La espada salvaje de Conan: El loto negro y la muerte amarilla
Reseña del décimo noveno tono de la reedición de Planeta DeAgostini
En este volumen continuamos con las adaptaciones de la obra de Andrew J. Offutt ambientada en la Era Hiboria, una trilogía que en realidad mantiene una continuidad argumental y de localizaciones que podemos observar aquí a la perfección: si bien El loto negro y la muerte amarilla cierra el arco argumental que habíamos visto en La espada salvaje de Conan: El hechicero y el alma, los dos siguientes capítulos (La espada de Skelos y El ojo de Erlik) son una continuación tan directa de este que bien podrían haber pertenecido a la misma historia, vista sobre todo la poca fuerza con la que esta última se cierra.
Sí, empezamos con una de cal: la miel que nos habían puesto en los labios en el pasado volumen corre hacia un final apresurado que nos deja tan poco impactados que sabe a poco. Por suerte, seguimos ahondando en un escenario que es bien interesante: el de las ciudades independientes de Shem que viven bajo la alargada sombra del imperio turanio y la vecina Iranistán. Isparana de Zamboula se mantiene en el centro de la acción y se desarrolla una relación algo turbulenta entre ella y el cimerio que nos deja con la duda sobre su auténtica naturaleza. El erotismo manifiesto es una de las piezas de la historia; se desarrolla en dos relatos paralelos y no es precisamente Conan el que mejor queda parado a pesar de protagonizar el otro un brujo.
Por lo demás, el guión de Roy Thomas nos acerca una serie de peripecias en el desierto que quizás contienen demasiados personajes para el espacio que se les brinda. Nuestros protagonistas parecen arrastrados por la marea de los acontecimientos sin un rumbo demasiado claro, algo que bien encaja con la juventud de Conan y su carácter veleidoso, pero que puede desorientar, sobre todo con los pases de manos con el Ojo de Erlik de marras. Por otro lado, las escenas que va viviendo con las tribus del desierto y su hospitalidad, deambulando por las posadas de media Shem o lo que vislumbramos en las cortes reales dan mucho sabor a la historia y se disfrutan por el mero trasfondo. A destacar el uso de la magia, modesto pero bien marcado de referencias a los Mitos de Cthulhu que le dan una fuerza adicional.
En cuanto al apartado gráfico, John Buscema y Ricardo Villamonte se encargan de cerrar el primer arco argumental, tomando el relevo de este último Tony de Zúñiga para los dos capítulos restantes, lo que unifica este aspecto al cierre aunque crea cierto contraste con las primeras páginas, cuyo sombreado es más lleno y más suave, menos severo. Hay que decir, sin embargo, que la ilustración es particularmente buena en cuanto a encuadres y tratamiento de escenarios. Quizás los cuernos del casco de Conan (esta vez sí los lleva) no terminen de cuajar (a Thomas nunca le gustaron, a saber por qué se incluyeron), pero son detalles menores.
Con estos elementos, con La espada salvaje de Conan: El loto negro y la muerte amarilla la saga continúa en buena forma y dándonos más y más detalles de la vida de Conan. Andrew J. Offutt cubrió con acierto estos episodios de la vida del cimerio y, aunque con cierto apresuramiento, la adaptación le hace justicia.
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