
Bienvenido/a,Yokay
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