Las memorias de Sherlock Holmes
Reseña de la antología de relatos cortos de Arthur Conan Doyle
Las memorias de Sherlock Holmes es la segunda antología que recopila los relatos protagonizados por el famoso detective escritos por Arthur Conan Doyle. También pretendía ser el punto final a las aventuras de este, que vendría marcado por el relato más atípico de la serie y también el que más incógnitas suscita, tanto por su ejecución como por su desenlace. Hablamos, cómo no, de El problema final.
Como él mismo indicó en su correspondencia privada, tenía la impresión de que el personaje le alejaba de trabajos más interesantes, pero su éxito y lo bien pagado que estaba por las publicaciones le hicieron arrastrarse por los relatos que aquí se recogen. Esto no quiere decir que sean malos o que el propio Doyle no se los tomara en serio, como desmiente el mismo El problema final, donde da un final digno de la talla del detective, pero sí se aprecia cierto hastío que pesa en la originalidad.
De hecho, muchos de los relatos incluidos repiten esquemas muy claros de obras previas: El oficinista del corredor de bolsa nos remite claramente a La liga de los pelirrojos, o en La corbeta Gloria Scott encontramos claros ecos de Estudio en escarlata.
Al mismo tiempo la coleción se caracteriza por desarrollar más el trasfondo del personaje y su entorno. No solo el doctor Watson va avanzando en su vida fuera de la amistad con Holmes, sino que descubrimos que el detective también fue joven (La corbeta Gloria Scott), que tiene un hermano tan inteligente como él, o quizás más (El intérprete griego) o algunas de sus manías que tanto han valido para caracterizarlo en las adaptaciones a otros medios (El ritual de los Musgrave). Sin embargo, nada de esto parece conseguir que Doyle conecte de nuevo con su creación y sigue vagando como un alma en pena de las novelas góticas que homenajea, una vez, en este último relato o en historias como El puzle de Reigate o la sugerente y laberíntica El paciente interno.
Tanto en estas como dos como en Silver Blaze el ingenio del detective sigue brillando lo suficiente para atrapar nuestra atención. Además, el autor se anima a introducir temas algo más conflictivos, como vemos en El rostro amarillo o El jorobado, pinceladas sociales que dan un valor añadido a los casos y que contaban incluso con una historia censurada que vería la luz más tarde. Sin embargo, da la impresión de una falta de pasión palpable, quizás paradigmática en historias como El tratado naval, que tiene todos los elementos para funcionar pero que no termina de ser redonda o sorprendente por una combinación de repeticiones de casos previos, cierta ocultación de datos a primera vista y la falta de algún giro que se haga quitar el sombrero.
Insisto en que no son malos relatos, en absoluto: se leen con interés, se disfruta del reencuentro con el personaje y se queda uno con ganas de más. De hecho, no es de extrañar que los admiradores de Sherlock Holmes pusieran el grito en el cielo con El problema final. En él, aunque se adivinan de nuevo los deseos de zanjar la saga, saliendo por la puerta grande, Arthur Conan Doyle se traiciona a sí mismo dejando espacio para la vuelta y, sobre todo, picando la curiosidad del lector más que nunca. Si pretendía dar la puntilla con el relato, el resultado fue justo el contrario. Resulta irónico que precisamente cuando por fin da rienda suelta a su creatividad y transgrede en lo que parecía un límite intocable y un salto sin marcha atrás, termine hincando el último clavo de su ataud.
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