Willow
Un reseña del clásico de fantasía épica de Ron Howard y George Lucas
Como llevo una temporada de vuelta a la fantasía épica, la idea de ver Willow con mis hijos era ya demasiado tentadora. Habían ido cayendo otros clásicos como La historia interminable, Lady Halcón, La princesa prometida... y era cuestión de tiempo abordar otro de los indispensables de mi infancia. Por supuesto, lo haces con miedo a que se te caiga el mito, a que los efectos especiales hayan envejecido aún peor de lo previsto, que la trama no sea ni tan ágil ni tan divertida como recordabas, que los niños acaben viéndola solo por compasión...
Buenas noticias: Willow ha envejecido lo suficientemente bien. Incluso después de haber disfrutado de la impresionante trilogía de El Señor de los Anillos, de cuya novela bebe sin duda la película que nos ocupa, y con mucho acierto, todo sea dicho, sigue siendo un filme que no desmerece en absoluto. En realidad, de hecho, tiene bastante más enjundia de lo que parece a priori.
En primer lugar, tenemos el asunto del camino del héroe. No se trata solo de que Willow (interpretado magistralmente por Warwick Davis) se salga del arquetipo clásico, sino que busca la idea de que la aventura puede llamar a tu puerta (en la línea de El hobbit), incluso si eres tan solo un tipo normal con modestos sueños de grandeza. Su contrapartida, Madmartigan (interpretado por un Val Kilmer en estado de gracia), aborda también la cuestión con mucho humor: aunque a priori lo tiene todo para asumir el rol, lo que busca por activa y por pasiva es escurrir el bulto. De esta manera, los clichés del género se ven reelaborados de un modo ingenioso y ligero.
Luego están los efectos especiales. Es fácil criticar la falta de medios técnicos a día de hoy, pero a mí me sorprende más bien lo contrario. La sobriedad con la que se abordaron ciertos elementos (como los wargos o el dragón bicéfalo final) hacen que hayan envejecido razonablemente bien. Otras técnicas más ingeniosas, y ya explotadas en el siglo XIX, como la sobrexposición de película para generar la sensación de criaturas minúsculas (los brownies), o más banales, como los disfraces para los trolls, han tenido suertes dispares, pero en general el andamiaje se mantiene bastante bien.
Ayuda, por supuesto, la fotografía y la banda sonora. La primera, con encuadres que nos pueden remitir a Blancanieves y los siete enanitos de Disney o a la grandiosidad de la mencionada El Señor de los Anillos, a la que se adelantó en más de una década. La segunda, envolvente y mágica, obra de James Horner, que bebe tanto de la música clásica como del dinamismo de las películas de capa y espada, y es una obra de gran calidad en sí misma.
También es cierto que Willow es un producto que a mí, que crecí en los ochenta y sobreviví (como diría el Reno Renardo) me supone nostalgia en vena, lo que ayuda al disfrute. Los malos, incluidos la fascinante Sorsha (interpretada por una perfecta Joanne Whalley) y el terrible general Kael (magnífico y sobrio Pat Roach) parecían sacados del Golden Axe, los escenarios eran dignos de Jasón y los argonautas pero se inclinaban más a la dragonada y no requerían la solemnidad de la mitología griega, y el propio humor tenía el punto justo, desenfadado, gamberro e incorrecto a varios niveles que nos encandilaba.
Con estos elementos, Willow es una película que se sigue disfrutando, llamada a ser un referente de la época, y además creada directamente para la gran pantalla, hasta el punto de que daría de sí hasta para una trilogía de novelas (y cómics) de Chris Claremont que (al menos la primera) no estaban nada mal. En definitiva, un magnífico hito del género que merece la pena rescatar del olvido.
- Inicie sesión para enviar comentarios