Terminada la primera convocatoria de este nuevo proyecto peregrino, vamos a comentarlo un poco.
Aunque parece, en algunos momentos, que es un tema tabú, los concursos literarios son una parte insoslayable de la trayectoria de muchos protoescritores. Tarde o temprano, la gran mayoría sucumben a sus cantos de sirena y prueban fortuna. Es normal. De hecho, es natural. Los concursos literarios aportan elementos que es difícil (más o menos en función de la disciplina y contactos de cada uno) conseguir de otras maneras: una fecha límite, el desafío de unas condiciones técnicas, una opinión externa (aunque burda en muchas ocasiones), una recompensa, una posibilidad de proyección...
Al mismo tiempo, la mecánica estándar de los concursos no es la más adecuada para mejorar como autor, a menos que uno ponga mucho de su parte. Sí, está la autocrítica, la posibilidad de investigar tendencias de los jurados, de leer las obras seleccionadas y/o premiadas y algunas otras vías que me dejaré en el tintero, pero, en la mayor parte de los casos, la cosa se limita al envío de obras y a la espera del fallo. El autor considera que no tiene que implicarse más (algunos, de hecho, no se implican ni a la hora de leer las bases) y, por lo tanto, es difícil que le saque partido más allá de los puntos previamente mencionados.
Desde que se me presentó la oportunidad de estar al otro lado, de organizar certámenes (y ya llevo unos cuantos), este tema me traía de cabeza. Con el Monstruos de la razón ya di unos primeros pasos, pero de esto hablaré en otra entrada. Con el de Microjustas literarias creo que he llegado algo más lejos. Voy a explicar por qué.
En primer lugar, gracias al formato. Hablamos de un concurso de ficción mínima y con restricción temática. Esto hace que las obras sean casi a la carta, lo que hace que el autor participe en el concurso de un modo positivo, no solo tirando del socorrido cajón de los relatos ya escritos. Bueno, al menos a priori: Pedro Escudero ha conseguido colar dos micros modificados que ya aparecían en Esa bella melodía. Hay gente pa' to'.
En segundo lugar, gracias a los jueces. Iulius y Santiago Eximeno son, para mí, dos referentes importantísimos en cuanto a ficción mínima se refiere. Además, como les encantan los proyectos peregrinos, hemos conseguido algo todavía mejor que su simple participación: que dejen los votos en abierto, con una microexplicación disponible para todo el mundo. De este modo, los autores ya no tienen solo una información aproximada (“me he quedado cuarto”), sino explícita (“he votado a X por el motivo Z”). Que el jurado se muestre a pecho descubierto es muy enriquecedor y no ya solo porque se desmitifica dicha figura, sino porque permite entender cómo una persona ajena confrontada a la difícil tarea de valorar un texto literario aborda dicha tarea.
En tercer lugar, gracias a la mecánica. Al poder elegir tema y adversario, los autores tienen la posibilidad de desarrollar una táctica. Pueden elegir con qué micro se miden, en qué campo pelean, adaptar sus plazos, estudiar a sus oponentes, etcétera. Ya no está todo en mano de los jueces, sino que los autores son parte activa del desarrollo del torneo.
Este tercer punto conlleva además un cuarto: los participantes se interesan por la obra de los otros participantes. Por lo menos, de la de aquellos contra los que les toca batirse. No solo tendrán una visión egocéntrica del certamen, sino que se verán confrontados a los otros textos, a los otros autores. Ya no es algo tan abstracto como “Magnífico relato ha ganado a todas las obras presentadas, incluida la mía”, sino algo más gradual, más asequible.
Esto no quiere decir que el concurso sea perfecto, ni que los participantes vayan a sacarle provecho ni, por supuesto, que vayan a comulgar con las decisiones del jurado (esto sería milagroso), pero creo que no es por exceso de vanidad que tengo la impresión de que, en efecto, hemos conseguido un tipo de concurso entretenido y enriquecedor. Y novedoso.
Y, bueno, si es por exceso de vanidad tampoco me importa mucho. Personalmente estoy muy contento con el resultado, con ver que un experimento peregrino funciona en gran medida. Estoy tan feliz y satisfecho que he decidido abrir un nuevo blog dedicado a la ficción mínima. A partir de mañana, junto al nuevo propósito de dar vida a este Edit-ando, inauguraré Micromanías, un espacio de reseñas sobre microficciones. Que siga la fiesta, ¿no?
La mecánica ha demostrado ser sumamente amena y ágil. Adictiva. Todo se puede mejorar, seguro, y hay que aprender de la experiencia, pero creo que todos los participantes coincidirían en calificar las microjustas de gran hallazgo. Enhorabuena :)
Y estaré más que atento a esas "Micromanías", ánimo con ellas.