Otro tema recurrente: las sempiternas quejas porque los malvados editores no prestan oídos a los protoescritores. ¿Estamos abocados a sucumbir bajo el imperio del mal?
Esto no va de que no sea posible publicar, o incluso publicar bien, a nivel amateur. Esto va de la vieja historia de que no nos quieren, de que los malvados editores no aceptan a nuevos talentos. Sin pretender edulcorar la realidad editorial, que es dura, sí que me gustaría hacer una reflexión, porque sin poner los pies en la tierra es difícil coger el impulso necesario para llegar a ninguna parte.
Trabajar de escritor de un modo profesional es viable. Es una realidad empírica. No necesito demostrar que es posible porque lo cierto, lo innegable, es que hay gente que lo hace. Conozco, de hecho, personalmente a alguno. Eso sí, son pocos. Es una cosa muy difícil. Pero ¿tan difícil? Como todo en esta vida, relativamente difícil. Hay incluso fabricantes de góndolas profesionales, así que tú calcula...
Lo primero que hay que plantearse, con honestidad, es si estamos preparados. El protoescritor medio encuentra muy injusto que las grandes editoriales no le publiquen (o a alguno de sus compañeros, dependiendo de sus propias percepciones) porque considera que tiene relatos -rara vez novelas- que son muy buenos, mejores que los que ha publicado fulano o mengano, o que los que ha leído traducidos en tal o cual edición chapucera. A parte de que esto introduce un baremo peligroso, pues pone el rasero en lo más bajo, y así terminaríamos todos mereciendo currar de escritores profesionales, juega con una pequeña falacia: la valoración de la abuela.
La abuela es esa persona que sin conocimientos contrastados pero con muy buena voluntad (y generalmente mucho cariño) afirma que es un escándalo la nota que mi hermano obtiene en su proyecto fin de carrera. Yo, como de claves de paradigma nosequé en exponente rataplán no tengo mucha idea, encuentro osada su postura, aunque, por supuesto, la comparto. Faltaría más, tratándose de mi hermano.
Pero, claro, es que leer sabemos leer todos, ¿no? Y escribir también, que la EGB, y ahora la EPO (o lo que sea), no fueron tan malas. Así que igual lo de la abuela juzgando un proyecto fin de carrera de un ingeniero informático no es tan pertinente. Puestos a las comparaciones didácticas y peregrinas, esto sería más como si un tío que ha estudiado filología hispánica quisiera currar en un despacho de arquitecto calculando cargas. Total, ¿no estudió matemáticas, e incluso física, en la enseñanza básica? Pues eso. Además, podemos atestiguar que resolvió de un modo muy inspirado unos problemas con pollos y cabras cuando por el contrario, todos lo sabemos, alguno de esos “matemáticos profesionales” ha metido la gamba en sus cálculos. Todos podéis citar edificios que tienen grietas, ¿no?
Cuando estudié ingeniería química una de las primeras cosas que aprendí es que si me colaba en un cálculo, en uno solo, incluso en un redondeo de decimales, me podía comer un suspenso como la copa de un pino. Por muy bien que planteara el problema, por muy bien que hiciera el resto. Hasta tal punto que los profesores ni siquiera se miraban el desarrollo si el resultado final no encajaba con lo que ellos esperaban. Me he llegado a juntar con treinta alumnos reclamando por un redondeo.
En literatura, por el contrario, muchos protoescritores consideran motivo para rasgarse las vestiduras que se dé “demasiada” importancia a, por ejemplo, la ortografía. Ya no hablamos de riqueza (y pertinencia) de léxico, de uso de figuras literarias, de referencias, de estructura, de gramática, de la infinidad de cosas, en definitiva, que encierra este oficio.
Para cualquier profesión se exige un aprendizaje básico que suele ser de entre tres y cinco años más allá de la enseñanza secundaria. Y no vale la excusa de que esto es “arte”, porque os aseguro que a los estudiantes de música les meten igual de caña (o más) que a los de otras disciplinas. Y que tampoco se piense nadie que esto lo digo por apelar al orgullo gremial, sino por señalar una realidad contrastada: hay muchos menos “puestos” de escritor profesional que de otras profesiones, pero existe la sensación de que podemos (de que tenemos el derecho a) acceder a ellos con la EGB y media docena de relatos afortunados. De que si no lo hacemos (¿todos?) es por injusticia cósmica, no por simple lógica.
A estas alturas de esta entrada cabe preguntarse a qué demonios viene este “abandonad toda esperanza”, sobre todo cuando lo firma un tipo que ha montado una editorial, precisamente, para que sirva de apoyo a “nuevos” escritores. La respuesta es simple: tendemos a confundir churras con merinas.
Que en Saco de huesos afirmemos que hay autores nacionales con mucho talento que no encuentran un hueco para su obra no quiere decir que todos los autores nacionales son muy buenos y las grandes editoriales unos malvados acomodados incapaces de ver más allá de sus narices. Que contemos con que para el Calabazas en el Trastero vamos a encontrar trece relatos meritorios y adaptados a la temática cada cuatro meses no quiere decir que esto es el paraíso de los escritores olvidados. No. No nos durmamos en los laureles. Sí es cierto que a nuestros escritores les estaba faltando marco precisamente para sentirse y actuar como profesionales, pero que se vaya construyendo este no es excusa para no tomárselo en serio.
A día de hoy, en nuestro sello hemos publicado a un único postulante que podíamos calificar sin temor de “protoescritor”: Ignacio Cid Hermoso, autor de Texturas del miedo. Comparte con los “curtidos” un elemento de gran importancia: la exigencia a sí mismo. Su disciplina y su perseverancia estos dos últimos años hablan por sí solas. Otro punto en común es la sensación que tuvimos cuando leímos sus manuscritos: la certeza de estar no frente a algo que pudiera publicar otro sello, sino frente a algo que tenía que ser publicado para que disfrutasen los lectores, era indiscutible. Era algo que me iba a leer encantado más de una vez. (¿Cuántos libros os leéis más de una vez? ¿Cuántos lectores creéis que volverían más de una vez a vuestros libros?).
Como decía al principio, no pretendo edulcorar el panorama editorial, excusar sus dinámicas cargando las culpas en los autores. Si queréis dedicaros a esto de un modo “profesional”, vais a pasar las de Caín. Pero, eso sí, la primera puñalada os la estaréis dando vosotros mismos si no valoráis vuestro trabajo con franqueza. Llevo escritos casi trescientos relatos, cuatro novelas cortas y cinco largas. Por supuesto, leído al menos cien veces más material. Este año pasado publiqué una novela, y para el que empieza caerán dos más. Y esto es solo el umbral, como hablábamos con el bueno de Canijo en la Hispacón: ahora empieza lo serio. Y, la verdad, he tenido mucha suerte.
Cierto escritor que había sacado varios libros con una de esas editoriales con las que todos soñamos decía que le preguntaban siempre cómo había hecho para publicar con ellos, nunca qué había hecho para escribir una novela lo suficientemente buena. No caigamos en ese error. Si no cimentamos nuestra “carrera” en el trabajo propio y la esperanza, nos hacemos un flaco servicio.
Por supuesto, más de uno estará pensando que él no escribe con aspiraciones “profesionales”. Si eso es verdad, toda la entrada debería resultarle ajena. Tiene Internet para colgar sus textos, Bubok o su impresora si quiere ejemplares en papel. El error es querer tomarse esto como un hobby y, al mismo tiempo, quejarse de que los editores profesionales no te tienen en cuenta. Y, ojo, que a un hobby se le puede dedicar mucha pasión y trabajo.
Quizás la confusión venga de las malditas biografías realizadas por expertos en márketing. ¿Quién no ha leído mil veces lo de “es su primera novela”, “su auténtica pasión es el submarinismo”, “era un mal estudiante pero el profesor Machán descubrió al diamante en bruto”? Que no nos pierda el espejismo. Eso son pamplinas para vender libros, no para escribirlos bien.
Soy el menos indicado para aplaudir esto, pero lo aplaudo de igual forma.
Y también soy el primero en entonar el mea culpa, sintiéndome identificado en ciertos aspectos en los que más de una vez me he visto tentado a caer: la sensación de ser víctimas ante la todopoderosa editorial, la creencia de que es más difícil publicar que escribir un buen material, y la falsa modestia de rechazar las ínfulas de profesionalidad cuando a todos los que estamos por aquí nos gustaría, si no vivir de ello, al menos sí triunfar con ello.
Lo dicho: gracias una vez más por abrirnos los ojos.
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