La espada salvaje de Conan: El ejército de los muertos
Reseña del cuadragésimo primer tomo de la reedición de Planeta DeAgostini
En este nueva entrega de La espada salvaje de Conan arrancamos con un pequeño paréntesis para su guionista principal. Se trata de El ejército de los muertos, una historieta cuyo guión corre a cuenta de Bill Mantlo y que cuenta con el arte de un bien conocido Gary Kwapisz, lo que ayuda a integrarlo con el resto de entregas.
En realidad, la historia que se nos presenta no difiere tanto de las de Michael Fleisher ni en lo positivo ni en lo negativo: tenemos a un Conan bien situado en la Era Hiboria, aislado en algún territorio ignoto y bien cubierto de nieve, que guía a una compañía de saqueadores en horas bajas y que termina liado en un asunto sobrenatural que parece más propio de las historias de fantasía filosófica de Elric de Melniboné... lo cual, al mismo tiempo, casi es un valor añadido por la variedad que supone.
La idea de una ciudad asediada por un ejército de no-muertos a los que los vivos traicionaron es muy potente tanto en el apartado gráfico como por las implicaciones que tiene, y se conjuga muy bien con el escenario, un desierto helador con un oasis de calor en forma de ciudad llena de riquezas. En ese sentido, Bill Mantlo hace un gran trabajo, inquietante, sombrío y solemne, con algunas pinceladas claustrofóbicas que Gary Kwapisz explota muy bien, como el desfile con los muertos vivientes o el propio asedio. En conjunto, un cómic algo inapropiado para el cimerio pero que funciona muy bien a su manera.
A continuación, el entremés El invitado a la cena (guión de Alan Rowlands y dibujo de Tim Burgard) me ha parecido una genialidad. El asunto es muy sencillo: dos ancianos cenan tranquilos en una modesta choza cuando el bárbaro irrumpe perseguido por un grupo de tipos no menos bárbaros. La brutal pelea, bien coreografiada, despertará los ardores guerreros del viejo de un modo tan emotivo como insospechado. Un cómic sencillo pero eficaz.
Luego vuelve Michael Fleisher a las riendas de Los hombres de barro de Keshan, de cuyo apartado gráfico se ocupa de nuevo Gary Kwapisz. La narrativa está bien equilibrada y estructurada y nos presenta la épica pugna de una modesta aldea contra una tribu de caníbales que la asalta periódicamente cuando llega la sequía. Conan se ve liado en su defensa en una trama de fetiches mágicos y robos mientras tiene mordiendo sus talones a una compañía de mercenarias tan eficaces como, en apariencia, dignas de un catálogo de lencería.
Maldades aparte, lo cierto es que Michael Fleisher opta por explorar el erotismo implícito en las historias del bárbaro, una tendencia que se ha ido mostrando en los últimos números, y busca crear personajes femeninos fuertes (y no menos desnudos que el propio cimerio) con resultados cada vez más satisfactorios, aunque siga primando la brocha gorda. No olvidemos, en cualquier caso, que estamos en el año '85. Los lápices de Kwapisz obtienen resultados fluctuantes pero en conjunto es una historieta muy satisfactoria.
Como cierre, En los ojos de quien la contempla sigue en la misma línea pero con la dureza que caracteriza a Don Kraar en sus guiones y la elegancia de Ernie Chan a los lápices, que brindan un toque seductor y exótico muy logrado. Se trata de una historia algo ambigua, con pinceladas de dureza y humor, donde una esclava por la que Conan ha pagado una fortuna se rebela contra este. Las reacciones del cimerio son difíciles de leer, entre la obligación y un código de honor muy personal, y no será el trágico final in media res quien nos brindará las respuestas.
Con estos elementos, La espada salvaje de Conan: El ejército de los muertos es uno de los eslabones de la cadena que más he disfrutado. Da la impresión de que hay una evolución hacia un cómic más adulto y una búsqueda de nuevas fórmulas que está dando una segunda vida a la colección.
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