Chatarra
- ¿Así que a ti te gustan las películas de vampiros?
- Bueno, sí. Y no sólo las películas, ¿eh?
- Aja.
- Sí, también me gustan las novelas, los relatos.
- ¿Por ejemplo?
- Ah, eh… Pues no sé, Entrevista con el vampiro, por ejemplo.
- Te gusta la literatura muy antigua. No sé cuál es ésa pero debe estar bien, ¿sí?
Laura escuchaba cómo las chicas lanzaban preguntas a la cara enrojecida de la nueva.
- ¿Has visto la gorda ésa? –Le preguntó en voz baja María.
- Sí. –Se rió.- ¿por qué será que la gente que le gusta todo lo de los vampiros y esas mierdas es lo más alejado posible a uno?
- No sé. Será que quieren serlo.
- Qué miedo. ¿Para vengarse del mundo o sentirse especiales?
- Quizá las dos cosas.
- Tía, eres una puta cínica.
- Lo sé. El mundo no me deja opción.
La chica nueva se giró extrañada.
- ¡Cállate, tía! –Dijo Laura, divertida.
- Sí, que nos muerde.
Cuando el aerobús de la línea 4 recogió a Laura, María se fue andando y encontró a la nueva.
- Hola. –Le saludó, tímida. Llevaba en la espalda una mochila fucsia llena de firmas a boli y garabatos de afecto.- Tú ibas a mi clase, ¿verdad?
María se la quedó mirando. La otra chica bajó la mirada con las mejillas enrojecidas. María siguió sin decir nada. La nueva hizo ademán de seguir su camino.
- Espera. No te vayas. –Dijo María. La chica nueva se recolocó las gafas con el índice y esquivó su mirada.- Perdona. Es que no sabía qué decirte. No soy muy habladora. –La otra chica no contestó.- Bonita mochila.
La chica nueva sonrió, mirándola. Se le habían iluminado un poco los ojos. Andaron juntas.
- ¿Te gusta? Me la regalaron mis compañeras. Bueno, mis antiguas compañeras.
- Ya. Te llevabas bien con ellas.
- Bueno, sí. Pero no con todas. Tenía buenas amigas, otras no. Ya sabes. Todo es…
- Claro, es normal. –Le cortó María.
- Me llamo Irene. ¿Vas por aquí?
- Sí, vivo cerca de Atocha.
- Ah, ¡qué bien!, yo vivo en Palos de la Frontera, casi en Atocha.
- Vaya.
- Sí, ¿qué casualidad, no? ¿Y por qué no has cogido el aerobús? A mí es que no me gusta nada. No me gusta ir metida en esa caja, con todo el mundo aplastado, el ruido de los robots de servicio, los oficinistas pervertidos…
- Me gusta andar. –Le volvió a interrumpir.
- Ah, a mí también. Y tú, ¿cómo te llamas?
- ¿Yo?
- Sí. ¿Quién va a ser? –Sonrió otra vez. Tenía la cara pecosa. Las pecas se le arremolinaban alrededor de los labios.
- María.
- Pues hola, María. –Se le acercó para darle dos besos. María se echó hacia atrás.
- No me gusta que me toquen.
- Bueno, lo siento, no lo sabía.
Siguieron el camino juntas. Casi una hora sin hablar. Llegaron al Monumento a Marte, al inicio de la Ronda de Atocha, que conmemoraba la llegada al planeta rojo y su colonización.
- Qué cosa más fea. –Dijo Irene.
María sonrió. Una sonrisa fugaz.
- Es la primera vez que sonríes.
- Sí. Es que es verdad, parece una… una…
- ¿Una polla?
- Sí. –Se rieron a carcajadas.
- Oye, Irene. Te voy a hacer una pregunta rara, ¿a ti te gustaría ser mi amiga? –Dijo de repente María. Irene siguió mirando el monumento.
- He escuchado lo que decíais antes, en clase. Tú y la otra chica. –No quitó la mirada del cilindro rojo.- Pero no me importa. No nos conocíamos. ¡Y claro que me gustaría! Me tienes que poner al día de todo lo que pasa en la escuela.
Irene se descolgó la mochila y le sacó un llavero que colgaba de la cremallera.
- Toma. -Se lo extendió con el puño cerrado.
- ¿Qué es?
- No preguntes. Cógelo, venga. Es un regalo, tía.
María lo cogió. Era una pequeña cabeza de gato de plástico relamiéndose los bigotes como si estuviera vivo.
- Así sabremos que somos amigas, ¿eh?
María balbuceó algo incomprensible. Ahora era ella la que estaba roja. En su cara, muy blanca, se notaba mucho más.
- Bueno María, yo me tengo que ir por aquí. ¿Nos vemos mañana en clase?
- Sí… sí.
- ¡Hasta mañana pues!
Irene se adentró por la calle del Marqués de la Valdavia. María no se movió de su sitio, mirando el gato, su cabeza moteada blanca y negra. Irene se giró a lo lejos.
- Yo también quiero un regalo tuyo. ¡No te olvides!
María le saludó con la mano, asintiendo y ensayando una sonrisa.
- ¡Miau! –Dijo el llavero, con voz programada.
María llegó a su piso, en el Edificio Nexus, que se levantaba encima del antiguo Ministerio de Agricultura. Ahora tan sólo formaba la base de un edificio colmena.
- ¿Lydia? –Dijo al abrir la puerta del piso. Nadie contestó.
Pasó al minúsculo salón y lanzó las llaves y la mochila encima del sofá. Fue a la cocina. Cogió una manzana sintética del frutero. Sólo quedaban tres piezas, una de ellas muy tocada por los golpes. Mientras la mordisqueaba distraída vio que, pegada con chicle azul al viejo frigorífico, había una nota: “He salido con Pedro. Te he dejado la comida en el micro. Cuídate hermanita.” Debajo había dibujado una simpática cara sonriente.
- Perfecto. -Dejó la manzana mordisqueada encima de la alacena.
Fue a su habitación y se tumbó en la cama de abajo de la litera. La pared forrada de fotos de su hermana. En ninguna salía ella. Se encendió un cigarro.
- ¿Qué te puedo regalar? –Murmuró entre calada y calada.
Cuando se hubo acabado el cigarro se levantó, se quitó la camiseta y el sujetador, los dejó encima de una silla. Abrió el único armario y se miró en el espejo de pie. Las ojeras rodeaban sus ojos pardos. Se desató la descuidada coleta y el cabello castaño le cubrió la cara. Con gesto cansado se llevó la mano derecha al hombro izquierdo y levantó una tapa que imitaba la piel, tocó un botón y se desprendió el brazo en silencio. Del hombro le colgaron algunos cables, el resto era liso. Dejó el brazo encima de la litera. Se sentó delante del ordenador y lo encendió. La luz blanca de la pantalla le iluminó la cara con reflejos de colores. Conectó uno de los cables a una clavija de la torre y cerró los ojos.
- Vamos a ver… ¿qué te puede gustar?
La pantalla del ordenador fue cambiando de web cada vez más rápido.
- No sé, no, esto no, no sé…
Se detuvo en una de ellas. María abrió los ojos.
- Ya lo tengo. –Tamborileó con los dedos.- En unas horas estará aquí.
Irene estaba en el patio rodeada de chicas de su nueva clase.
- Me encanta tu ropa, que estilazo. ¿La compraste en Lacher? –La preguntó una pelirroja bajita, Marta.- ¿Tus padres no te dicen nada por ir así?
- No, ¡qué va! Compro con mi madre y mis hermanas. Me encanta la moda retro.
- Y tu pelo, qué pasada. –Dijo otra.- ¿A qué pelu vas?
- Gracias, voy a Flashback. ¿La conoces?
- La conozco. ¿Pero ésa es muy cara, no?
- No tanto. Un día vamos juntas, ¿vale?
- ¡Claro!, ¿ahí usan productos antiguos, no?
Irene vio a María y Laura. Estaban a lo lejos, en un rincón del patio, fumando.
- Esas tías son asquerosísimas. –Dijo Marta.
- ¿Sí?
- Sí, son unas plastas. –Dijo otra.
- Y fuman, qué asco. –Dijo una chica con mechas azules, arrugando la nariz.
- Claro, como que son pseudos. –Siguió Marta.
- ¿Pseudos?, ¿aceptan chatarra en esta escuela?, no le dijeron nada a mi madre de eso.
- Sí, eh… la verdad es que sí aceptan. Pero sólo hay esas dos y una de último curso que apenas se le ve el pelo.
- ¡Son violentas! –Exclamó una, con voz aflautada.
- Sí, los pseudos son violentos. –Dijo la de la peluquería, con una nota de repulsión.
- Qué van a ser, la chatarra no tiene alma. –Dijo otra chica, muy bajito.
- Una vez la morena se cabreó conmigo por nada y por poco me mata. Tienen mucha fuerza. Yo creo que no sienten nada. –Concluyó Marta.
- Yo ayer casi me hago amiga de una de ellas, la morena ésa que dices.
Todas hablaron a la vez:
- ¿María?, esa es la peor de las dos, bonita.
- Irene, yo de ti ni me acercaría a ellas.
- ¡Nos has caído muy bien!
- No pierdas el tiempo juntándote con esas cerdas.
- Chatarra, nada más.
- Bueno, gracias chicas, por avisarme. –Dijo Irene.
- No hay de qué, para eso estamos. –Replicó Marta con una sonrisa luminosa.
- No me jodas que te has hecho amiga de la gorda pija ésa.
- Se llama Irene.
- ¿Y a quién le importa?
- No es mala tía. Ayer estuve hablando con ella de vuelta a casa.
- ¿Sí? Cualquiera lo diría. Mira como se divierte con la enana.
- Marta debe estar intentando que no nos hable, como si lo viera.
- Que les den.
- Sí, pero me sabría mal. Ya te digo que no es mala tía. Ayer escuchó la mierda que soltamos de ella sin conocerla y le dio igual, hasta me regaló esto. –Le mostró el llavero de gato, que se relamía los bigotes como si hubiera acabado de beber leche. Lo volvió a guardar en la mochila.
- Como veas. Si le vas a dar eso, dáselo, ya me contarás. Yo ya te he avisado. Pero sigo pensando que tiene pinta de hipócrita.
- Te recuerdo que nosotras tampoco somos angelitos.
- Vale, vale. Pero nosotras tenemos nuestros motivos. Yo no decidí ser lo que soy, yo tuve un accidente al nacer, ya lo sabes. Y tú un accidente de coche. Pero para ellas somos… ellas dicen… la mierda de siempre. –Se levantó de las gradas. El sol brilló en su media melena.- Nos vemos luego de clase de inglés. Te pasaré unos capítulos nuevos que me he bajado y los vemos en tu piso por la tarde. ¿Te hace?
María asintió con la cabeza.
Laura cruzó el patio sin hablar con nadie y entró dentro del edificio. Nadie habló con ella.
María se levantó y fue hasta donde estaba Irene, que se había separado del grupo y bebía agua de la fuente.
- Irene, hola. –María sonreía. Esta vez no fue una sonrisa fugaz.
- Ah… hola… -Irene se limpió la boca con el dorso de la mano.
- Ya tengo el regalo para ti. Y prepárate, porqué te va a encantar.
- Ah… qué bien. –Irene hablaba sin dirigirle la mirada.
- Irene, ¿te pasa algo? –María se le acercó. Intentó tocarle un brazo. Irene lo apartó bruscamente.
- No, perdona. ¿Qué me decías?
- Que tengo un regalo para ti.
María abrió su mochila y sacó de dentro un libro amarillento con tapas negras. Se lo tendió.
- Es para ti, es un libro de ciencia ficción del siglo XX. Se titula Estación de tránsito. Como veo que te gusta lo retro he pensado que te gustaría.
- Ai, lo siento, pero es que no me gusta nada la ciencia ficción. El terror sí, pero la ciencia ficción no, la odio. Lo siento mucho, de verdad.
- Pero… -Intentó decir María.
- Me tengo que ir a clase de matemáticas. Ya nos vemos, ¿eh?, ya hablaremos. Venga, adiós y gracias.
Irene la esquivó y se fue con su grupo de nuevas amigas, que las observaban de lejos.
María se quedó en silencio, con el viejo libro de ciencia ficción en la mano, mirando sus tapas manchadas y descantilladas.
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