13 malas historias
Un relato de Patapalo
«Eran trece criaturas antropomórficas con un aspecto anfibio que, no sabría muy bien decir por qué, juzgué desde un principio de una talla de unos dos palmos, o palmo y medio. Tenían grandes ojos saltones de un color bilioso, la boca repleta de hileras de dientecillos puntiagudos y la piel salpicada de durezas y púas, y, sin embargo, reconozco que desde un primer momento despertaron mis simpatías. Debe de ser mi afición por los seres grotescos —de ficción, se sobreentiende— o esa pueril fascinación con las cosas levemente aterradoras. La verdad, no lo tengo muy claro, y supongo que, en el fondo, carece de importancia.
»El caso es que cuando desperté no podía sacármelos de la cabeza. En la ducha, o luego, mientras desayunaba, rememoraba una y otra vez sus desventuras durante mi extravagante sueño: su vagabundear por ese laberíntico conjunto de corredores, su temor a las criaturas que se agazapaban en las sombras —y que en mi mente no podían ser otra cosa que ratas—, el pesar por la reciente pérdida de algunos miembros de su familia… Sé que contado así no parece gran cosa, pero en la ilógica evolución de los sueños llenó mi noche de un modo trepidante y, como ya resultará obvio a estas alturas, dejó una gran impresión de mi mente.
»Supongo que ese fue el motivo que me impulsó a escribir sobre ellos (o ellas). No es que lo ocurrido en mi sueño fuese per se apasionante, pero los personajes, desde mi punto de vista, sí lo eran, y, además, estaba pasando una cierta crisis creativa. Al final, a priori fue una buena idea, pues escribir el primer relato no me llevó más de hora y media y rompió esa mala racha creativa, trayendo de vuelta a mi huidiza inspiración.
»La historia en sí no era demasiado novedosa; fantasía épica básica, podríamos decir, aderezada con estos extraños seres de mis sueños como protagonistas y con un escenario que pretendía emular la sensación de fría humedad y asfixiante oscuridad del susodicho sueño. En el relato, por incluir acción, las criaturas se topaban finalmente con una enfurecida manada de ratas, a la cual vencían armándose con maderas y otros desechos que encontraban en el laberinto.
»La cosa se hubiera quedado en una anecdótica forma de encontrar de nuevo la inspiración si no fuera porque esa misma noche volví a soñar con la tribu de anfibios. Lo más chocante no fue volvérmelos a encontrar en mis sueños, lo que se podía atribuir, ciertamente, al haber estado gran parte del día pensando en ello, sino que el sueño comenzase justo después de dónde había finalizado mi relato. Me costó un momento darme cuenta, pero luego no me cupo la más mínima duda: tenían sus nuevas lanzas y se vanagloriaban de su victoria sobre las ratas.
»Cuando me desperté a la mañana siguiente, esta particularidad del sueño la achaqué también al haber escrito el relato y jugueteado con los personajes y, lejos de inquietarme, el hecho me estimuló a escribir una segunda historia en la que continuaba las aventuras de mi tribu de anfibios. Puntualmente, esa noche volví a soñar con ellos y, de nuevo, el sueño era una suerte de continuación de mi propia historia.
»Esta absurda simbiosis continuó hasta que hube escrito trece relatos, momento en el cual juzgué oportuno remitirle la obra (o comienzo, pues yo adivinaba toda una saga) a mi editor. Para mi sorpresa, este no encontró en la narración ninguna de las excelencias que yo le imaginaba y me conminó, en una tajante respuesta a mi correo electrónico, a que me concentrara en escribir cosas con auténtico interés, recalcando que ya duraba demasiado mi sequía creativa.
»Apabullado por su respuesta y algo temeroso de perder su favor, decidí dejar de lado a los anfibios y retomar la novela de vampiros que llevaba entre manos. Fue el primer día que no continué la historia, pero aquello no impidió que las criaturas visitaran mis sueños. El modo en el que lo hicieron fue todavía más inesperado que reencontrarlas.
»Con la inevitable deformación que el mundo onírico conlleva, mi propio dormitorio se apareció a mi mente dormida. Presidiéndolo, como en la realidad, se encontraba mi lecho, y yo en él durmiendo intranquilo. Entonces, sigilosamente, las criaturas se descolgaron del techo por un agujero que, por supuesto, no existe, y luego caminaron hasta mi cuerpo durmiente, al que mortificaron toda la noche con sus lanzas sin llegar a despertarlo. A la mañana siguiente (nada extraño teniendo en cuenta lo agitado de mis sueños) tenía una terrible jaqueca y dolores por todo el cuerpo. Ya ese primer día, lo recuerdo, pensé que quizás había enfermado.
»Achacándolo a la tensión y las pesadillas —sin duda provocadas por la respuesta del editor en mi hipersensible naturaleza, me dije— intenté olvidar el incidente y centrarme en avanzar en mi historia de los vampiros. Así, después de una jornada a grandes rasgos infructuosa, me eché a dormir buscando un descanso que, como habrá adivinado, me fue negado: las criaturas acechaban mis sueños y esta vez no se contentaron con hostigar a mi yo dormido con sus lanzas, sino que, para mi horror, extrajeron trozos de mi cerebro hurgando con sus lanzas a través de mis fosas nasales y luego lo devoraron en una dantesca bacanal.
»Aquella noche fue el comienzo de una espiral demencial en la que lo he intentado todo para romper el asedio al que me someten, desde somníferos a hipnosis pasando por mudarme a un hotel o mantenerme en vela hasta donde mis fuerzas me lo permiten. El problema no es que asaltan mis sueños, sino que sus agresiones las pago realmente.
»El otro día, dispuesto a claudicar, empecé a escribir un nuevo relato sobre la tribu, pero apenas consigo hilvanar dos líneas. Desconozco si es debido a la presión o si, por el contrario, los trozos que han devorado de mi mente contenían mi genio narrativo. No deja de ser irónico que, cuando había aceptado aplacarlas a cualquier precio, me haya dado cuenta de que quizás ya no tenga las herramientas.
»Doctor, por estúpida que le parezca esta historia, le ruego que la tome muy en serio, desde el ángulo que sea. Estoy francamente aterrado. ¿Qué será de mí si no las satisfago? Necesito encontrar una solución y no sé ni siquiera por dónde empezar. Dígame, doctor, ¿qué podemos hacer?»
«Ciertamente es una historia extraña. Reconozco que me ha dejado sin palabras. Me temo que tendré que pedirle un poco de paciencia y un poco de tiempo para reflexionar. No obstante, antes querría hacerle una pregunta, solo por acotar… Esto que me ha contado... no es una metáfora, ¿verdad?»
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