¿Se publica demasiado?

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Lo prometido es deuda: vamos a intentar contestar a esta cuestión, que se suscitó algunas entradas atrás.

Vamos a empezar con el pie izquierdo, pues no vamos a poder contestar a la pregunta. No por maldad o por escurrir el bulto, sino porque no está bien formulada. ¿Qué quiere decir “demasiado”? Cuando se habla de lecturas, nunca hay demasiadas. Si el número aumenta, aumenta la diversidad de propuestas en consecuencia. Sin embargo, tampoco esta respuesta sirve para gran cosa.

El problema es que intuitivamente es ese el término que nos viene a la cabeza: demasiado. Un término que por añadidura, cuando somos además de lectores, autores, nos genera cierta esquizofrenia. ¿Por qué ellos y yo no? ¿Cómo va a haber demasiado si mi libro no está entre ellos? Y, aun así, es innegable que la avalancha de títulos, sobre todo en España (que estamos a la cabeza de número de títulos distintos publicados al año y de tiradas reducidas), abruma.

Lo que no quiere decir que se publique “demasiado” porque ¿acaso se ha publicado todo lo que merecía la pena ser publicado, todo lo que queríamos leer? No. Por eso digo que la pregunta está mal formulada.

La pregunta debería ser ¿se publica en condiciones? Y aquí, sí, la respuesta la tengo clara: no, no se publica en condiciones.

No es un problema de cantidad de libros, sino de tiempo y trabajo invertido en cada título antes de lanzarlo al mercado. Y los perjudicados somos todos: editores, lectores, libreros, autores...

El mercado del libro en nuestro país está desestructurado. Las exigencias de distribución imponen que los editores tengan que aumentar el número de libros que sacan al mercado para poder competir por los puestos privilegiados de las estanterías de los libreros, y cada vez por menos tiempo. De ese modo, el editor tiene que aumentar el ritmo de producción, y como el tiempo y los recursos disponibles para un mismo beneficio se mantienen, hay que redistribuir estos entre más lanzamientos.

Para el librero tampoco es jauja: los tiempos imponen que hay que mover más y más libros para conseguir las mismas ventas. Las novedades dejan de serlo antes de que dé tiempo a vaciar las cajas que traen los distribuidores y, al final, casi dan ganas de desembalar solo los tiros fijos.

¿Y para el autor? Es fácil hacerse una idea: su libro puede permanecer visible en librerías menos tiempo del que le ha costado escribirlo, así que tendrá que escribir un sustituto rápido si quiere seguir en el candelero. Además, cada vez tiene que asumir más tareas que antes podía cubrir un editor que se divide entre más títulos anuales. Si sabes maquetar, hacer de comercial o apañarte con unos colegas para las correcciones de estilo, pues mejor que mejor, porque toda ayuda es poca. Un colega de Nocte decía que el trabajo de un escritor debería terminar al escribir el manuscrito. Y así debería ser. Pero, en la mayor parte de los casos, no lo es.

A los traductores los podemos meter en el saco de los autores en gran medida, pero también hay que añadir una particularidad: así como el autor rara vez saca más de un título al año por problemas de saturación, el traductor tiene que vérselas con bastantes más para poder vivir de este oficio. Por lo tanto, sus calendarios van todavía más apretados.

El lector, por supuesto, como último elemento de la cadena trófica, es el que se traga todo el marrón. Libros sin corregir, maquetas que se descuadran, anglicismos a tutiplén, bombardeo masivo e ininterrumpido de novedades, aventuras épicas para conseguir libros publicados hace menos de tres años...

Los efectos de tratar la literatura como si se tratara de comida rápida saltan a la vista a nada que se tenga un mínimo de espíritu crítico. Cuando se analizan estas cosas dan ganas de que, efectivamente, el mercado editorial actual colapse y nazca algo nuevo. Os lo digo como autor, como editor, como maquetador, como traductor y como lector. No sabría deciros en qué faceta resulta más pesado ni más descorazonador este ritmo infernal que se ha impuesto.

Tampoco sabría deciros cómo cortarlo.

Cabría prensar que el mercado digital podría traer algunas soluciones, pero me temo que me toca mostrarme escéptico. Cuando ves que las modas traen cantos de sirena de dinero rápido te das cuenta de que va a ser difícil que todo el mundo afloje la marcha. No, el cambio de formato no traerá soluciones si los libros siguen teniendo que ser para ayer ni si siguen quedando sepultados a los dos días por la nueva oleada que nos trae más de lo mismo. El problema radica en cómo consumimos la lectura. Eso es lo que marca la pauta. El problema es cómo pedirle al lector responsabilidad cuando se le está dando, por regla general, un producto cada vez menos cuidado.

Personalmente, creo que lo que hace falta es trabajar con las miras puestas en el futuro, con paciencia. Hay que crear de nuevo tejido. El editor no puede ser una máquina expendedora de churros de moda. El editor tiene que ser una referencia, un faro que señala un tipo de libro. El autor no puede ser tampoco una veleta, un gato pasado de anfetas corriendo tras un ovillo de lana. El autor tiene que ser un creador capaz de darse tiempo de reflexión y de digestión. El lector tampoco puede dejarse deslumbrar por lo primero que llega: tiene que ir formándose un espíritu crítico que escape de la influencia del marketing indiscriminado.

¿Cómo hacerlo? Ni idea. Como lector, intento averiguar qué libros me interesan de veras y los compro en librerías que sé que miman su labor. Como editor, intento que los libros que sacamos tengan la atención que merecen dentro de nuestros medios. Como autor, intento sujetarme las ansias de verme reconocido ya. No lo consigo ni la mitad de lo que querría, pero es que no es fácil.

Cuando estaba revisando por trigésima vez Adraga, la novela que publico el mes que viene, me dieron ganas de dejarlo pasar, de escurrir el bulto aunque se me colaran un par de erratas más. Luego pensé que el objetivo no es llegar sin más, sino poder sentirte orgulloso de tu trabajo cuando ya has llegado. Ahora que el libro está en imprenta no me pena haber hecho esa última revisión. Es tiempo bien invertido.

Y es que al final la clave está ahí: en el tiempo. Dicen que es dinero. Lo que no dicen es a dónde ha ido a parar todo ese “dinero” ahorrado con las prisas que vivimos.

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Manheor
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Demasiado cierto.

Y esto implica que no podremos nunca competir con el nivel de acabado de otros mercados, en todos los aspectos, por no permitir el sistema que se invierta el esfuerzo requerido en la obra.

Pero acabará por romper, para mal durante un tiempo y esperemos que para bien a la larga.

Podria estar encerrado en una cascara de nuez y sentirme dueño de un espacio infinit

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stikud
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Simplemente: amén.

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Lady Ovejita
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No sé si se edita mucho o no. La verdad es que esta tarde he estado dando una vuelta por la Feria del libro y es impresionante la cantidad de libros que se ofertan. Desgraciadamente tengo que darle la razón a Patapalo en el sentido de que quizás no se edite con el suficiente cuidado. Ni se edita, ni se distribuye ni a veces se vende como correspondería a esta clase de producto. Se trata de libros, no de yogures (aunque en los tiempos que corren la fecha de caducidad de los dos le anda ahí ahí).

 

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Shilar
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 No se donde está el problema, pero haberlo, haylo. Como lectora me he sentido estafada mas de una vez al encontrarme libros incorrectos en todos los sentidos, no ya con faltas, errores de maquetación, etc..., sino libros que me hacen pensar que al que selecciona los manuscritos para publicar en la editorial le pagan a tanto la página publicada, da igual lo que esté escrito y como está escrito.

No hay rigor, ni criterio.

Se publica todo lo publicable, pero no en funcion de la calidad sino en funcion de otros intereses que realmente no entiendo.

Lees un manuscrito de alguien que te lo pasa para que le eches un cable revisando antes de mandarlo a al editorial. Te encuentras con una buena novela, bien escrita, bien corregida cuando sale de manos del autor, bien narrada, interesante... y resulta que tiene problemas para su publicacion. Y luego te encuentras bodrios infumables, llenos de faltas, de errores gramaticales, de gazapos argumentales, que no solo se publican , sino que vienen acompañados de grandes exclamaciones de ¡Oh, maravilla!. y eso te pasa una vez, y otra, y otra....

Y llega un momento que te satura. 

Realmente no lo entiendo.  

 

Somos el tejido del que estan hechos nuestros sueños

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