Proyecto Génesis

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Un relato con una curiosa particularidad: sus tres partes se pueden leer en cualquier orden

1

 

La barcaza arribó a la isla en mitad de la noche, como estaba previsto. En la orilla algunos isleños aguardaban a modo de comité de bienvenida. Un hombre vestido con traje blanco, mocasines y gorro de ala ancha del mismo color bajó el primero. Su aspecto era impecable. Saludó con familiaridad a algunos de los presentes y se dirigió con ellos hacia el interior de la isla. Grandes luminarias puestas a lo largo del camino alumbraban sus pasos. Tras ellos, varios hombres recién bajados de la embarcación les seguían; transportaban una enorme jaula cubierta con una tela negra que impedía ver qué había en su interior. A juzgar por sus caras descompuestas, no era una tarea agradable.

 

Llegaron a una cabaña de madera, en medio de uno de los escasos claros que existían en aquella jungla. La chabola, amueblada de forma austera, con una mesa y un par de sillas, en lo que pretendía ser la cocina, contaba con un pequeño catre en la pared izquierda pegado a la ventana; junto a él una pequeña mesilla quedaba a su derecha; el único armario que había en el exiguo dormitorio contaba con puerta de una sola hoja; la llave estaba puesta en la cerradura. Al fondo, justo al final de la única estancia de aquella singular vivienda, una abertura pequeña y estrecha permitía el acceso a la montaña colindante y se adentraba en ella. A menudo se disimulaba con un biombo o un inmenso tapiz; esta vez aparecía descubierta. El grupo se encaminó hacia allí directamente.

 

Se adentraron en las sombras arropados por las tenues luces de las antorchas que llevaban consigo. Tras varios corredores y escaleras descendentes que dificultaban el paso, sobre todo a los portadores de la pesada jaula, llegaron a un espacio circular muy amplio. Sus blancas paredes de cal conferían al lugar una luminosidad de la que carecían los tramos precedentes.

 

A una indicación del hombre trajeado, todos se hicieron a un lado mientras tecleaba el código de seguridad en la puerta antipánico que había ante él (primera de las notas discordantes en aquel singular laberinto cavernoso). Acto seguido la puerta se abrió mostrando a los recién llegados, una sofisticada estancia con amplios techos abovedados en cristal y relucientes suelos de mármol en diversos tonos. Un espacio que contrastaba claramente con el aspecto tosco y rústico de los diversos pasajes por los que habían cruzado hasta entonces. La sala, que parecía un auténtico laboratorio futurista, albergaba a numerosos operarios con buzos inmaculadamente blancos: algunos de ellos llevaban también guantes; otros además de los guantes, vestían aparatosas escafandras y un tercer grupo (el de los que consultaba datos a ritmo frenético en los potentes ordenadores) tan sólo llevaba el buzo. En ninguno de aquellos uniformes se apreciaba emblema alguno o distintivo de categoría.

 

Sin que nadie lo indicase, los hombres que transportaban la pesada carga, se encaminaron hacia una puerta lateral que presentaba un letrero de acceso restringido, regresando a los pocos minutos, libres ya de su fardo. De inmediato desaparecieron de nuevo por otra puerta cercana a la anterior. Cuando volvieron eran irreconocibles con las escafandras, buzos y las pesadas botas y guantes en pies y manos.

 

Por su parte, el hombre elegante había subido con tres de los cinco hombres que le habían recibido en la playa a la plataforma central del recinto y desde allí observaba complacido todo cuanto sucedía a su alrededor. Se sentía inevitablemente orgulloso de los progresos obtenidos. Si seguían avanzando a aquel ritmo, a finales de año o durante el primer trimestre del siguiente año, podrían presentar algunas pinceladas del programa a la Comunidad Científica Internacional.

 

Atrás quedaban las dudas y prejuicios sobre si se estaban extralimitando en sus investigaciones. Desde luego la alteración del movimiento de rotación del pequeño planeta, aunque considerado por él mismo como una medida extrema, había constituido un auténtico logro y había sido una de las causas principales en la reducción de plazos para cada fase del proyecto.

 

 

2

 

Algo se revolvió en la jaula del fondo, la del recién llegado. El resto de bestias de las jaulas colindantes, movidas por la curiosidad, se agolpaban cerca de los barrotes para observar al nuevo. Cada uno de ellos tenía una historia dolorosa a sus espaldas. Y todos invariablemente actuaban igual ante su cautiverio: pasaban de la rebeldía inicial a aceptar por efecto de las drogas o el cansancio su nueva realidad.

 

Eric se sentía mareado. No recordaba nada de lo sucedido en las últimas horas. Mirando sus cadenas y sus manos enseguida adivinó que lo había vuelto a hacer a pesar de haberse prometido a sí mismo que no incurriría en ese error de nuevo. Golpeó con fuerza las sienes ante su falta de voluntad.

 

Docenas de pares de ojos expectantes parpadeaban sorprendidos. Ninguno de ellos veía nada en aquella jaula salvo unas cadenas colgadas de la nada. Se oían refunfuños, golpes y quejidos, pero ¿realmente había alguien allí dentro?

 

Pasados unos instantes Eric miró a su alrededor descubriendo a variopintos personajes que como él habían caído en manos del destino más amargo. Iba a compartir encierro con: un centauro; un par de grifos (al menos eso parecían, no estaba convencido de ello); una familia entera de personas-lobo (estaban en plena transformación, así que dedujo que había luna llena); también había extrañas figuras de piedra de aspecto diabólico que no parecían encajar en aquel insólito zoológico y que al contacto con los rayos de luna cobraron vida (se trataba de gárgolas, sin duda) y hasta una hermosa esfinge. Ya había visto bastante, no estaba siendo justo con sus compañeros. Optó por hablarles. Sabía que desataría el miedo, incluso quizá algún desmayo entre los más susceptibles, pero debía habituarles a su voz, antes de hacerse visible.

 

3

 

Se levantó empapado en sudor. Llevaba días debatiéndose entre si era correcto o no continuar adelante con el programa. Si llegaba a conocimientos de alguien inapropiado, la humanidad estaría en peligro. Conocer íntegramente las secuencias de ADN que generaban aquellas anomalías en la especie era un arma de doble filo.

 

No podía consentirlo. Se vistió apresuradamente y pidió un taxi. El autobús nocturno haría parada allí en quince minutos, pero no podía aguardar tanto tiempo. El taxi llegó puntual, justo a la hora que le habían comunicado. A esas horas apenas había tráfico y llegarían rápidamente al edificio donde trabajaba.

 

El profesor saludó en recepción al guarda jurado que había tras el mostrador. Un bostezo avisó al científico de lo aburrido de la jornada para aquel joven de uniforme. Sonrió mostrándole sus credenciales.

 

El guarda, agradecido por la interrupción, se ofreció a acompañarle hasta la tercera planta. La conversación en el ascensor no resultó original. Las palabras salían cansadas de boca de los dos hombres. Ninguno era un gran conversador. El ascensor se detuvo en el tercer piso. Un rótulo sobre una placa metálica anunciaba: “BIOGÉNETICA” sobre la primera de las puertas, tras franquearla, a unos metros una nueva placa, menor que la anterior y en letras rojas, advertía que se estaba entrando en área restringida.

 

El profesor obvió las puertas laterales que había a cada lado del corredor, después de aquellas dos primeras puertas, dirigiéndose sin dilación hacia la última del ala este. Introdujo por segunda vez desde su llegada un código alfanumérico y un tercero en la última puerta.

 

Las luces se encendieron al detectar el movimiento. Se dirigió hacia el rincón donde se guardaban los archivos. Cogió los que buscaba y los pasó sin grandes ceremonias por la trituradora de papel. A continuación escribió en una cuartilla en blanco, que encontró sobre el escritorio de la pequeña sala, su dimisión. Comenzaba con una escueta nota y seguía contando su extraño sueño; tenía la vana esperanza de que alguno de aquellos ambiciosos hombres de negocios que patrocinaban el proyecto entendiera el porqué.

 

“No puedo consentir que esto salga a la luz. Dimito. No puede haber más, Eric, por el mundo. Si eso sucede en mis sueños, ¿qué no podrá suceder en la realidad?

 

Firmado: Profesor Abban Sheridan, ex-director del proyecto.”

 

Minutos después el profesor abandonaba el edificio silbando una cancioncilla irlandesa que recordaba de su infancia mientras aferraba con fuerza una pequeña Biblia.

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Patapalo
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Un relato curioso, aunque excesivamente fragmentario. De hecho, cada una de las tres partes podría pertenecer a una historia distinta y no cambiaría gran cosa; en cierto modo, es como si no estuvieran conectadas, y la gracia que les daría unirlas no se aprovecha de un apartado a otro -al menos, desde mi punto de vista-.

En cualquier caso, una agradable lectura.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Félix Royo
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Lo he leído 3-1-2 por probar pero la verdad es que no termino de encontrar la relación entre los relatos, a lo mejor es falta de datos o relacionantes entre los elementos de las partes, no sé.

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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Dennx
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 bueno en fin como experimento se deja leer, aunque no cumplacon su cometido, y deja ganas de leer algo mas, pues tiene pinta de algo grande.

10 a 1 que el recien llegado es un vampiro!

For we who grew up tall and proud In the shadow of the mushroom cloud Convinced our voices can't be heard We just wanna scream it louder and louder louder http://profiles.yaho

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Sechat
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Gracias por vuestras palabras. Releyéndolo con más detenimiento, llego a la misma conclusión que vosotros: parecen historias independientes. Debería haber trabajado más la interconexión entre sus partes. Supongo que me obcequé en el límite de palabras y pequé de estar demasiado centrada en eso.

P.D.: El recién llegado que tantos interrogantes plantea, no es un vampiro. Siento desilusioanaros.

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