¿Quién es tu editor?
No todos los editores son iguales ni se dedican a lo mismo: no nos llevemos a engaño.
Resulta paradójico que los autores, que cada uno es de su padre y de su madre y está bien orgulloso de serlo y deseando ser tratado de un modo único, tengan la impresión de que los editores son un ente uniforme. No entro ya en diferencias entre editores de verdad y empresas de autoedición, tema del que ya hablé en su día: me refiero a diferencias entre editores cuyo negocio de base es el mismo, vender libros.
Lo de que se los considere un ente uniforme no es algo que me saque de la manga. Me baso en las cartas e emails de presentación que nos llegan a Saco de huesos. Más allá del clásico correo electrónico en copia abierta en el que te ves a calzas revueltas con Autoediciones Fusila-tu-libro-por-2000-pavos y esa editorial internacional que da premios de cuatro ceros sin solución de continuidad aparente, hay algunas prácticas que dejan claro que los autores, muchas veces, tiran a bulto a todo lo que se mueve. Voy a poner algunos ejemplos, a ver si evito algunos posibles arrecifes a alguno.
Para empezar está el email que manifiestamente se ha enviado a un listado de editores sin cambiar ni el encabezado. Esto, por sí mismo, no está ni bien ni mal: nadie pretende que todos los autores conozcan vida y milagros de tu catálogo —sobre todo cuando tienes un sello de small press y el 80% de tus lectores te suenan—. Pero hay algunas cosas que se pueden evitar, como tildar automáticamente de prestigioso al que le envías el manuscrito —que todos sabemos si somos o no prestigiosos, demonios— o hablar de encajar en alguna de las colecciones cuando tu sello solo tiene una para autores en solitario que no estén muertos desde hace más de cien años. Como en cualquier conversación con alguien al que no conoces: prudencia.
Sobre esto, cabe señalar que hay sellos que se dedican solo a un género o a un formato: mandar una novela policíaca a un sello de literatura romántica solo tiene sentido si en la trama hay un romance de gran peso, y aun así; y mandar una novela a una editorial de microrrelatos no tiene sentido nunca. Por supuesto, nadie impide hacerlo, e incluso sugerirle al editor que cambie su línea editorial bajo la excusa de que hay obras muy meritorias en esos campos que él no toca. Pero es muy aventurado, ¿no? Yo, como editor, no me veo diciéndole a un autor que se dedique a otro género, por muy interesantes que sean las posibilidades de este.
En esta misma línea, recomendaría abstenerse de cantar las maravillas del género al que se dedica un sello especializado desde hace años. Decir que merece la pena echar un vistazo a tu manuscrito de fantasía porque el fantástico está de moda a Minotauro no aporta nada bueno. Valdemar tampoco necesita que les digan el valor de Stoker o M.R. James, ¿no? No vas a convencer a un sello de literatura de terror de que tiene que publicar terror porque está en boga.
Si no sabes de que va el catálogo del editor a cuya puerta llamas tampoco te aventures demasiado. Decirle a un sello como Saco de huesos que “ya sabemos que los editores no os leéis los manuscritos de los autores noveles” genera una mezcla de ternura, desesperación e incredulidad. También están los que yerran el tiro pero en dirección contraria y te hablan de posibilidad de colocar un best-seller cuando te dedicas al small press. No, la mayor parte de los sellos no venden más o menos en función de los autores y manuscritos que tienen en catálogo. Es por eso que los autores suben de sello cuando quieren vender más o recurren a sellos independientes para trabajos peregrinos o menos comerciales. La dinámica es más complicada que una simple correlación directa.
Es por ello que los consejos y los cantos de sirena del autor al editor —como en sentido contrario— creo que se deberían evitar, los segundos en cualquier caso, y los primeros quizás solo mantenerlos si se lanzan con tiento y cuando hay confianza y conocimiento de causa.
El lado bueno es que todo esto importa relativamente poco: si el sello está abierto a autores noveles de verdad, que estos patinen con la carta de presentación no los va a espantar; y si solo invierten su tiempo en quienes saben lo que hacen, es muy posible que su modo de procesar manuscritos lleve cauces alejados de estas aventuras y enredos.
No obstante, como nunca se sabe y el tiempo —el de todos— es un bien preciado, recomendaría seguir las siguientes pautas:
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Aclárate y decide qué es lo que quieres para tu libro. ¿Vender mucho? ¿Compartir estantería con autores a los que admiras? ¿Llegar a lectores especializados? ¿Ver si a un editor apasionado le gustan tus marcianadas? ¿Batirte con Martin y la Rowling en capacidad de convocar fans? ¿Publicar con el primero que pase? ¿Simplemente verlo en papel?
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Una vez te hayas aclarado, elige de entre los que conozcas los sellos que cumplen los requisitos mínimos para que la cosa funcione. Aunque a veces se nos olvide, a los editores también les va lo de trabajar a gusto, así que es mejor buscar una sintonía entre lo que hacen y lo que se les propone. No todos los autores encajan con todos los sellos independientemente de la calidad. Es más: no todas las obras de un autor encajan con el mismo tipo de sellos —a menos que escriba siempre igual, y aun así—.
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Terminada tu lista, compártela con algún colega de confianza para ver si te da nuevas ideas y tú se las das a él.
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Luego ponle un lazo bien bonito al manuscrito y, casi seguro, la carta de presentación saldrá de un modo natural.
Los editores no funcionan del mismo modo ni consideran importantes las mismas cosas. Es por eso que los catálogos literarios son maravillosamente dispares. No lo perdamos de vista.
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