Por qué Calabazas en el Trastero
Seguimos conmemorando el décimo aniversario de Calabazas en el Trastero con un nuevo artículo sobre esta iniciativa.
Si en el primer artículo de la serie (Antecedentes de Calabazas en el Trastero http://www.ociozero.com/blog/2690/edit-ando/40234/antecedentes-de-calabazas-en-el-trastero) hablábamos del germen que había suscitado en cierta medida el que nos lanzáramos a esta aventura, en este toca explicar por qué lo hicimos así. Porque Calabazas en el Trastero no es la segunda época de ninguna revista ni tampoco un proyecto que buscase emular los pasos de otras publicaciones que, aunque sin duda considerábamos muy meritorias, no respondían a las cuestiones que nosotros considerábamos claves.
Hay, por supuesto, algunos aspectos personales. Por ejemplo, el que yo ya estuviera embarcado en cosas como las antologías colectivas del Círculo de Escritores Errantes o la publicación de la revista La Biblioteca Fosca hacía que no sintiera la necesidad de hacer más de lo mismo. Pero, lo que es más interesante, había también motivos no personales que, además, compartíamos todos los miembros motores de Calabazas en el Trastero. Sobre estos es sobre los que quiero hablar, no solo por poner las cosas en contexto, sino también por valorar si siguen teniendo sentido.
En primer lugar, decidimos romper con el triunvirato de fantasía, ciencia ficción y terror y quedarnos solo con el último segmento. No es que no nos gustaran los dos primeros, que de hecho trabajábamos incluso como autores, sino que buscábamos una coherencia distinta. A mí, por ejemplo, me apetece a veces sumirme en un libro de fantasmas y otras en una de adustos bárbaros, y eso era lo que queríamos dar a los lectores. Vale, sí, a veces apetece algo de weird, todo mezclado, que no sabes con qué te va a sorprender el próximo autor, pero eso era algo que teníamos por todas partes y seguimos teniendo, por ejemplo, con los Fabricantes de Sueños.
Hay que tener en cuenta, además, que en aquella época el terror pasaba por temporada de vacas flacas en cuanto a sitios donde publicar. Los dos principales sellos del fandom generalista (Grupo Ajec y Equipo Sirius) cojeaban más bien hacia la ci-fi, y los sellos de terror señeros (como Valdemar) se antojaban inalcanzables para los autores nacionales de a pie. Era un tiempo antes de la pandemia Z que canalizó Dolmen, cuando Tyrannosaurus Books no estaba al pie del cañón, Horror Hispano no era aún una realidad constatada y ni siquiera había sellos como Salto de Página o 451 Editores en los que soñar colocar un trabajo más atípico.
Curiosamente, justo por entonces Nocte, la asociación española de escritores de terror, celebraba sus primeros y prometedores conciliabulos. Era evidente para los iniciados (véase el ejemplo de Paura) que había una cantera malviviendo en sellos aterradores o de costado entre dragones y naves espaciales. Y nosotros queríamos darles voz. De ahí que, siguiendo la pauta de El desván de los cuervos solitarios, lanzáramos las convocatorias foscas. Porque, eso era importante para nosotros, queríamos todo tipo de terror: contemporáneo, clásico, de monstruos, sin monstruos, realista o fantástico, poético, gore, irónico, humorístico, combinado, en definitiva, con cualquier otro género y de cualquier forma siempre y cuando funcionase bien.
Además, estábamos convencidos de que el formato tenía que ser el relato. Le habíamos dado muchas vueltas y sabíamos que a las revistas la gente quería mandar relatos... y que había lectores para los mismos. Yo seguí soñando con publicar artículos y otro tipo de creaciones, y sigo haciéndolo con Los pergaminos de la araña, pero Calabazas en el Trastero debía de ser el feudo de la narrativa fosca. Eso sí, bien presentada con su correspondiente prólogo.
Al mismo tiempo, no queríamos que la publicación fuera un desguace al que fuera a parar de todo. Bien al contrario, nos seducía la idea de que el lector se viera atraído por algo tangible más allá de un vago nos haremos un nombre y tal. Ahí entraba lo de la temática. La idea era poner un cebo emparentado con el contenido. Como cuando era pequeño y elegía un libro porque quería una de vampiros, de vaqueros o de aventuras en la jungla. Los relatos podían ser inéditos o no, aquello no tenía importancia: tenían que ser buenos y encajar en un marco que, más allá de nombres, apelara al lector.
Luego estaba el tema del trece. Simbólico donde los haya, tenía también otra función: presentar un abanico suficiente de perspectivas. Esto, evidentemente, planteaba limitaciones en cuanto a extensión (de ahí el famoso entre 1000 y 5000 palabras orientativo), porque queríamos un equilibrio entre los participantes, pero, francamente, sigo pensando que se pueden hacer grandes relatos en esta horquilla. Y, ahora, además, puedo publicar otras cosas más largas en otros formatos. Además, y esto es clave, nos permitía precisamente dar voz a un buen número de autores. Tan bueno que a día de hoy creo que se acerca a los doscientos (lo intentaré comprobar a lo largo del año).
Y ahí entra otro factor clave: queríamos realmente dar voz a autores, sin plantearnos mucho de dónde venían. Estábamos encantados con la idea de que los veteranos curtidos en el fandom (o fuera de él) quisieran participar, pero también queríamos escapar de nuestra propia red de contactos. Esto, al principio, y a pesar de que lo planteáramos como una convocatoria de concurso, era casi una entelequia, porque un proyecto peregrino como el nuestro se dio a conocer principalmente gracias a foros que frecuentábamos, como Sedice.com u OcioJoven.com, donde yo acabé trabajando. Luego, poco a poco, web especializadas como Axxon, se convirtieron en grandes altavoces de la propuesta y aprendimos a aparecer en las de concursos. En un momento dado, la participación llegó a ser abrumadora y, en cualquier caso, a día de hoy es más que evidente que hemos salido del círculo personal. Si en Entierros todavía podía identificar la procedencia de buena parte de los participantes, a día de hoy funciona más bien al revés: a mucha gente que no conocía he acabado por conocerla gracias a los Calabazas.
Con los portadistas pasaba igual: aunque en ocasiones hemos repetido, nos atraía la idea de que Calabazas en el Trastero sirviera como escaparate para talentos de distintas procedencias. En este sentido, me siento particularmente privilegiado, porque la cantidad y la calidad de los artistas que han querido trabajar con nosotros es extraordinaria. Es algo que, sin duda, ha marcado también el impacto de esta aventura.
Queda un último tema: la periodicidad. Al principio valoramos hacer el proyecto trimestral, pero, por fortuna, fuimos prudentes y lo dejamos en tres números al año y la posibilidad de hacer especiales (que al final han sido cuatro, no está nada mal). De nuevo, la idea era poder dar voz a los autores con frecuencia y, sobre todo, mantenernos vivos en la mente de los lectores. Esto, creo, ha sido clave para la buena supervivencia de la publicación. Por supuesto, sería mejor la cosa si hubiéramos conseguido mantener unos plazos más estables. Pero, oye, me voy a permitir no sufrir demasiado por haber tenido baches en nada menos que diez años.
Es posible que con todos estos planteamientos hayamos cometido errores. Es seguro, además, que este no es el proyecto ideal para todo el mundo. De hecho, es sano que así sea: me alegra pensar que otros editores sacarán otros proyectos peregrinos que me sorprenderán, con los que no comulgaré por completo o que me resultarán incluso mejores que los míos. Esa es una riqueza de la que participa Calabazas en el Trastero. Y, como engranaje de su maquinaria, estoy muy satisfecho por ello.
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