Por surrealista que resulte, me he encontrado ya con más de uno que parece tener una idea equivocada acerca de cuál es el negocio de un editor, así que voy a intentar explicarlo
El negocio de un editor consiste, o debería consistir, en vender libros. En concreto, los libros que previamente ha seleccionado para su línea editorial. (O, si queremos hilar más fino, sus derechos de explotación, sea directa o indirectamente).
Por esta vez, no vamos a entrar en qué méritos buscan los editores para sus líneas editoriales, ni qué parte del trabajo es más de publicista que de editor, ni a valorar si un libro tiene que ser bueno o malo para ser vendido. Únicamente vamos a centrarnos en ese punto que, por extraño que resulte, no está muy claro para todo el mundo.
El editor tiene como objetivo profesional "colocar" los libros que ha seleccionado. Puede que no haga él las ventas directamente (por regla general, se delegan a los libreros por mediación de los distribuidores), pero su negocio está ahí: en que sus libros salgan al mercado y se vendan.
De perogrullo, ¿no? Pues no. Mucho me temo que no. Os sorprendería la cantidad de correos electrónicos en los que se nos pregunta cuánto va a costar publicar el libro al autor. O leer el manuscrito. O suscribirle a una lista de correo en la que anunciamos nuestras novedades (sic). Da la impresión de que mucha gente cree que lo primero que tiene que hacer al entablar contacto con un editor es pagarle, y no precisamente por los libros que ya ha publicado.
Esto viene, simple y llanamente, de que hay muchas empresas (o todas) que se dedican a la autopublicación que se empeñan en llamarse editoriales, y una vez mezcladas churras con merinas, el efecto bola de nieve es impresionante (otro día, prometido, hablaré de concursos en los que tienes que pagar para optar al premio). ¿Y por qué se empeñan en llamarse editores si no lo son? Pues porque es lo que quieren sus clientes.
Suena un poco crudo decirlo así, pero, con la mano en el corazón, creo que es lo que hay. Una empresa de autoedición no te vende sólo la impresión del libro, ni la maqueta, ni el diseño. Te vende también la carta de aceptación en la que te cuentan las maravillas de tu obra, la imagen de editor, las sonrisas, la sensación de que has conseguido entrar en el circuito editorial a través de una pequeña editorial independiente a pesar de lo duro que es este mundo y la impresión de que sólo te cobran porque no hay otra alternativa cuando se es una pequeña empresa.
No voy a entrar en si estos servicios son caros o no, en si son vendedores de humo o no, en si la mitad de lo que lo que dicen son cuentos chinos: sólo hablo de modelos de negocio. El del editor, como decíamos, es vender sus libros. ¿Y el de esta gente que dice que son editores? Pues, por si alguno todavía no se había dado cuenta, reclutar autores que paguen su parte.
Aquí está el quid. Y aquí se genera la confusión.
Uno de los primeros puntos de fricción es el tiempo de respuesta. Los editores, como tenemos que leernos los libros y estudiar su viabilidad, tardamos más en contestar. De cajón. A una empresa de autoedición sólo le interesa saber cuándo le pagarás, no si el libro es una guía de teléfonos o la mejor novela del siglo XXI.
El objetivo que se busca es muy distinto también. A un editor le interesa que el libro sea legible, que deje buena imagen, que capte lectores, por lo que una corrección de estilo real, una adecuación a la línea editorial, una buena maquetación y un largo etcétera son casi indispensables. Al otro, le interesa que el libro sea (que exista, vaya). El resto de los factores sirven para desglosar la factura y, se presten o no, son secundarios en su modelo de negocio.
Podríamos seguir ad eternum enumerando las diferencias, sutiles o no, que hacen que dos empresas de un mismo sector tengan objetivos e inercias totalmente distintas. De hecho, deberían tener también un público (clientes y trabajadores) totalmente distintos, y el problema puede que radique en que son los mismos, pero en papeles opuestos. En la edición convencional, si simplificamos la cadena, el lector paga al autor por la obra publicada. En la autoedición, el autor paga por publicar su obra al editor.
Luego, al estar mezclados ambos negocios por culpa de los anhelos de unos y las denominaciones de otros, tenemos cruces indeseados. Algunos, francamente, ni siquiera molestan, como el de los plazos de respuesta. Otros suponen auténticas tentaciones. ¿Cuánto te pago? te dicen. Y los dedos te tiemblan sobre el teclado antes a la hora de escribir la respuesta.
Te tiemblan porque tú has puesto tu pasta para que el garito funcione, y tu tiempo (mucho más, muchas veces, del que ha puesto el autor en su manuscrito). Te tiemblan porque las ventas siempre son una incógnita, y porque hay otros tipos que corren en un circuito muy parecido que se han sacudido la incertidumbre. Te tiemblan porque no encuentras las palabras o, más bien, porque las que encuentras están llenas de tentaciones más o menos confesables: esto es una editorial de verdad, los que te piden pasta no son editores, son diez mil, ¿tan mal escribes que tienes que pagar?, ¿tan mal pinta nuestra editorial que parecemos autoeditores?, etcétera, etcétera.
Conozco personalmente al menos un caso de un editor que había creado un sello porque le encantaba la literatura y quería publicar buenos libros. Al tiempo, abrió un sello paralelo para autoediciones. Algo después, quedaba sólo este último. Cuando lo inauguró, en un correo electrónico me decía "es que me lo piden". Y, claro, cómo negarse.
En España tenemos más escritores que lectores. Y, además, las autoediciones se pagan por adelantado y los libros se venden a posteriori. No hace falta ser un genio para ver qué tipo de negocio conlleva menos riesgos.
Para rizar el rizo, el 90% de los autores capaces de pagar por ver su libro publicado no pagarían ni siquiera la mitad por una corrección de estilo, unas lecciones sobre escritura o cualquier otro tipo de apoyo que mejore su calidad como autor. Muchos de estos autores no quieren que se juzgue (negativamente) su obra, ni escuchar dónde falla, ni oír que no está madura o que no ha sido trabajada lo suficiente: lo que quieren es un tipo delante que se denomine editor y que les diga "tú te mereces que tu libro esté en las librerías".
Nuestro problema es que, en Saco de huesos, pretendemos vender nuestros libros, no vivir de gente que quiere ser escritora. Así que, de momento, resistimos las tentaciones y, por qué no decirlo, confiamos en que nuestros lectores noten la diferencia.
Ay, Kachi, que de lobo suelto hay por ahí, qué de gente confundida pensando que los que le alaban a cambio de su dinero tienen siempre más razón que los que le dicen las faltas por su bien. En fin, bueno es ir dejando avisos por ahí...