Los ojos de la bruja (F)

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Jecholls
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Los ojos de la bruja

Los ojos de la bruja todavía centelleaban con fuerza. Había algo de irresistible al tiempo que miserable en su mirada. Sus párpados viejos caían como desfigurados, dejando una ínfima visibilidad al rojo del iris; las arrugas le cerraban la cara como una fruta podrida y carcomida por el tiempo; y la voz le temblaba pero todavía había en ésta una pronunciada maldad indescriptible. En la habitación aún parpadeaba la lámpara de aceite que colgaba del techo como un faro intermitente y perdido en medio de la noche. Los libros de brujería y encantamientos presidían el desorden más absoluto por el suelo de madera, entre la suciedad y el polvo y las hormigas. La ventana estaba abierta de par en par y el aire gélido de la noche entraba en corriente como una bandada de fantasmas presagiosos. La luna no podía verse desde donde la bruja agonizaba.

Nathan la miró con sorna mientras apretaba el cuchillo contra su cuello.

–Este era nuestro trato. Lo has violado y pensaste en robarnos. ¿Creías que podrías timarnos una segunda vez?– la bruja ni siquiera levantó la mirada–. ¡En nuestro propio desierto!– la voz del bandido se conjuró en una suerte de decepción e ira mientras la punta de la navaja hizo salpicar algo de sangre en la piel de la vieja.

La bruja permanecía sentada en una deteriorada silla de madera sucia y agrietada, de espaldas a la amenaza de dos bandidos que ya conocía sobradamente. Pero esta vez no parecía haber un final feliz. Abrió la boca para suspirar y al tiempo que lo hacía intentó decir: «os devolveré la…», pero una fría y cortante sensación abrasó su cuello. La sangre se derramó hasta sus pies.

–No es necesario que nos devuelvas nada, puta– le habló Odín al cadáver mientras escupía sobre sus harapos. Acto seguido lanzó la bolsa de cuero a su jefe. 

Éste sonrió desde detrás del peso muerto de la bruja, con la navaja ensangrentada que aún relucía en la oscuridad de la cabaña como el símbolo de un triunfo.

–Abandonemos este «lujoso palacio»– murmuró Nathan recogiendo la bolsa robada–. Tenemos que entregar pronto el cargamento a Tudyk o de nuevo nos quedaremos sin trabajo y con hambre. No es una combinación que me apasione.

Cuando los bandidos se marcharon del lugar, el color rojo de una maldición que provenía más allá del descanso de los muertos brilló por segunda vez.

 

Ardía una canoa en el océano. Había pasado relativamente poco tiempo desde que el día había despuntado con sus rayos iniciáticos hasta hacer que los cantos de pájaro silbaran en el viento. El mar permanecía tranquilo, sin embargo en sus orillas una multitud de hombres conversaban como si llevaran despiertos varias horas.

–Ahora esa bruja no volverá a molestarnos, Tudyk. Este es el regalo que te había prometido– dijo Nathan con voz conciliadora, como no queriendo reavivar antiguos malestares.

El hombre más viejo de ellos, al que el jefe de los ladrones se dirigía, quedó callado y pensativo. O tal vez no estuviera pensando en nada, sólo que sus ojos miraban sin detenimiento alguno, sin pestañeo siquiera, la canoa donde supuestamente «navegaba» el cadáver de la más poderosa de las brujas del desierto. Lanzó un profundo suspiro antes de hablar.

–Espero que así sea. Tomen, aquí llevan provisiones para más de una semana– sentenció esto antes de hacer una mueca a uno de sus compinches para que les acercara una enorme bolsa de tela, dispuesta con multitud de viandas, fruto de las cacerías del ejército.

El aspecto amargado de Tudyk, a la vez que duro y recio, sus inigualables cicatrices en la cara... podían hacer notar la dificultad de una vida en el desierto. Por algo las mujeres huían a lugares menos peligrosos... claro, las mujeres, excepto algunas.

–¡Nathan, hijo de mil madres!

El jefe dejó caer la bolsa al escuchar aquella voz femenina que tan bien había conocido en un pasado no muy lejano. La vio llegar desde la honda espesura del bosque, con su larga melena cayéndole como si el oro hubiera descubierto en su cabeza un refugio de anheladas pasiones. «Oh, Afrodita...», pensó.

Tudyk los observó a ambos antes de abrir sus gruesos labios, para acabar murmurando: «condúzcanles a alguna cabaña, demonios; que hagan crujir una cama y acaben con esto». Ella sonrió al escuchar la voz de su antiguo patriarca. Y Nathan se disparó corriendo a sus brazos como una bala que sondeara el espacio.

 

La voz angelical de Afrodita hablaba desde el fondo de su alma: «Te he echado tanto de menos…». Odín salía por la puerta para no violar la intimidad de los amantes reencontrados.

–Y yo... ¡Abrázame, maldita seas!

Y ésta le abrazó. Sus ojos se fundieron en rojo para brillar con malicia.

Un cuchillo tiñó de sangre la cama.

Nathan muere. La bruja inmortal gana.

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_Pilpintu_
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 Bienvenido/a, Darthz

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...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Victor Mancha
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 Pues lamento decir que me ha dejado algo indiferente. El final me ha parecido brusco y el relato en general ligeramente previsible. El relato es una típica historia de venganza, aunque está escrito con solvencia. 

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Alev
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 Estoy totalmente de acuerdo con la opinión de Victor.

"Los fantasmas son reales, los monstruos también, viven dentro de nosotros, y algunas veces... ellos ganan.." Stephen King

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