El baile de la rata muerta

Imagen de Anne Bonny

Reseña del emblemático cómic de J. Bucquoy y J.F. Charles publicado por Editions Michel Deligne

A caballo entre la novela negra y la narración de horror cósmico, El baile de la rata muerta (Le bal du rat mort en el original francés) ha sido desde su publicación en 1980 una obra que ha suscitado pasiones y que ha cosechado galardones y premios. No es de extrañar, sobre todo si se piensa en la época en la que fue publicado este cómic, ya que la propuesta es, por lo menos, impactante.

La bal du rat mort El escenario de Jan Bucquoy nos lleva a Bélgica en 1977, muy concretamente a Ostende, aunque con visitas puntuales a Bruselas, donde se celebra, en carnavales, un particular baile de máscaras denominado Le bal du rat mort (El baile de la rata muerta) al menos desde finales del siglo XIX. Este elemento histórico será el punto de arranque de una trama nebulosa en la que se suceden extraños crímenes y eventos extraordinarios hasta el punto de parecer (o quizás ser) sobrenaturales.

Como decíamos, el armazón de la historia es de novela negra: un crimen, un policía solitario, escenarios lúgubres de prostitución y degradación y una atmósfera tensa de violencia machista, fantasmas del pasado y problemas mentales. La particularidad es que encontramos injerencias que lo llevan hacia el terreno del terror sobrenatural. Ya la propia puesta en escena de ese baile de la rata muerta resulta inquietante, y poco a poco la apuesta va subiendo con la aparición de plagas de auténticas ratas, cetáceos varados, procesiones escalofriantes y otros efectos de ambiente que resultan de lo más ominoso.

El apartado gráfico, que corre a cuenta de Jean François Charles, explota a la perfección esta dualidad ambigua, añadiendo pinceladas de erotismo truculento y creando una interesante atmósfera que navega entre el realismo sucio y las brumas de lo onírico. Hay también una vocación artística explícita que se vuelve más evidente con un guiño al lado siniestro de El jardín de las delicias de El Bosco.

En este sentido, cabe resaltar que, aunque el cómic tiene una clara vocación popular, de lo que ahora se denominaría pulp incluso (no son gratuitas las referencias a una posible influencia del escritor Jean Ray), la narrativa, en todos sus aspectos, apunta a una búsqueda más trascendental, que ha hecho que numerosos críticos la emparenten con el horror cósmico de H.P. Lovecraft. Salvando las distancias, porque El baile de la rata muerta tiene un componente sensual y humano del que carece la obra del maestro de Providence, es cierto que se pueden encontrar muchos puntos en común.

Quizás la mayor diferencia es que, al final, este cómic se centra en un drama personal, a pesar de toda la tramoya, los giros argumentales y la propia atmósfera, de tal manera que ese horror cósmico termina por alejarse del universo para anidar en lo más íntimo de nuestra mente o corazón, lo que da pie a lecturas e interpretaciones muy interesantes.

En cualquier caso, El baile de la rata muerta es una obra de gran interés para los amantes del género, que gracias a su efectividad ha envejecido bien, aunque pueda resultar frustrante a algunos lectores por la resolución de la trama. No en vano, el componente onírico exacerbado por la narrativa, que viene sesgada por la visión del protagonista, deja cabos sueltos, o quizás espejos abiertos para múltiples interpretaciones, algo que no empaña en absoluto la fuerza de su puesta en escena o de sus escalofriantes escenarios.

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