Conan Rey

Imagen de Anne Bonny

Reseña del primer volumen de esta colección publicado por Planeta DeAgostini

 

En ocasiones, cuando uno lee las historias de Conan el bárbaro, echa en falta algo más del elemento “saga”, un poso que dé más empaque a las aventuras y que las aleje de la sucesión de episodios extremos concatenados. Conan Rey, la serie que lanzó el prestigioso equipo formado por Roy Thomas, John Buscema y Ernie Chan (con el apoyo de Danny Bulanadi) como segundo spin-off de la serie original, se encarga de satisfacer ese deseo del lector.

La receta es, en apariencia, la misma: espada y brujería. La Era Hiboria no ha cambiado para mejor en estos años que le ha costado a Conan hacerse con un reino, y los combates con criaturas sobrenaturales, magos, monstruos o titánicos ejércitos seguirán siendo, de algún modo, el pan de cada de día de nuestro héroe. Pero algo sí que ha cambiado, algo que hace que esta colección emparente con sagas épicas como la creada por Harold Foster: El príncipe Valiente.

El Conan de esta colección reina desde el trono de Aquilonia. Bueno, desde el trono es un decir, porque el cimerio, como cabía esperar, no duda en lanzarse a la aventura cuando es necesario. Es, no obstante, un monarca, uno que ha conseguido una cierta estabilidad, lo que hace que los secundarios de la serie tengan tiempo de afianzarse. En particular, en este primer tomo tenemos la ocasión de ver a un Conan padre. El acierto con el que Thomas ha tratado el tema hace que sea una historia tan épica como conmovedora.

La serie de responsabilidades que acarrea la corona también mediatizan las acciones del bárbaro: aquí no nos encontramos aventuras fugaces en las que el éxito, y el botín, desaparecerán casi de inmediato. No, los actos del cimerio tienen otra trascendencia y, de algún modo, esto permite que las historias dejen más espacio al trasfondo. Se paladean, por ejemplo, las relaciones políticas entre distintas potencias, y queda tiempo para los guiños a secundarios que vimos durante sus andanzas de juventud.

No es una serie, sin embargo, exenta de acción. De hecho, este sigue siendo el elemento principal, y el dinamismo propio de las colecciones precedentes sigue presente. Por ejemplo, en este primer tomo Conan tendrá tiempo suficiente para ir desde las planicies heladas del norte hasta la siniestra Estigia, e incluso más allá, para combatir una conjura de brujos orquestada contra su reino nada menos que por Thoth-Amón.

El despliegue de medios está a la altura del personaje y aquí la épica no es solo personal, sino que implica a naciones enteras. Tanta épica, de hecho, que casi se hubiera deseado un ritmo más pausado, que permitiera disfrutar de todos los impresionantes escenarios que se nos presentan.

En definitiva, una visión muy particular del cimerio en la que se le saca partido a su lado más humano. Es raro ver crecer a un personaje así. Más raro aún verlo envejecer. Y merece la pena.

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