Cada vez que pienso en Harry Potter y el misterio del príncipe me entran unas ganas de invadir Hogwarts…
I. Imagine que la saga cinematográfica de El señor de los anillos no es una trilogía, sino que consta de cuatro partes. Imagine que existe una entrega perdida entre Las dos torres y El retorno del rey. Recuerde esos pequeños momentos entre batalla y batalla. Imagine que esa nueva película está formada íntegramente por momentos de ese tipo. Imagine a Merry y Pippin fumando sus hierbas en compañía de Barbol sin decir ni pío. A Legolas, Aragorn y Gimli haciendo el montaraz, corre que te corre, parando ocasionalmente para orinar en la maleza media, escenas de un cuarto de hora del trío durmiendo. A Gandalf cepillando sus blancas melenas mientras admira el rocío de la mañana y a Arwen meditabunda (bueno, así estaba también en las otras tres películas). Imagine, en fin, a Sam Sagaz preparando ora sí ora también un estofado de liebre que Frodo rebaña con su pan élfico mientras Gollum se huele las axilas. Imagine dos horas y media en las que no pasa nada más que eso. Imagine dos horas y media de aquello que más le aburrió de los mundos de Tolkien (y Jackson). Y ahora llore.
II. No he leído un solo libro de Harry Potter y sólo he visto una de las adaptaciones cinematográficas. Conviene avisarlo. Que un niño se sumerja en atmósferas tenebrosísimas con su varita y sus gafas redondas de pasta al grito de “¡flipendo!” me parece un poco forzado, tirando casi a ridículo. Es decir, o tienes un tono adulto o tienes un tono juvenil, el querer abarcar todo para así optar al mayor número de seguidores le da al conjunto un aire ligeramente ortopédico. No hay sutilidad en la unión de los dos tonos. En cambio, que un chalado se vista de murciélago e imposte la voz sí me lo creo. O que una rata quiera ser cocinera a pesar de su reputación y su condición animal, también. Es una cuestión de estilo, nada más.
III. No obstante, a la hora de abordar una película, siempre procuro ir con la mente abierta y ser lo más receptivo posible. Olvidar cualquier prejuicio y sumergirme en lo que me cuentan. Con la última entrega de las vivencias del niño-no-tan-niño mago actué así, pero dio igual. Dos horas después de haber empezado la película -voy a repetirlo: dos horas- estaba estupefacto. No había pasado nada de interés. Nada. Harry de aquí para allá, a sus labores, imberbe a sus cuarenta y diez. Helena Bonham Carter gritando y rompiendo cosas sin saber muy bien por qué y sin interesar tampoco demasiado si lo hace o no. Gente que dice que la cosa está muy mal y que hay extrañas desapariciones que no afectan a la trama en absoluto, pero hace que pongas mirada aviesa. Unas nubes negras que destrozan los puentes de Londres y que parecen sacadas de alguna película de Roland Emmerich y que aquí son metidas sin ninguna explicación. Un niño extraviado de El pueblo de los malditos que se tira todo el metraje abriendo y cerrando un armario tétrico para que nos demos cuenta de que teletransporta cosas (en un momento de la película lo dicen, no era necesario que lo ejemplificaran con un pájaro, una manzana y así ad nauseam). En un esfuerzo imaginativo sin igual de los diseñadores del film, se incluye ya no sólo un anciano clavado a Gandalf, sino también un ejército de Gollums y el cadáver de Ella-Laraña. Y, last but not least, “LA historia de amor”1.
IV. El punto anterior es deliberadamente caótico. Al escribirlo quería que tuviera tan poco hilo conductor como Harry Potter y el misterio del príncipe. Pocas veces he visto algo tan mal desarrollado y tan carente de interés como esta película. Sé que las obras de Rowling están en más casas que el Quijote y que no necesita más publicidad, así que ¿qué objeto tiene concebir semejante tostón tan intrascendente como mal realizado? Sólo se me ocurre una razón, y es la pecuniaria. Y, al llegar a esa conclusión, me entran unas ganas de invadir Hogwarts…
Nota 1.- Definamos “LA historia de amor” como aquella que caracteriza a, al menos, dos de cada cuatro estrenos semanales y cuya estructura es la siguiente: A y B son amigos. A y B, además, están enamorados. A y B se declaran o se besan y todo va a la perfección. A o B mete la pata o el otro cree que la ha metido y se distancian. A y B, distanciados, comprenden que no pueden vivir el uno sin el otro. A y B se reconcilian (a poder ser, en un aeropuerto).
He leído todos los libros de Harry Potter y he visto todas las películas excepto ésta, y creo que esta vez me lo voy a ahorrar. La anterior adaptación me pareció un despropósito absoluto, con sus escenas vacuas de vuelo en escoba llenando metraje y una batalla final que culminaba lamentablemente una película donde no entendías nada a no ser que conocieras ya la historia.
Es una pena que con medios y buenas historias no se hagan adaptaciones más interesantes, la verdad.
Muy divertida tu crítica, Kaplan. Mortal lo de la historia de amor
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.