La maldición de los faraones
Reseña de la obra de María Luz Villemenot publicada por Círculo de Amigos de la Historia
Lo confieso y lo asumo, uno de mis vicios bibliófilos es comprar libros por el título y la cubierta, lo que provoca encuentros insospechados porque, al final, uno no sabe qué se va a encontrar. En serio: no lo sabe. Es lo que me ha pasado con La madición de los faraones, de María Luz Villemenot, publicada por Editions Ferni-Genève en 1976 en su colección (atentos) Círculo de Amigos de la Historia.
Cuando lo encontré en una librería de viejo me sedujo, cómo no, por su canónicamente misterioso título y la edición en tapa dura. Tampoco es que me esperara un ensayo sesudo sobre el recurrente tema, pero como aficionado a las historias de terror, sobre todo con momias de por medio, pensé que igual era un compendio de curiosidades históricas (por aquello del Círculo de Amigos de la Historia) sobre las maldiciones que se pueden encontrar realmente inscritas en pirámides y mastabas y la famosa historia de Lord Carnavon.
De hecho, los primeros capítulos, sobrios y divulgativos, apuntaban en esta dirección. Sin ser particularmente remarcables, daban una panorámica del Antiguo Egipto, con sus cultos, sus misterios, etc., quizás en un tono algo pasado de moda, pero interesante. Y, cuando ya me tenía entre sus garras, empezó el espectáculo.
No voy a hacer demasiados spoilers, pero baste señalar que la cosa no se queda en una peregrina aproximación paranormal al asunto de las maldiciones, que podría haber entrado más o menos dentro del tema, sino que, después de alertar de posibles problemas radiactivos con las momias y señalar las conexiones de rigor con otras civilizaciones más o menos distantes, entramos en un terreno que se podría calificar directamente de horror cósmico, visto el desbarajuste planetario al que alude. Este está inspirado en las teorías de Immanuil Velikovsky, autor de Mundos en colisión, y es todo un impacto, sin duda, cuando te pilla con la guardia baja.
La explicación que hace de las plagas de Egipto mediante el polvo cósmico en una conjunción astral es digna de una historia de H.P. Lovecraft, y como si la competición por rizar el rizo fuera la clave, no contento con ligar estas teorías con las defensas nucleares de las pirámides, añade todavía más elementos ajenos hasta que la perplejidad deja paso a una franca curiosidad. Y, sí, por supuesto aparece el Titanic.
Tras algún capítulo más, como el titulado ¿Constituye la momificación de una última supervivencia de la Atlántida?, terminamos por fin la lectura de La maldición de los faraones con una sensación agridulce. Hay material, sin duda, para inspirar unos cuantos relatos, y la sensación de haber encontrado un libro críptico como los de un investigador de lo oculto cualquiera es simpática, pero mi «orgullo racionalista moderno», como diría el varias veces mencionado Evaristo Breccia, hace que se me revuelva algo cuando un título así aparece en una colección dicha histórica.
Rarezas que tiene uno, supongo.
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