Es un relato bastante triste y amargo, sí. No podía ser de otra manera. He preferido el sabor amargo al ácido que suelo utilizar.
Gracias por vuestros comentarios, camaradas.
"El animal que canta, que llora y puede echar raíces rememoró sus garras",
del poema Canción primera de Miguel Hernández.
Llegaron por la noche, tratando de ocultar su cobardía y su miseria entre las sombras pero los vio venir de lejos. Centinela sin sueño, su majestuosa figura presidía el horizonte desde que los dorados dedos de la aurora acariciaban su negro perfil hasta que se fundía con la misma noche. Su sola presencia daba seguridad al viajero y confortaba al español de paso que, lejos de su casa, recordaba que aquel lugar, toda España, era en cierta forma también su hogar, un hogar para convivencia de todos y nunca extraño. A los venidos del otro lado de la frontera daba igualmente la bienvenida.
¡Tantos años de leal servicio y habían venido para asesinarle! ¡Tantos años en vela, apostado como sus hermanos de raza, guardando cada uno de ellos un rincón de España, desde las verdes y rocosas montañas hasta los cerros cubiertos por el sempiterno olivar, pasando por los campos de trigo y también allí donde la tierra seca se tostaba desnuda al Sol! ¿Quién vigilaría después de él aquella mediterránea esquina de la piel de toro?
Sintió una tristeza nunca conocida y apuró el negro cáliz de hiel porque el enemigo había llegado y no se trataba esta vez de un invasor llegado de tierra extranjera, no. Los enemigos eran compatriotas suyos, hijos que se revolvían contra sus padres y los padres de sus padres y sus ancestros y cuanto amaban. Hijos ignorantes que en su rebeldía analfabeta y sin causa se habían dejado convencer para destruir los símbolos de la misma tierra que los había visto nacer y en cierta forma destruirse a sí mismos.
Sintió, repito, tristeza, que no rencor. La bestia era demasiado noble para ello, una bestia con sangre de aceituna, de vino, de sudor y también -¡ay!- de sangre española, demasiada sangre. Algunos le habían calumniado, intentando hacerle símbolo de una de las dos Españas que habían combatido entre sí. ¡No habían entendido o no querían entender! Lo cierto es que su padre había sido uno de los perdedores, un comunista que había diseñado un logotipo para la bodega de unos británicos que había arraigado en España hasta hacer de ella su hogar. Y el creador había dado algo más que forma -me atrevo a llamarlo espíritu- a su obra como sólo puede conseguir un auténtico creador. El toro de Osborne dejó de vender más que vinos y vendió la esencia de todo un país, si es que es eso posible. Pero nada de eso importaba en la hora más amarga. Le dolía la juventud de sus asesinos, jóvenes atetados con nacionalismo de porro y litrona que vociferaban como una ruidosa jauría al servicio de intereses bastardos. Sintió cada una de sus injurias antes que las patadas y los golpes con que le derribaron. ¡Parecía tan sólido que daba la impresión de mantenerse en pie por algún extraño poder y no había más que una estructura de metal!
Crujió la madera como el sollozo de una bestia herida cuando la muchachada bailoteó sobre él, recreándose con el odio histérico que les ahogaba. Rieron con la agonía de la bestia y celebraron aquella “épica” victoria quizá imaginándose almogávares que habían tomado Constantinopla y no como villanos sin valor ni honor que disfrutan con la vejación de un supuesto enemigo que jamás les había deseado ni hecho mal alguno. Olvidaron las gestas -las verdaderas- de sus ancestros para regodearse con crueldad cobarde y victoria que sabía a miseria para ellos y vergüenza para sus padres y compatriotas, especialmente de los nacidos en aquella esquina de España.
—¡Espanyol! —le gritaban entre patadones, haciendo del honor un insulto, y aquello dolió sobremanera a la inanimada bestia y a todos los que nos sobrecoge la mayestática serenidad de su perfil y sentimos la bestia como nuestra.
¿Español? ¡Sí, español desde la tierra que lo sostenía hasta el hálito de sus cuernos de madera, y lo peor es que ellos, ¡ay!, ellos también eran españoles!
Es un relato bastante triste y amargo, sí. No podía ser de otra manera. He preferido el sabor amargo al ácido que suelo utilizar.
Gracias por vuestros comentarios, camaradas.
Un relato que trata de conmover al lector y posicionarlo, ejecutado con maestría y acierto.
Muy bien en cuanto a la forma y al ritmo.
Esto es lo que llamaríamos relato-protesta ¿no?
En todo caso, a mi me duele más que unos energumenos, que los hay en todos sitios y condiciones, hagan de las suyas imponiendo su razón a los demás, el hecho de que simplemente, no se arregle lo que rompen para demostrarles que su barbarie no sirve para nada. Tontolabas hay muchos, pero que se les deje campar por sus anchas es triste. Si quieren, que monten un burro al lado del toro. Pero que respeten lo de los demás.
Pero, traidor, esto es política, no literatura... ;)
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Un relato muy melancólico, compañero. Y bastante "Reverte". Me ha parecido muy bonito, aunque triste. Soy de los que le gusta ver la silueta del toro recortada en las carreteras, más desde que vivo fuera de la piel del ídem.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.