Los librojuegos salen del armario (de los recuerdos)
¿Asistimos a una segunda Edad Dorada de esta forma de literatura lúdica?
Hace unos años, cuando ingresé en Nocte, la asociación española de escritores de terror, los socios pusimos en común los libros de terror que más nos habían marcado como autores. Había títulos evidentes, que me vinieron a la cabeza de inmediato —como las Leyendas de Bécquer o el Drácula de Stoker—, pero luego, por aquello de analizarme un poco más en profundidad, de encontrar esas raíces que tenemos y a veces no vemos, me puse a repasar las estanterías de mi despacho. Y entonces apareció uno de los motores indiscutibles de mi pasión por la narrativa, y después de pensarlo mucho, sintiéndome algo culpable y algo avergonzado, lo confesé en la lista de correo. El misterio de Chimney Rock.
Para mi sorpresa, unos cuantos socios no solo se habían criado con librojuegos, sino que no veían tan descabellado el asunto. Por supuesto, era difícil considerar literatura propiamente dicha a esta obra en concreto —lo mismo que pasa con buena parte de la producción de la época—, pero del mismo modo que es innegable que los bolsilibros dejaron un poso en algunas generaciones de escritores, los librojuegos lo han dejado en otras —a veces, solapándose incluso—.
Así, con el tiempo, no me extrañó tanto que estos puntos de encuentro casuales fueran repitiéndose. Un día es un post en el blog de Viruete, otro una conversación con un escritor que —como yo mismo— se ha puesto a escribir un librojuego, al siguiente se propone en el propio seno de la asociación el crear uno, luego son los primeros anuncios de lanzamientos de algunos de nuevo cuño...
Cuando publicamos En la feria tenebrosa en Saco de huesos, el fenómeno era ya una evidencia. El revival es manifiesto y al menos media docena de editoriales se están dando el capricho de participar en él. No solo eso: sellos grandes han visto incluso nicho de mercado, al menos el suficiente para tentarlo con un par de novedades. Y no es que estén predicando en el desierto: así como en materia de novelas, seguramente por lo saturado que está el mercado, hay que pelearse para que te hagan algo de caso, con los librojuegos enseguida llegan las reseñas y los comentarios elaborados sin necesidad de estar persiguiendo a nadie. Hay un interés real. Y no solo por escribirlos, sino por disfrutarlos como lectores, que es lo más importante. En un escenario así, era cuestión de tiempo que surgiera una asociación cultural a nivel nacional que diera un marco a esta afición. Y así ha sido: hace unos días nació Dédalo, la Asociación Española de Librojuegos y Ficción Interactiva, encabezada por varios expertos en la materia y abierta a todos los aficionados.
Además, la cosa va más allá de la mera nostalgia. Ha quedado claro que no basta con desempolvar los viejos librojuegos de la estantería o cazarlos por eBay o algún librero de viejo en un día afortunado: el lector actual quiere volver a sentir lo que sintió en su día y el desafío no es poca cosa. Se trata de conseguir el disfrute de un niño encandilado ochentero en el pellejo de un perro viejo sumergido en el siglo XXI.
Al mismo tiempo, si los temidos videojuegos y el eterno chivo expiatorio de la televisión no pudieron con ellos, es que al menos hay una ventana abierta. Y hay autores que la están aprovechando a conciencia. Si en tiempos había mucho texto trillado en los librojuegos y solo se podían defender desde el punto de vista del mero divertimento, experiencias como la del Hazlo, de Santiago Eximeno, han demostrado que con ganas —y eso es algo que sobra en este momento— se puede ir mucho más allá.
Ser perro viejo, de hecho, lejos de ser un inconveniente es toda una ventaja: somos una generación que ha testeado desde su tierna infancia numerosos sistemas de juego, que ha catado todo tipo de narrativa, que ha crecido en una jungla de géneros y subgéneros y que ya se le ha pasado el sarampión de verse deslumbrado por los fuegos artificiales. No es tan raro que se haya vuelto a la ficción interactiva del librojuego, ni siquiera que se haya hecho también en formato papel. El tiempo dirá si se llega a ello, pero me parece claro que hay cimientos más que de sobra para tener una segunda Edad Dorada de los librojuegos.
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