Pequeña reflexión y explicación del papel del euro en la crisis actual.
A veces me pregunto si valió la pena estudiar Economía. Es algo más que una cuestión personal y, más allá de las oportunidades laborales, me pregunto si realmente sirven esos modestos conocimientos para comprender mejor la difícil situación que vivimos cuando cualquier periodista parece tener hoy el título de economista. Sé que no es extraordinario que los periodistas hablen con seguridad de aquello que está fuera de su especialidad pero, cuando de asuntos económicos se trata, no es necesario que pensemos en mentes privilegiadas como la del conocido César Vidal, que lo mismo puede ilustrarnos sobre teología que acerca de la historia del Imperio Romano, la literatura egipcia o la biografía de Johny Cash y escribir una novela histórica en los amplios ratos libres que las tertulias radiofónicas y la investigación definitiva sobre la Guerra Civil le permiten.... No, hoy cualquiera puede hablar de economía.
No obstante, es frecuente que en estas tertulias (¡gracias a Dios!) aparezca un economista para aportar cierto rigor, aunque sólo sea con su presencia. Normalmente el invitado se limita a certificar las opiniones de los periodistas con cifras y algún comentario "científico" que es escuchado con la mayor gravedad y que trata de sentenciar como hechos indiscutibles y científicos lo que en buena parte son opiniones políticas. Por ello se entenderá mi sorpresa cuando, escuchando una tertulia radiofónica, entró en escena un economista que, en vez de limitarse a aprobar las opiniones de los demás contertulios, afirmó que la raíz de la crisis no estaba en la falta de previsión y las medidas erróneas del gobierno sino en la adopción del euro.
Creo que la sorpresa de los contertulios fue sincera pero no escuchaban una tesis original aunque pueda parecerlo. El economista norteamericano Paul Krugman -premio Nobel de 2008 y al que dediqué un artículo- tuvo la amabilidad de pasar por España para explicarle a nuestro insólito presidente la gravedad de una crisis en la que pesa mucho nuestra incorporación al euro1. No es, ni mucho menos, una excepción. Puede que en la vida pública y en los medios pese un verdadero tabú sobre el tema pero no entre los economistas.
Se me dirá que tampoco existe tal tabú en las conversaciones cotidianas, en las que el impacto del euro sobre los precios es tema casi tan recurrente como el tiempo. Pero eso no es más que una pequeña parte del problema, la parte visible del iceberg que oculta las ocho novenas partes sumergidas en el mar. El euro ha hecho mucho más que redondear al alza los precios. Sin el euro jamás hubiera llegado esta burbuja inmobiliaria a los niveles que llegó. No hay que hacer mucha memoria para recordar cómo no hace tanto ciudadanos corrientes se endeudaban con alegría para pagarse las vacaciones o una cámara digital.
No fue sólo codicia o una tradición del ladrillo muy arraigada en la mentalidad de los españoles. Es que el ladrillo se convirtió en la mejor opción. El tipo de interés no es sólo un indicador de lo que cuesta conseguir un préstamo bancario. Por el lado de la oferta, de los que ahorran en vez de tomar prestado, es un indicador de la rentabilidad del ahorro. Pero debemos descontar el efecto de la inflación para conocer el tipo de interés “real”, cosa que suele hacerse restando la inflación al al tipo de interés nominal. ¿Qué tenemos entonces? Un tipo de interés real negativo2 gracias a un dinero más barato de lo que nunca estuvo antes para los españoles y a un tipo de interés nominal por debajo incluso de la propia inflación. Dicho en otras palabras: la alternativa a meter los ahorros en ladrillo era muy limitada, si es que la inflación no se comía cualquier rentabilidad. La mejor opción no era comprar bonos o acciones (directamente o a través de un fondo de inversiones) sino comprar ladrillos y eso es lo que hicieron los españoles. Bueno, algunos prefirieron confiar en la compra de sellos, pero ésa es otra interesante historia...
A pesar de todo, se nos decía que semejante espiral especulativa se corregiría con el tiempo, que los precios de la vivienda se ajustarían con suavidad al mundo real que habían abandonado. Puede que la economía no ofrezca leyes como las de las ciencias exactas pero sí al menos relaciones que parecen cumplirse con cierta regularidad, y es que no existe constancia de un solo caso de burbuja especulativa que se haya corregido de forma gradual. Es lo que el economista Galbraith llama la lección más vieja de la economía3, y sin embargo los que viven el proceso confían en que no vuelva a repetirse... La burbuja inmobiliaria en España de los últimos años no fue la esperada excepción y lo que algunos llamaron el nuevo milagro español (demostración de una economía dinámica e innovadora frente al eje franco-alemán) es hoy motivo de burla. No, España no ha aportado ningún modelo a seguir para Europa con una economía basada en el ladrillo y en el endeudamiento.
Endeudamiento gracias al dinero barato del BCE y que hubiera sido imposible sin el euro. Ningún Banco de España sensato lo hubiera permitido y su intervención no habría permitido una década de espuria prosperidad a cambio de evitar el desastre actual.
Ah, pero es que aquí no termina el problema. El euro no sólo ha tenido mucho que ver con que la crisis actual sea muy peculiar dentro de una crisis internacional sino también con las enormes dificultades para superarla. Porque España no es una autarquía sino una economía dentro de una unión monetaria, una situación muy novedosa. Es momento igualmente de que hablemos del déficit comercial crónico, que no es, como pueda pensarse, un problema de autoestima nacional porque nuestros bienes y servicios no sean atractivos para el comprador extranjero sino una causa de ese terrible padecimiento que es el paro. Porque la inflación de los últimos años, aunque aparentemente pequeña, ha restado competitividad a las exportaciones españolas. Sí, un 4% de inflación no impresiona a nadie cuando España ha vivido décadas con un alza de los precios mucho mayor. Cierto, pero si en España la inflación de los últimos años ha estado entre el 3 y el 4%, la media europea apenas si ha rozado el 2% o menos.
Además antes teníamos una moneda propia y el tipo de cambio podía ajustar nuestro déficit comercial... Es más sencillo de lo que parece: los extranjeros que querían nuestros productos compraban pesetas para adquirirlos a cambio de su moneda y nosotros comprábamos su moneda a cambio de pesetas para importar sus productos. Un déficit comercial suponía que se ofrecían más pesetas de las que se demandaban y el tipo de cambio (la relación de cambio entre la peseta y las monedas extranjeras) variaba para ajustar ese mercado.
En otras palabras: eso es lo que se llama devaluación, algo que muy seguramente cualquier Banco de España hubiera hecho en esta situación si la peseta existiera. ¿Por qué? Porque una devaluación abarata nuestras exportaciones y encarece lo que importamos, ajustando nuestra economía. Claro que no es una medida indolora: no podría serlo cuando supone una pérdida de poder adquisitivo generalizada. Igualmente es cierto que existe el riesgo de lo que se llaman “ataques” de los especuladores sobre nuestra moneda. Pero las políticas monetarias tienen ciertas ventajas que las hacen muy atractivas. La primera es la rapidez. La segunda es que son inevitables para todos. Posteriormente podemos utilizar nuestro poder de negociación para escapar de las consecuencias pero a priori sufriremos el impacto.
Muy bien, se preguntará el lector, pero la peseta es ya cosa del pasado. Es imposible devaluar la moneda española porque no existe tal. ¿Entonces cuál es la vía para el ajuste?
El otro camino de ajuste es mucho más sencillo. Si nuestros precios hacen que nuestros bienes y servicios sean tan poco atractivos para los demandantes extranjeros, entonces no hay más que bajarlos y eso nos llevará al equilibrio, tanto porque bienes más baratos serán más demandados desde el exterior como porque eso reducirá nuestras rentas y caerán las exportaciones... Sí, cuando dije “sencillo” me refería a lo sencillo que es comprender el mecanismo porque esto es mucho más fácil de decir que de hacer. En el mundo real los precios no se ajustan de forma automática e instantánea sino con dificultades que se agravan cuando se trata de ajustarse a la baja.
No hay más que imaginar lo que esto significa para los sindicatos. Un aumento salarial siempre es una victoria, aunque sea inferior a la inflación y por tanto no signifique un aumento real del poder adquisitivo. Por el contrario un descenso es algo negativo. La psicología humana no hace más que agravar el conflicto social que se produce en esta situación.
Si los precios se resisten a bajar en el mercado, aquellos precios que son fijados por el Estado no lo hacen con mayor facilidad. Sólo pensemos en las pensiones, el salario mínimo o los salarios de los funcionarios, que ven cómo su nivel adquisitivo aumenta. Ocurriría incluso en condiciones de congelación salarial, que tampoco es el caso.
Y es que al final lo que los autonombrados “economistas” manejan no es más que un modelo de competencia perfecta, el modelo económico más sencillo de un mundo donde los precios bajan y suben para ajustar la oferta y la demanda de forma automática, donde una fábrica de automóviles puede convertirse en una fábrica de golosinas para adaptarse a los cambios bruscos de demanda y donde los intereses creados y los grupos de poder no existen. Es un modelo básico y por eso mismo fundamental, pero no es suficiente para comprender el mundo real.
De la misma manera que desconfío de los periodistas que hablan con tanta seguridad de la economía lo hago de los políticos. ¿Acaso nadie pensó en los problemas que acarrearía entrar en una moneda única cuando nuestra realidad económica era tan distinta de Francia o Alemania? No es sólo una cuestión de peso político (que también). Es que son países como Francia o Alemania (muy competitivos en sus exportaciones pero con una baja inflación y crecimiento) los que dominaban la economía europea y el Banco Central Europeo ha actuado en consecuencia durante estos años.
Antes de que se me acuse de “euroescepticismo” o incluso de nacionalista diré que es cosa bien diferente no creer en la Unión Europea y no creer en el euro. A no ser, claro, que esta confederación no sea en el fondo más que la Europa de los mercaderes. Simplemente no creo que la moneda de un país sea un símbolo nacional ni su banco central una institución patria. No, la moneda de un país es un importante instrumento económico y lo perdimos cuando se adoptó el euro. En vez de asumir las debilidades de la economía española para realizar los cambios oportunos antes de entrar en el euro, nuestros políticos se llenaron la boca de construcción europea, se armaron de falso patrioterismo e hicieron como Cortés al quemar sus naves antes de emprender la conquista del Imperio Azteca...
Ahora no hay marcha atrás. La peseta es agua pasada y las medidas monetarias están descartadas. Queda por delante el doloroso camino de la deflación con el desempleo, el conflicto social y el endeudamiento de las arcas públicas.
Notas:
1.- Paul Krugman nos ha dedicado alguna entrada de su interesante blog. Breve y descriptivo, el que se maneje con el inglés que no deje de visitarlo: http://krugman.blogs.nytimes.com/2009/01/19/the-pain-in-spain/
2.- Lógicamente el verdadero tipo de interés real no puede ser negativo (¿conseguir un préstamo y que te descuenten los intereses?). Es una aproximación de una fórmula mucho más compleja y menos intuitiva.
3.- A los interesados recomiendo un libro divulgativo y ameno como pocos: “Breve historia de la euforia financiera”, de John Kenneth Galbraith, Editorial Ariel.
No son muy halagüeñas las perspectivas que nos traes, pero hay que reconocer que es un artículo bien escrito y argumentado -amén de fácil de entender-. Me ha resultado muy interesante.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.