Una tarde del verano de 1607, una columna de españoles de la Capitanía de Sinaloa, bajo el mando de Diego Martínez de Hurdaide, se internó en la Sierra de Bacatete, al sureste de lo que hoy es el estado mexicano de Sonora.
Iban siguiendo a un grupo de indígenas ocoronis que habían atacado la villa de San Felipe y Santiago para ajusticiarlos. Desde hacía un par de años, los rebeldes ocoronis y zuaques se habían refugiado entre sus aliados yaquis, una belicosa etnia conformada por varias tribus que ostentaban el título de los más fieros guerreros de las tribus cahita. El capitán y alcalde mayor Diego Martínez había dado un ultimátum a los líderes de esta nación: entreguen a los rebeldes o aténganse a las consecuencias. Y las consecuencias fueron cuatro años de desastrosas campañas que terminaron muy mal para los españoles, incluída una batalla en la Sierra del Bacatete en la cual casi pierde la vida el capitán castellano. Al final, presionado y hostigado por las autoridades de la Nueva España, Diego Martínez tuvo que firmar un pacto de paz vergonzoso, tomando en cuenta que el glorioso ejército español había avanzado durante veinte años hasta el norte de lo que hoy es el terrirorio mexicano sin perder un solo enfrentamiento contra las tribus chichimeca.
Desde 1533 se tenía constancia de la belicosidad y la rudeza de esta gran etnia. Entonces, Diego Guzmán había llegado con sus conquistadores hasta los límites del Río El Fuerte, donde se encontró con una coalición de guerreros mayos y yaquis, quienes en acto simbólico pintaron una raya en la tierra frente a la mirada del capitán, advirtiéndole de lo insensato que sería el internarse en sus territorios. Diego Guzmán mandó formar filas y descargar los arcabuces, los mismos que habían dado buenos frutos contra otras tribus de la zona, pero contra los yaquis y mayos lo que provocó fue una andanada furiosa de flechas y lanzas que casi terminó en una tragedia para los aventureros castellanos.
Vista del Río Yaqui con la zona montañosa del Bacatete detrás
Durante siglos los yaquis siguieron gozando de esta posición de influencia local y tranquilidad, tornándose la nación indígena más influyente de todo el Noroeste de México. Con la llegada de las órdenes jesuitas, los yaquis fueron volviéndose cada vez menos agresivos. Dejaron de atacar a los poblados hispanos, abandonaron las prácticas de abigeo y se dividieron, para su gobierno, en ocho diferentes estados. Los misioneros cristianos los evangelizaron y educaron según las necesidades del nuevo estado de la Nueva España, que tenía serias pretensiones sobre los territorios de los yaquis.
En septiembre de 1734, el gobierno criollo de Juan Antonio Vizarrón declaró posesión sobre todos los territorios que aún no habían sido ocupados alrededor de las Villas de San Felipe y Santiago, Parral y Paso del Norte. Esto, por supuesto, incluía también a los territorios circundantes del Río Yaqui. Los yaquis organizaron delegaciones con ayuda de los jesuitas para reclamar lo que, por derecho, les pertenecía, enviando a sus dirigentes a la corte del Virrey en 1735, 1737 y 1739, negociaciones que terminaron en nada. Entrando el año de 1740, llegaron recaudadores y una división armada de españoles bajo el mando de Agustín de Vildosola, quien por entonces servía al gobernador de Nueva Galicia Manuel Bernal de Huidobro. Al estar siendo despojados de sus tierras, los yaquis se declararon en guerra, invitando a sus hermanos mayos, pimas y yoremes a unirse y rebelarse contra el gobierno virreinal.
Poco se sabe sobre los primeros caudillos de esta etnia, al no haber constancia escrita y al perderse la tradición oral por culpa de las deportaciones en masa de que fueron objeto posteriormente. Pero se sabe que el primer caudillo que sublevó a todos los cahitas contra Bernal de Huidobro y el gobierno criollo fue Juan Calixto, jefe yaqui de Cocorit. Era este un hombre muy apegado a los misioneros jesuitas que mucho tiempo detuvieron el ímpetu yaqui tras la declaración novohispana de la expropiación del Yaquimi, pero después de la tiranía con que operaba el gobernador Huidobro, los mismos jesuitas apoyaron y arengaron a los yaquis en la defensa de sus tierras.
Juan Calixto reunió a más de 5.000 guerreros, y se fue con ellos a proteger la Sierra del Bacatete -táctica que sería sumamente repetida después- la cual era, literalmente, una fortaleza inexpugnable. Durante tres años los insurrectos yaquis hostigaron las rutas del norte de la Nueva España. Los comerciantes y recaudadores no podían acceder durante mucho tiempo a Parral y Paso del Norte, en Chihuahua, ni a Torreón, en Coahuila, porque la principal ruta de Nueva Galicia doblaba en torno al Río Mayo y la parte baja de la Sierra del Bacatete. Esto trajo numerosas pérdidas al gobierno novohispano y la creación de rutas alternativas a través de la Sierra Madre Occidental y los territorios inhóspitos de Zacatecas, lo cual era peligroso, lento y costoso.
En 1743, el gobernador Bernal de Huidobro fue depuesto por la incapacidad de apaciguar a los rebeldes yaquis, y el mando fue otorgado al capitán Agustín de Vildosola. Este tomó rápidas medidas, declarando sus intenciones de pactar una tregua con los jefes insurgentes. En octubre del mismo año se entrevistó con el jefe yaqui Juan Calixto y el jefe mayo Juan Ignacio Muni, pero al término del encuentro, tropas federales se presentaron y los apresaron, recluyéndolos en San Carlos de Buenavista y ejecutándolos al poco tiempo después. Fue este el primer episodio de lo que se conocería en la posteridad como la guerra más larga y cruel en México y cuyo saldo sería la trastornación de cientos de etnias de todo el país y el surgimiento de uno de los odios más enconados entre blancos e indígenas -yoris y cahitas, como diría cualquier yaqui- en el continente americano. Después de la Guerra del Yaqui, el hombre blanco jamás sería visto igual en el norte de México.
Fuentes:
Vachiam Eecha, Cuaderno of Yoeme people.
Francisco del Paso Troncoso, Las guerras contra las tribus yaqui y mayo del estado de Sonora.
Eduardo Quezada, Quezada News Network.
Muy interesante el artículo. Conozco muy poco de la historia mexicana y es un placer adentrarse un poco en ella. Espero que siga la serie.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.