El león, la bruja y el armario
Reseña de la novela de C.S. Lewis que inaugura Las crónicas de Narnia
Mi relación con esta novela es peculiar. En la surtida biblioteca de mi colegio, el Cesáreo Alierta, era un libro infantil más, y como tal lo leí en su momento, sin tener ni idea de su lugar dentro de la literatura fantástica y con todos los prejuicios de la edad. Por ejemplo, aquel título, El león, la bruja y el armario, no me parecía serio, no me convencía en absoluto, como tampoco la ilustración de unas colegialas subidas a una feroz bestia que decora la portada. Al mismo tiempo, me resultaba intrigante. Como también que presentara tal elenco de criaturas fantásticas (lobos parlantes, tarascas, faunos, arpías, espectros, minotauros) mezcladas de un modo que a mí se me antojaba poco canónico. Después de todo, me había criado con Dungeons & Dragons y los mundos fantásticos tenían un cierto orden. Por supuesto, cuando me enteré de la relación entre C.S. Lewis y J.R.R. Tolkien, no daba crédito a lo que escuchaba; para mí no tenían nada que ver y tardé en digerir mi error. Por eso, me ha parecido una buena idea volver a leer la novela muchos años después, a ver qué escondía el texto en sí más allá de todo este espectáculo colateral.
La verdad es que, a diferencia de El Señor de los Anillos, o incluso El hobbit, El león, la bruja y el armario es una novela infantil: está claramente dirigida a niños lectores, tanto en el modo de interpelarlos como en la estructura narrativa. Los capítulos son cortos y ágiles, directos para que no se pierdan en la trama, y van a lo esencial. Los malos son malvados y los buenos, amables, aunque puedan dar miedo en algunas ocasiones. Además, el narrador no escatima en aclaraciones tanto para guiar al lector como para suscitarle emociones.
La historia en sí es muy interesante desde el punto de vista de la narrativa fantástica. Responde al esquema del camino del héroe, con un viaje iniciático en el que los cuatro protagonistas, tendrán papeles distintos que jugar mientras crecen como personas. Hay paralelismos también evidentes con el cristianismo (de hecho, Cristo se relacionaba tradicionalmente con el león), aunque el sustrato de la mitología clásica es de gran importancia, tanto desde un punto de vista estético, como narrativo. De hecho, la maldad perpetrada por la bruja del título es que ha bloqueado el mundo en un invierno sin fin y el papel de los protagonistas es, precisamente, restaurar ese ciclo de vida y muerte que son las estaciones.
En muchos aspectos, El león, la bruja y el armario es un crisol de las fuentes básicas del género fantástico: está la fábula presente en los animales parlantes y las moralejas, el folclore revisitado encarnado en Santa Claus, la religión en su vertiente cristiana, los grandes temas de la mitología con especial protagonismo de la grecolatina, la transfiguración del héroe con ecos de las leyendas artúricas... Curiosamente, este eclecticismo está muy bien presentado, con sencillez, quizás porque la propia historia estaba dedicada a niños. Es, en cierto modo, una obra con la que un adulto apasionado por los símbolos y el significado subyacente de la fantasía, con su belleza atemporal, intenta transmitir o iniciar a los más pequeños en su pasión. Quizás por eso funciona tan bien.
El anclaje de la propia historia con la realidad histórica (las evacuaciones propiciadas por la II Guerra Mundial son el detonante del relato) muestra ese deseo de introducir el elemento fantástico dentro del mundo real y cotidiano, lo que da una dimensión particular a la narrativa, que rompía con tradiciones anteriores y que sería utilizado de nuevo en historias como las de Harry Potter.
En definitiva, El león, la bruja y el armario es una magnífica novela infantil, muy recomendable para los niños interesados por la mitología y que disfrutan gracias a un buen sentido de la maravilla, y que se puede explorar de nuevo, con más bagaje lector, para descubrir los curiosos elementos en los que se cimienta.
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