Orígenes y desarrollo de la antificción literaria IV y V

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Tercera entrega de este ensayo sobre la fantasía y la ficción en la literatura

 

4. La antificción en nuestros días

 

Ahora siento en mis coetáneos algo muy parecido a ese pensamiento humanista. Se condena la literatura fantástica como «cosas de niños»; el cómic se ve visto, desde la ignorancia, como «antiliteratura»; la enseñanza del latín, nuestro origen lingüístico y cultural, se delata ante estos ojos insultantes como algo «inútil y vacuo». La acomodación a esta nueva cultura tecnológica, al estadio más supremo del mercantilismo capitalista, me parece, ha hecho que la mayoría de la gente piense sólo en esa utilidad de las cosas perdiendo de vista lo que, bajo mi punto de vista, tiene la misma o tal vez mayor importancia: el aprender entreteniéndose, el gozo, el disfrute, el entretenimiento. No podemos pretender estudiar una carrera universitaria por el simple hecho de tener salidas profesionales. ¿De qué serviría si no disfrutamos nada de lo que aprendemos? ¿Qué vida se puede tener así? Presiento una extraña voluntad de esclavitud en estos pensamientos. De todo esto deriva ese señalar con el dedo a las carreras de letras y desprestigiarlas mientras se miran por encima del hombro. Estamos llegando a una conciencia colectiva en la que el ser humano se cree por encima de su pasado y su futuro: se cree un superhombre. Vemos retazos de ese irracionalismo nietzschiano en nuestra sociedad actual. El estudio de las lenguas se ve como algo inútil, cuando ellas nos lo han dado todo.

 

La pregunta sería entonces: ¿qué buscamos en la literatura en este momento de la historia? Yo creo que ahondar en esta cuestión daría para hablar mucho más que unos cuantos folios, resulta un tema controvertido y, por la cercanía de miras, todavía tal vez incuestionable. Lo que sí podemos hacer es preguntarnos por qué ese rechazo nuevamente a la literatura de ficción, a la fantasía, al imaginario, por qué este afán por lo útil, lo operativo y lo racional.

 

En primer lugar, creo que no podemos dejar de lado que vivimos una época de un excesivo individualismo. Esta cultura del yo la podemos observar claramente hoy por Internet, a través de blogs, fotologs, redes sociales y demás webs 2.0. La gente desea ser leída, la gente desea ser escuchada, y sobre todo, la gente desea ser vista. La ciudad nos ha ido desde hace siglos climatizando a esta cultura de calle, trabajos y hogar, separando las cosas que en un principio pudieron estar más unidas. No deja de ser curioso que precisamente aquí haya otra relación indisoluble con el Renacimiento del que ya hablamos: justo en aquel momento histórico, donde comenzó a burlarse la intelectualidad de la fantasía, era el punto preciso en que el pueblo comenzó a separarse de aquella cultura agrícola-medieval para asentarse en las ciudades. Fue, además, cuando se pasa de la conciencia teocentrista del Medievo (dios como centro de las cosas, el hombre es un simple peón), a la antropocentrista del Humanismo (el hombre como centro de la tierra: el yo). Volvemos a encuadrarnos en esa individualidad que parece, desconocidamente, tener cierta relación con la crítica a la búsqueda del puro entretenimiento. Ahora lo común es ver zombis por la calle que no oyen ni siquiera la vida: están demasiado ocupados con sus móviles o sus auriculares. Todos estos procesos interioristas tienen que desembocar en algo, tienen que crear unas raíces distintas desde las que el ser humano comenzará a buscar sus nuevos modos de fabricar el arte. Creo que todos estos hechos convergen al final en una misma cosa: rompen las conciencias colectivas. La controversia es ahora mucho más característica que en épocas de diálogo general. Hemos vuelto, parece, a una época donde lo que prima es el impulso del intelecto y el raciocinio por encima de las otras cosas, o de la tecnología por encima de las artes. Es curioso ver que en la Edad Media daban más prestigio al trivium, es decir, al estudio de la gramática, la retórica y la dialéctica, que al cuadrivium, esto es: la aritmética, la astronomía, la geometría y la música, las llamadas artes mecánicas, que eran, como hoy pero a la inversa, consideradas materias de menor importancia. Intuyo que esta individualidad nos conduce hacia dos caminos opuestos: la aceptación de lo fantástico y la negación del mismo. Precisamente que el individuo parta de sí mismo hacia fuera, le puede hacer suponerse ante diferentes modos de asimilación cultural en un mismo punto sincrónico.

 

Creo que estas dos maneras culturales las podemos ver hoy claramente definidas en dos grupos: los que invocan fantasía, sobre todo un gran sector de la población juvenil, y los que la rechazan. Me parece que todavía es la segunda y última la que impera, es decir, el pensamiento humanista del Renacimiento que ahora, como herederos del Quijote, reinventamos con cautelosa cortesía, y que podemos llamar, como hicimos antes: antificción.

 

Sin embargo, ese primer sector que anhela evasión se va dejando ver paulatinamente en las salas de cine, donde cada vez con más fuerza el público exige adaptaciones de cómic (un medio donde abundó casi siempre lo puramente fantástico), películas de ficción y entretenimiento. El reciente boom de la literatura y, por consecuencia, reinvención adolescente de la figura del vampiro, a través de la saga Twilight (Meyer, 2005)1, o la serie televisiva donde conviven vampiros con humanos: True blood (Ball, 2008), u otras de éxito reciente entre el público joven como Merlín (Jones, 2008) o Legend of the Seeker (Beesley, 2008), además de películas a parte donde se reinventan figuras de antihéroe como Hancock (Berg, 2008), un obvio legado picaresco, nos hacen posicionarnos en este deseo discursivo: se demanda ficción fantástica. Hay muchos otros ejemplos; podríamos analizar en profundidad cada una de las obras y seguir mencionando películas o libros aparecidos en los últimos años para llegar al final a la misma conclusión, a la proliferación por una parte de la sociedad de este tipo de evasiones.

 

Creo que se está rompiendo esa antificción, en parte porque venimos de una época de carestías culturales, donde las dictaduras no nos permitieron obtener el gozo por el simple gozo, usar la literatura como forma de escapar de la realidad y la imaginación como recurso primordial del intelecto; en parte también porque debido al exceso de querer dar testimonio social de lo ocurrido, es decir, de un excesivo realismo, se rompe ahora con nuevas fórmulas que pretenden eclipsar lo que ya conocemos sobradamente. Nace entonces el misterio y lo fantástico, que se inmiscuye de nuevo en los relieves de nuestras vidas y en todas sus voluntades: en la literatura, en el cine, en la pintura, en la música. La fantasía es una lluvia que lo moja todo, porque, como dije al empezar este texto, es necesaria para la vida.

 

Hemos aclarado ya las relaciones renacentistas con las posmodernas en tanto que las dos sociedades: a) rechazan la fantasía; b) recalcan la importancia de lo útil y lo didáctico (pensamiento erasmista y reformador antes; pensamiento antificcionista ahora); c) y conforman una pluralidad discursiva bastante variopinta. Ahora bien, me parece importante matizar algunos aspectos.

 

Las causas del Renacimiento son esclarecedoras: se pretendía romper con esa época oscura y lenta que era la Edad Media, por lo que a un molde irregular se le pretende imponer uno armonioso, se busca culturizar al pueblo que había sido durante mucho tiempo ignorante (recordemos que prácticamente solo una mínima parte de la sociedad estamental del medievo era letrada: la nobleza y el clero); es decir, se desea renacer de la «muerte». De ahí nace el pensamiento humanista y, en consecuencia, el rechazo de la ficción, pero no creo que sirvan las mismas causas para el surgimiento, ahora, de la antificción. Nosotros no venimos de una Edad Media, pero sí llegamos de otra especie de muerte: las degradantes y mortales guerras del siglo XX, los estancamientos económicos, las pérdidas, en definitiva, de voluntades y amor al mundo. Tal vez todavía tenemos demasiada conciencia social, por la obvia podredumbre a la que acudimos el siglo pasado, como para sobreponernos y querer escapar de tanta miseria a través de la imaginación. Muchos siguen metidos en la lucha por la justicia de la memoria, por el dolor acérrimo y la sangre que todavía mancha; otros, como ese sector del que hablábamos, prefieren ir mirando hacia un futuro más distante, fantástico, maravilloso.

 

5. El ficcionista contra el antificcionista

 

Esta dualidad podemos enfocarla del siguiente modo, e inventamos términos: ficcionista contra antificcionista. El primero sería el que la acepta y busca; el segundo el que la rechaza y desprestigia. Podemos, además, esclarecer este enfrentamiento con uno de los ejemplos más populares del momento, la serie de televisión estadounidense que desde hace unos años ha creado las más dispares teorías y polémicas: Lost (Abrahams, 2004). Se trata de una serie totalmente ficcionista, en este sentido, es decir, que parte de unas premisas reales pero en ella se confunde absolutamente todo el rato realidad con fantasía; la serie no sólo abarca por tanto esta dimensión imaginaria, sino que se adentra en la ciencia ficción, en el género de aventuras, el de suspense, el de terror, el de los romances y el amor, el de la misma épica, el mitológico, y el detectivesco. En Perdidos, como se conoce por España, vemos desde un inicio el progreso constante de unos personajes y unas historias que, en fin, tendrán relaciones de lo más insospechadas. Existen dos planos, el real (representado mediante flashbacks o retrospecciones, que nos van contando el pasado, en principio, de los personajes); y el enigmático (representado mediante el presente: la isla). No voy a aventurarme mucho más allá por no estropear el visionado a aquellos que, si llegan a leer esto, por muy osados que resulten, no hayan visto todavía la ficción de la que hablamos. Pero sí podemos decir que la serie guarda no sólo enigmas ocultos a los propios personajes que se verán accidentados en ella, sino a los mismos espectadores que somos todos nosotros y que, con asombro de niño, vamos pacientemente descubriéndolos.

 

Hablo de Lost porque esta serie expone, en mi opinión, el paradigma de este dualismo del que hablaba: el ficcionista contra el antificcionista. La serie, por sus muy dispares fantasías, ha acabado por despertar un sentimiento: muchos seguidores dejaron de verla porque les resultaba «demasiado fantástica», como aquel libro de Verne que Cortázar enseñó con ilusión a uno de sus compañeros escolares y le fue del mismo modo despreciado. Ahí aparece la «palabrita», como dijo el argentino, y ahí estamos nosotros para observar los dos enfrentados pensamientos: por una parte existe el que rechaza tanto misterio y ficción, el que los ve como métodos inútiles y prefiere cosas más reales; por otro, el que se deja engañar como un niño y suspende toda incredulidad para avanzar por los presagios de un camino delicioso, pero a tientas, porque le resulta desconocido y, por tanto, tentador.

 

Estas posturas pueden verse en la multitud de foros y páginas que desde el año 2004 han proliferado por la red al aparecer la serie y, con ella, sus múltiples seguidores y, luego, detractores decepcionados. Millones de mensajes que mes tras mes van siendo administrados en estas comunidades donde la gente, de puro furor, es capaz de llegar hasta a insultar a los otros tertulianos por el simple hecho de defender la postura contraria. Aquí volvemos a hablar de un boom ficcionista que acaba derivando en dos caminos: el que lo persigue y el que lo desecha.

 

La multipluralidad de Internet permite esto; permite que, como en el Renacimiento, se den muy distintos pensamientos y géneros, y que éstos convivan, enfrentados o no, en un mismo punto de la historia; lo permite, además, de un modo concentrado y dinámico, útil, porque todo está en constante movimiento y uno puede acceder a lo que desee con la sencillez de unos minutos. El formato del blog es lo más cercano a este nuevo soporte del que hablamos: en éste, el autor publica tanto poemas como artículos, descripciones de viajes, fotografías (Internet incorpora con extrema facilidad el elemento audiovisual a esta nueva forma de hacer cultura), relatos e incluso novelas. Se escribe y se lee de todo; por tanto, la ficción y la antificción conviven en un fino hilo de disputas.

 

Hablaba en un principio en términos literarios y al final he pasado al audiovisual. Me parece lógico ya que la cultura posmoderna es proclive a esto. El hombre de ahora se acomoda a nuevos formatos; el cine y la televisión, desde hace muchas décadas, comienzan a ser antepuestos al de la misma literatura. El audiovisual requiere un menor esfuerzo, es una tarea pasiva; la literatura requiere un mayor nivel de actividad. La pereza invasiva del hoy, sea por las causas que sean, lanza al hombre hacia este nuevo universo nada despreciable de ficciones igualmente validas que es el séptimo arte. De ahí derivamos a Lost y por ello podemos, del mismo modo, aplicarlo a la literatura y a las letras; el medio no cambia la circunstancia, nos sirve del mismo modo para ilustrar estos procesos antificcionistas de los que hablamos.

 

El audiovisual es, dicho brutal e ineficazmente, la literatura moderna.

 

 

Notas:

 

1.- Recientemente adaptada al cine con título homónimo: Twilight (Hardwick, 2008).

 

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Patapalo
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Una entrega muy interesante, sin duda, y en la que va a haber más discrepancias. Personalmente, creo que has querido abarcar demasiado en el marco y al final quedan demasiados flecos.

Hablamos de literatura española, principalmente, pero luego caen ejemplos anglosajones a diestro y siniestro, cuando encuentro que la dinámica es muy distinta (como prueba que Weird Tales se ha mantenido en buena forma durante el siglo XX, mientras que aquí iniciativas semejantes tienen dificultad en cuajar). Se habla de la muerte de las grandes guerras, pero España no vivió las mundiales. Al mismo tiempo, durante la dictadura proliferaron los ejemplos de literatura de esparcimiento, las famosas novelas de a duro, que cubrían el espectro de la ciencia ficción, la aventura exótica (como el Coyote), etc.

En esa primera parte del artículo creo que hay ideas muy interesantes, pero que te ha faltado filtrar un poco el discurso para encuadrarlo adecuadamente (quizás podamos conseguirlo entre todos en el foro, porque desde luego la maraña es grande).

En cuanto a la reflexión sobre Lost, muy adecuada y bien llevada: sin duda es fascinante cómo se ha conducido la serie y las reacciones encontradas que supone. Todavía tengo muchos capítulos por ver, pero sin duda se puede considerar un hito muy importante, y que tiene mucho peso en esto de la antificción y la ficción.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Jecholls
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Pues ya me han comentado otros lectores del "ensayo" algo parecido: mi imprecisión en algunas cotas. Es cierto, el espacio de este texto no es tan extenso como tal vez lo pudiera ser si hubiera ahondado algo más. Son cuestiones que dan para mucho más. y yo cuando empecé a escribir no me puse un tope. Simplemente llegó un momento que paré, y ahí se quedó todo. Tal vez debería haber dejado enfriar más algunas ideas y luego acotarlas mejor, precisarlas y no dejarlas tan el aire, o simplemente ser más concesivo. Pero me pierden estos temas y mi visceralidad me envuelve, como siempre, y doy lugar a estas cosas. Pero me parece que esa confusión es hermosa. Que ahora lleguéis vosotros aquí y queráis debatir más, ciertos temas. Quizá esa es otra tarea del escritor, dejar algunas cosas en el aire para que sus lectores las recojan y se tomen la actividad como algo propio. Pasaremos al foro, pues.

Por cierto, y respondo con esto a Guy ya también, esta era la penúltima entrega. La parte VI será la última y con ella concluiremos, aportando al final la bibliografía correspondiente a todo el texto publicado aquí por partes.

Gracias nuevamente a todos por las palabras, el ánimo, los elogios, las sugerencias, las lecturas...

Sonrisas.

www.obliviamare.es

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Félix Royo
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Aunque diletante, queriendo picar de un poco de cada, son interesantes las cuestiones mostradas; si bien queda más como un paseo, y como una invitación a que el lector investigue más por su cuenta, que como un análisis propiamente dicho. En cierto modo falta una reexposición más concienzuda en algunas partes para distanciarlo del artículo largo y convertirlo en un ensayo. No sería mala idea que de aquí a un tiempo ahondaras en los diversos aspectos porque nos muestras el filete pero nos traes el postre antes de que podamos huntar.

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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