¿Es que nadie va a pensar en los niños?
No contéis con que lo hagan, por lo general, los escritores de espada y brujería
Aunque suene bruto decirlo así, los niños son un elemento clave de la escenografía en las historias de fantasía ambientadas en mundos alternativos primitivos o antiguos. Sin embargo, muchos autores se acuerdan antes de mencionar a los animales de compañía (perros, cuervos, cosas así que son muy coloridas) o cualquier otro detalle que, desde nuestra perspectiva, pueda parecer más esclarecedor (la decoración de una espada, el color del pelo, cosas muy visuales que entran en un plano del que desterramos a los niños por inercia).
Esto viene, estoy convencido, de que en el fondo nuestro lado vago del cerebro, a la hora de abordar una narración fantástica, traslada nuestra sociedad sin plantearse su estructura real y luego la decora un poco con tramoya. Un poco como pasaba en los Picapiedra. Y esto con la infancia es flagrante y delator, así que mejor tenerlo en el punto de mira.
En la actualidad, más o menos desde la Revolución Industrial, aunque variaría con el estrato social, hay muchísimos espacios diseñados para los niños, donde estos quedan aparcados en una suerte de sociedad paralela. Las escuelas, las zonas infantiles de las bibliotecas, los parques, los columpios, las tiendas para niños, sus propias habitaciones en las casas... En muchas sociedades antiguas, sin embargo, los niños no tenían espacios así, y eso es algo que, como escritores, tenemos que tener muy en cuenta. ¿Dónde demonios están en nuestra historia?
Por supuesto, dependerá mucho del escenario que queremos retratar, pero es algo que hay que plantearse porque, por narices, habrá niños en algún lado. La cuestión es dónde. Hasta los cinco o los seis años, la respuesta puede ser sencilla: en la trastienda, en las cocinas, en ese ámbito semi invisible que podía ser el hogar (siempre y cuando la casa fuera lo suficientemente grande) y del que también convendría hablar: bebés colgados de sus madres y nenes enredando con animales domésticos en su propia esfera.
A partir de ahí, el niño, sin dejar de serlo, entra en la sociedad, pero en muchos casos sin derechos todavía. La opción estándar, por defecto, es ponerlo a la sombra del padre a aprender el oficio. Este es un elemento crucial no solo para acordarnos de mencionarlos (el aprendiz del herrero y estas cosas), sino también para no perder de vista el sistema económico del escenario: si un herrero no tiene hijos, es muy posible que no obstante necesite a alguien aprendiendo la profesión porque, por lo general, tampoco hay bolsas de trabajo ni palomas mensajeras para reclutar personal en la aldea de al lado.
Tampoco perdamos de vista que por sí mismos son una fuerza de trabajo, y no solo como asistentes. Trabajos como el pastoreo en los grupos familiares han ido tradicionalmente a los más jóvenes, hasta que eran lo suficientemente fuertes para labrar, por ejemplo. Hay muchas tareas auxiliares que es necesario cubrir y hay que pensar que los oficios especializados no tienen por qué ser la norma: muchos grupos son autosuficientes, y eso implica hacer muchas cosas. Incluso algo tan simple como vender tus propios excedentes.
En sociedades más avanzadas o complejas hay opciones distintas. A los niños espartanos los "destetaban" para curtirlos organizándolos en bandas callejeras fuera del seno familiar. En la Grecia y Roma clásicas había escuelas (estás sí, espacios específicos de los niños). Del mismo modo, dependiendo de la sociedad las niñas y los niños serán segregados o no, o a una edad u otra. Y los bebés serán aceptados siempre y amados desde edades tempranas (como en el caso de los galos, que contrastaban en esto con los romanos) o repudiados, a veces sacrificados, o cedidos a matronas de familias afines, o ignorados hasta una cierta edad...
No hay una guía única: los mundos, sobre todo si el autor los ha creado a conciencia, son complejos y están llenos de matices. Lo importante es que este sea consciente de ello y que se plantee las cuestiones para resolverlas adecuadamente. En nuestra sociedad, un adulto sin hijos puede pasar meses sin interactuar con niños; en una sociedad pretérita, esto es más complicado. Pensadlo. ¿Hay un chiquillo sentado ante el trono del líder de guerra mirándolo embelesado? ¿La media docena de chiquillos que corretean entre las mesas de la taberna son todos hijos del posadero? La respuesta está en vuestras manos. Solo pensad que los niños son una excusa perfecta para dar más profundidad a vuestros escenarios y a vuestros personajes principales, aunque no les deis, necesariamente, mayor protagonismo.
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