Cartas desde la mar XXIII
La mar es la vida, es la alegría para los sensibles a la belleza. Quizás otras cosas sean más importantes, como el arte, la poesía, la filosofía... Pero, antes de todo eso, ya existía el mar.
Si hubiera alguna sirena que mis sentidos cautivara, una que por siempre me tuviera, tendría que ser como la Luna llena para que en noches fuera mi compañera, pero sin esconderme jamás otra cara.
Si hubiera una sirena que me robara el día, de rabia moriría en el ocaso mi Sol. Y dentro, den... tro me golpearían olas que romperían a mi llorar... moviéndose en un magnífico y romántico oleaje de miradas que... me empujarían a ella para regalarle de un abrazo... las estrellas en su regazo.
¡Y en su frente una serpiente que no custodia manzanas! Y como rosa de los vientos este inmortal sentimiento, que en mis adentros nace y se esconde a cada nueva mañana.
Y en las noches que sufrí delante del mar siempre dudé si este cantar debía componerlo para la Luna llena o para una sirena sin más. Sin más...
Porque por mucho que luché, y reí, y lloré con la sal en mis mejillas, siempre me olvidé de zarpar en la barquilla embarrancá que me esperaba en la orilla.
Si no hubiera sido por eso, no habría perdido en estas cartas ni un solo beso. Pero qué conseguí, que el destierro me condenara... Maldito ese eclipse de Sol, y maldito ese dolor que por más que lo busque siempre tiene donde se esconda. Maldito ese sufrimiento que le da la espalda al viento y se mueve, cómo no, entre sombras.
Marea del mar, y mi corazón. Mi corazón sin estíos. Mi corazón en el mar... sombrío.
Ahora es mi alma la que también me muestra su sombra. Se me escapa. Es traicionera. Es como mi corazón que, de tanto sufrir, si algo va a descubrir, ni se asusta ni se asombra. Ella es como mi mismo ser. Ella también es un navegante de sombras.
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