El libro de los muertos
Un artículo sobre este texto que ha encarnado la idea del grimorio en el imaginario colectivo.
El libro de los muertos, como se le conoce popularmente, ha sido la semilla para la creación de numerosos grimorios de ficción y se ha ganado, con su sonoro título, un puesto de honor en el imaginario ocultista. Aunque esta fama es merecida por unos cuantos elementos que abordaremos a continuación, lo cierto es que su nombre original es menos sugerente: en realidad se trata del Libro de la salida al día o Libro de la emergencia a la luz, y su función es ayudar al difunto en su tránsito al Más Allá. La denominación de Libro de los muertos se la debemos a Karl Richard Lepsius, erudito alemán que publicó en 1842 una traducción completa de un ejemplar ptolemaico bajo el título de El Libro de la Muerte de los Egipcios. Ya en 1822 Jean François Champollion había traducido algunos fragmento e identificado el contenido como un ritual funerario, y el primer facsímil del mismo data de 1805. Además, el texto era conocido en la Edad Media, aunque no se había descifrado su significado, lo que lo dotaba de un aura de misterio más que justificada.
La traducción de El libro de los muertos haría volar la imaginación del gran público, pues el texto no encierra otra cosa que, literalmente, sortilegios, hechizos para dominar a las fuerzas sobrenaturales. Estos, además, no son siempre los mismos. En total se han contabilizado casi doscientos, pero la elección de cuáles incluir depende de la época y del cliente al que estaban reservados. Al inicio, estos eran tan solo los faraones, pero ya en el Imperio Medio comenzaron a disfrutarlos funcionarios de alto nivel.
Como buen libro arcano, tenía ya sus predecesores en los Textos de las Pirámides y los Textos de los Sarcófagos, y encontraría continuidad en el Libro de Amduat y el Libro de las Respiraciones, así como en los inquietantes Libro de las Cavernas y Libro de las Puertas, más centrados en la parte infernal del periplo de ultratumba. Todos ellos se han encontrado, fragmentariamente, como decoración en tumbas de distintas épocas.
Los hechizos incluidos en estos manuscritos hacen referencias a la preservación y reintegración de los cuerpos de los difuntos, el control del mundo circundante del muerto, la protección frente a fuerzas hostiles, la guía por los caminos del inframundo y la recuperación del movimiento y el habla tras la muerte. El impacto en la imaginación popular de estas ideas, tan propias de la mitología egipcia, daría pie a historias sobre maldiciones y momias que se alzan de sus sarcófagos en busca de venganza.
El último poder mencionado es de particular importancia: para los antiguos egipcios, la magia residía en la palabra, y esta era idéntica a la acción. Así, para dominar las fuerzas del otro mundo era necesario no solo conocer los nombres secretos de dioses y monstruos, sino también poder pronunciarlos correctamente. Gracias a ello se podrían franquear las distintas puertas del inframundo y engañar a los dioses en el pesado del corazón, evitando así ser devorado por Ammyt.
La descripción de los pasajes de ultratumba, custodiados por monstruosas criaturas híbridas entre humanos y animales y armadas de largos cuchillos, es impactante, así como sus nombres, que incluían denominaciones tan sugerentes como El que vive entre las serpientes o El que baila en sangre. Hay que notar que las serpientes, vinculadas a Apofis (salvo la cobra imperial, ligada al sol), representan el caos y la voracidad de fuerzas maléficas e informes capaces de causar, por ejemplo, los eclipses. Como se puede observar, encontramos de nuevo material de primera para la narrativa de terror, e incluso se pueden adivinar elementos tomados por autores como H.P. Lovecraft en sus Mitos de Cthulhu.
Si el contenido de El libro de los muertos, su denominación popular y el lugar donde se suelen encontrar, tumbas, sarcófagos y pirámides, no fuera suficiente para excitar la imaginación, hay que señalar que su propia elaboración nos remite a la idea popular de un grimorio. De extensión y contenido variable, realizados por lo general en papiro, los rollos podían medir hasta 40 metros y estaban cubiertos de una intrincada escritura e ilustraciones más o menos decoradas. En algunos se han encontrado huecos en el texto para introducir el nombre del difunto y en muchas ocasiones se puede ver que han sido redactados por varios amanuenses, en escritura hierática o jeroglífica, a veces alternando tintas, sobre todo negro y rojo. Para añadir una capa adicional de misterio, algunos papiros terminaban sus días como palimpsestos, es decir, reutilizados de tal forma que a veces el contenido original se veía todavía o afloraba entrelíneas.
Un lenguaje milenario que apenas se empezaba a conseguir traducir, hechizos para dominar el entorno y a seres sobrenaturales y garantizar la vida tras la muerte, papiros realizados a mano y que nunca contienen la misma información y descripciones de criaturas hórridas que habitan un inframundo al que el difunto podrá acceder a través de puertas ciegas en su propia tumba para ser juzgado por el Devorador de Almas... Resulta más que evidente por qué El libro de los muertos, tan oportunamente rebautizado, tiene un lugar privilegiado en el imaginario fosco de los libros malditos.
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