Capítulo II: Trueno

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Segunda entrega de Elvián en Las intrigas de la corte

 

Un caluroso día de agosto, Elvián decidió dejar los fríos muros del castillo y dar una vuelta por los alrededores. Le agradaba dar estos pequeños paseos, acercándose al pueblo y comprendiendo su dolor o su alegría. La vida en palacio le aburría y también pretendía alejarse lo máximo posible de su hermano Fleck y de su codicioso consejero, el aprendiz de Mago Zelius. No sabía muy bien por qué, pero nunca se había fiado de ellos.

 

Así que el joven príncipe llegó al pueblo, y hubo entre la muchedumbre un murmullo de sorpresa y admiración. Sabían del padre de Elvián, Brath, que era un buen tipo, pero jamás había actuado como su hijo. De esta manera, Elvián recorrió gran parte del pueblo y, siendo día de feria como era, no pudo resistir la tentación de pasarse por el lugar. Hasta compró una manzana con caramelo a una ancianita ciega que tenía un puesto en la feria. Aunque la forma de hablar del príncipe había sido pedante en exceso, la anciana le agradeció al joven su bondad y le contó que nadie compraba en su puesto y que era muy pobre. Elvián se compadeció de la mujer y le regaló tres monedas de oro. Aunque no era mucho dinero, era todo lo que llevaba encima, pero le prometió a la anciana que volvería con más ayuda. Momentos después, ya fuera de la feria, Elvián probó la manzana y comprendió por qué nadie compraba en el puesto de la anciana: aquella fruta era realmente horrorosa.

 

Cuando el joven príncipe caminaba ya de vuelta hacia el castillo, se fijó en lo que parecía unas caballerizas, en la distancia. Como ya os he contado, a Elvián le encantaban los animales, pero especialmente los caballos, así que decidió visitar un momento los establos. A medida que se acercaba iba tomando forma un extraño sonido que había empezado a oír cuando los vio. Llegó un momento en que identificó el sonido: era un látigo golpeando algo.

 

-¡Trueno! -rugió una voz ronca-, ¡ven aquí! ¿No me haces caso? -se oyó un nuevo latigazo.

 

Por entonces, Elvián ya notaba que la furia se iba apoderando de él, y por este motivo temía perder su compostura. Así que decidió tranquilizarse un poco y se dirigió con paso firme hacia las caballerizas. Lo que vio al llegar revitalizó de nuevo su ira.

 

Un caballo con el lomo ensangrentado trataba inútilmente de protegerse de los latigazos que le propinaba un robusto y alto hombre que le gritaba y le acosaba. El caballo en cuestión era un bello ejemplar de purasangre, negro como la noche, con una franja de pelo blanco que iba desde su frente hasta el hocico. A pesar de las heridas infligidas por el látigo, no parecía haber perdido ni un ápice de su belleza ni de su orgullo natural. Cuando el hombre se disponía a azotar de nuevo al pobre animal, la voz clara y pedante de Elvián le sobresaltó.

 

-¿Qué se supone que está haciendo, caballero? -preguntó.

 

El robusto hombre se volvió furioso y miró con desprecio al joven príncipe, aunque sin reconocerlo. Agarró con ambas manos el látigo y lo estiró con un movimiento rápido, produciendo un chasquido.

 

-Lárgate, chaval -gruñó-, si no quieres llevar tú también. ¿Acaso no ves que estoy ocupado?

 

-Me agradaría saber en qué -dijo Elvián, sereno por fuera, aunque furioso por dentro.

 

-¿Y a ti qué te importa? -gritó el hombre-. Para que lo sepas, esto es un asunto real, así que… ¡NO TE METAS!

 

Elvián sonrió con ironía y, tras observar con compasión al caballo, miró al hombre directamente a los ojos y dijo:

 

-¡Claro! Y como yo no pertenezco a la familia real…

 

-Exacto -contestó el hombre-. Así que lárgate de aquí antes de que me enfade de veras.

 

-Tal vez estés equivocado -inquirió el príncipe, sin moverse de su sitio-. A lo mejor sí pertenezco a la familia real.

 

El hombre miró extrañado al joven y fue entonces cuando se fijó en la curiosa y plateada insignia que llevaba en el hombro. El emblema representaba una pradera inmensa bañada por los rayos de un sol de oro, y convertía al joven en el heredero al trono de Parmecia. Era el príncipe Elvián.

 

-¡Perdóneme! -suplicó el individuo, arrodillándose delante del muchacho y temblando de miedo-. ¡No… no… no sabía que era usted!

 

-¡Venga, levántate! -contestó el joven, visiblemente molesto por la actitud de su interlocutor-. ¿Cómo te llamas?

 

-Grant -dijo éste después de levantarse.

 

-Muy bien, Grant -murmuró Elvián-. Y, ¿a qué viene esa paliza que le infliges al pobre caballo?

 

-Es por el príncipe Fleck.

 

-¿Fleck? ¿Qué tiene que ver mi hermano en todo esto?

 

-Él quiere tener este caballo -respondió Grant-. Es el mejor de todas estas caballerizas y, según dicen, también de todo el reino. Pero aún no está domesticado. El príncipe Fleck me ordenó que lo domesticase, aunque tuviera que darle miles de palos, so pena de ejecución. Me dio de plazo hasta mañana.

 

Elvián miró durante largo rato al hombre, que todavía estaba temblando. Entonces se acercó al corcel y examinó con atención sus heridas. El príncipe se dirigió de nuevo a Grant y le dijo:

 

-Bien, esto es lo que haremos. Voy a hablarle a mi padre del asunto. Seguro que a mi hermanito le cae una merecida reprimenda. Has de saber que a mi progenitor le encantan los caballos. No temas por tu vida, nadie te hará daño.

 

-Gracias, príncipe Elvián -contestó Grant, haciendo una profunda reverencia.

 

-Una cosa más -añadió el joven, cuando ya se dirigía al castillo-. Ese caballo, ¿tiene nombre?

 

-Claro -respondió el hombre-. Se llama Trueno.

 

Elvián repitió para sí el nombre del corcel y se dirigió, con paso firme aunque con lentitud, hacia el castillo. El sol estaba desapareciendo en el horizonte y oscuras nubes cargadas de lluvia se acercaban con pesadez. Era hora de regresar a casa.

 

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_Pilpintu_
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Sigue por buen camino, aunque tengo ganas de que se descubra la trama. Por otro lado revisa que creo que reiteras demasiado en el adjetivo "pedante".

Nada más, a ver cómo sigue... jeje

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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