Un pie de página
Historia natural de los cuentos de miedo, una obra sobre la que espero explayarme más dentro de poco, es una panorámica de la narrativa de terror occidental realizada por Rafael Llopis y completada por José Luis Fernández Arellano.
Aunque por motivos de espacio es evidente que no es posible que así sea, cuando la lees tienes la impresión de que ahí está todo. Arranca con la novela gótica, tratando de paso sus antecedentes, y va avanzando, etapa por etapa, hasta nuestros días (originalmente, hasta los años '70; ahora, hasta el 2013, el año de su edición por Fuentetaja). Abarca las tradiciones de varios países e, incluso, disciplinas afines a la narrativa escrita. Es como el espinazo del terror literario, el vademécum del género.
Por eso mismo, se trata de un obra que conecta con las emociones del lector aficionado al género. De algún modo, reaviva las sensaciones que suscitó descubrir tal o cual eslabón de la cadena durante nuestras lecturas primerizas, va creando un cuadro más completo cuando entiendes en qué parte del puzle va tal pieza o tal otra. Para mí, la cosa se volvió insospechadamente personal cuando en el apartado musical de la primera etapa vi mencionado a Pierre Henry, con quien mi mujer tuvo el placer de trabajar hace ya unos cuantos años.
Entonces la ilusión prende como una chispa tímida. Supongo que lo tenemos dentro, si no todos, sí muchos autores: la idea de formar parte algún día de esa cadena. Da hasta vergüenza escribirlo pero, al mismo tiempo, sé que algunos de mis contemporáneos estarán ahí. Ya puedo poner la mano en el fuego por ellos. Así, cuando entro en la sección contemporánea del terror español voy asintiendo al ver nombres. A casi todos los conozco de mis lecturas, pero a algunos, además, de proyectos literarios, a muchos de estos últimos en persona. Son compañeros de Nocte, como Alfredo Álamo, David Jasso o Ismael Martínez Biurrun, o escritores que he conocido en encuentros como la Hispacón, como Rodolfo Martínez. Para mi personal satisfacción, hemos tenido el honor de publicar a un puñado en nuestro catálogo de Saco de huesos: Nuria C. Botey (Vosotros justificáis mi existencia), Santiago Eximeno (Condenados, ¿Quién es el Cruciforme?, Refranero zombi), Marc R. Soto (Todo muere), José Miguel Vilar-Bou (Cuentos inhumanos).
No puede ser casualidad, me digo. Algo estamos haciendo bien. O igual es que estaban acorralados y se han tenido que tirar a nuestras fauces...
Entonces, mientras aún ando fantaseando, mis ojos se posan en un pie de página. El número 13, cómo no. Dice, literalmente, hablando de colecciones que mueven al optimismo: «Por falta de espacio hemos de omitir algunas tan interesantes como 13 leyendas urbanas (Mandrágora, 2008), Calabazas en el trastero (Saco de huesos, 2010) o Antología Z (Dolmen, 2010).»
No doy crédito. 13 leyendas urbanas fue la segunda antología que organizamos con el Círculo de Escritores Errantes. Calabazas en el trastero es, cada día más, un sueño hecho realidad.
No hubiera acusado el no ver una mención. Es rigurosamente cierto lo que se dice del espacio: son casi 400 páginas y apenas se pueden brindar unas líneas por autor, salvo excepciones. Ya a vuela pluma me vienen ausencias a la cabeza tanto por el lado de iniciativas editoriales (Sable, esa revista que se niega morir como un buen monstruo de película, Horror Hispano y su devoción por el terror escrito en castellano, la magia de Miasma, un fanzine que consiguió el lustre de una revista de primera línea, o la versión de Weird Tales española: Historias Asombrosas) como por el lado de los escritores (Emilio Bueso, Fernando Cámara, Víctor Conde, Javier Quevedo Puchal, José María Tamparillas...).
Los motivos serán múltiples, incluyendo, seguro, el lapso temporal (pienso en los casos de Jesús Cañadas e Ignacio Cid Hermoso), el gran volumen de información que se trata, el estilo, la preferencia por unos formatos u otros, la siempre delgada línea del género... Si para mí ya es complicado sintetizar en un artículo de blog, no me quiero ni imaginar lo que es abordar un volumen de estas características. Así que, por favor, no se entienda mi párrafo anterior como una crítica o un ensoberbecimiento, sino como reflejo de la emoción sentida. Porque si bien, como se suele decir, no están todos los que son, quiero creer que sí somos todos los que, de una manera u otra, estamos. Y eso es algo que me llena de orgullo e ilusión. Así que me voy a permitir decirlo con todas las letras:
Calabazas en el Trastero es ya un pie de página en la Historia natural de los cuentos de miedo.
Ahí queda eso.
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