Hace ya varias semanas, el que firma asistió junto con varios compañeros de Sevilla Escribe a una charla, enmarcada en la I Feria del Libro del Aljarafe, sobre literatura fantástica.
Después de introducir el tema, qué es la literatura fantástica, qué es o no es fantasía, o qué es “simplemente ficción”, se llegó a ese punto que todos los asiduos a Hispacones, Jornadas de Literatura Fantástica de Dos Hermanas y demás eventos similares, conocemos tan bien: la literatura fantástica patria no vende, sólo los anglosajones; los editores tienen la culpa, junto con los malvados libreros que arrinconan las obras, y por no mencionar a los lectores que se toman más en serio cualquier obra del palo firmada con nombre anglosajón. En esta ocasión, todo sea dicho, no se cargaron tanto las tintas en este asunto, y se mencionó más la otra cara de la moneda, la de esos escritores en castellano que sí venden, y vaya si venden, con obras de género fantástico pero sin marchamo de tal, véase Ruiz Zafón, Somoza o Loriga, por mencionar sólo algunos contemporáneos y no entrar ya en Borges, Bioy Casares y otros, y pasando por alto por ejemplo el realismo mágico, tan realista y tan poco mágico que una persona, de tan pura que es, asciende a los cielos como quien no quiere la cosa. Ventas, reconocimiento, para quien no quiera negárselo, y “prestigio” (entrecomillado que sólo el tiempo les podrá quitar, eso sí).
Después de la charla, al aroma del café, el té, el anís y demás, nosotros seguimos con el tema en el marco de una tertulia no cortapisada por temor a la incorrección política (¿o debería decir literaria, o fandomita?), a herir sensibilidades o cualquier otra zarandaja por el estilo. Y la verdad… la verdad es que la conclusión que al menos yo saqué es que los más se quejan por vicio… o por ego. Uno, como aficionado “juntaletras” que muchas veces ocupa su escaso tiempo de ocio a esto de hacerse ilusiones de escritor, comprende que debe ser frustrante dedicarle sangre, sudor y lágrimas a una obra, acabarla por fin, y luego ver cómo se nos pudre en cualquier cajón de la mesita o rincón electrónico de nuestro ordenador. Es duro, sí, igual de duro que la situación del escritor de obras “generalistas” al que le pasa otro tanto, o la del grupo musical que no consigue salir del círculo de la autoedición y los bolos de medio pelo, o la del actor que no tiene la suerte de saltar de las pequeñas representaciones locales a los grandes teatros o el cine. Duro, en definitiva, como la situación de cualquiera que quiere entrar en el mundo de las artes y no sólo no encuentra abierta la puerta grande, sino que incluso a veces la de servicio parece estar cerrada para él.
Así es la vida. Aunque si uno se para a pensarlo, y teniendo en cuenta que hablamos de arte y aficiones, se supone que esto se tendría que hacer por amor al arte, y que lo demás, si tiene que venir, debería venir por sí sólo (bueno, por sí sólo y por unas calidades manifiestas y contrastables, por dedicarle también mucho tiempo y energías a “moverse”, etcétera). Si lo que se quiere ya son ventas, vivir de la afición, entonces estamos hablando de otra cosa, de mercado, y éste tiene sus leyes propias, la mayoría de las cuales gira en torno al binomio oferta-demanda.
En cuanto a la oferta se pueden decir muchas cosas, pero lo principal es que si uno le da una patada a una piedra lo más probable es que de debajo de ella salgan unos cuantos escritores, desde simples “juntaletras” como éste que suscribe, pasando por aficionados con mayor o menor calidad, hasta escritores serios y brillantes. Esto es así, casi toda persona que lee tiene por ahí sus escritos, se atrevan a enseñarlos o no, tengan la osadía de creerlos buenos o no, y si uno se pasea un poco por Internet seguro que encuentra multitud de obras atractivas para su gusto escritas por personas totalmente desconocidas y alejadas del mundo editorial (más aún en el fandom, donde casi cada lector es a su vez escritor). Algunos, los más pesimistas, o realistas, simplemente se contentan con disfrutar de ello, sin hacerse ilusiones; otros, más atrevidos, perseveran en la actividad soñando con entrar algún día en el proceloso mundo de la publicación o, quién sabe, incluso hasta llegar a vivir de ello. De ilusiones también se vive, como diría aquél, y más si la probabilidad de que éstas pasen a realidades no es cero, aunque a veces tienda a ello.
La demanda es un asunto incluso más peliagudo, variable, influenciable, sujeto a cuestiones espurias, y difícilmente comprensible para alguien que lo único que quiera sea escribir y disfrutar haciéndolo. Eso sí, algo seguro hay, y es que leer es un pasatiempo, hay que hacer que el lector disfrute, y hay que darle lo que quiera en un momento determinado. Si uno escribe una obra de género fantástico en castellano, con marchamo de tal, usando sus clichés y temáticas característicos (fandom, vaya), pues ya sabe cuál es su nicho lector, el de los lectores de fandom en castellano, una minoría fiel, pero minoría al fin y al cabo, con sus editoriales especializadas en el género… y en las pequeñas tiradas. No hay más.
No es cuestión de ser pesimista, pero tampoco iluso o soberbio. Conseguirse un nombre dentro del mundillo del fandom es más fácil que conseguirse un nombre dentro del mundo de la literatura en general, ya que hablamos de un número de lectores y escritores sensiblemente menor. De todas formas sigue siendo una tarea meritoria, porque quizá sea un público más exigente, pero de ahí a pretender que ese reconocimiento signifique algo dentro del mundo de la literatura en general y no una simple satisfacción personal va un abismo.
Y si ya lo que pretendemos es que el público en general se adapte a lo que nos gusta escribir, y en este caso lo que nos gusta escribir es fandom en castellano, entonces sí que estamos ejercitando nuestra fantasía.
La literatura fandom en inglés vende, sea por la idiosincrasia de sus lectores, por la habilidad comercial de sus editores, o por la bondad de sus libreros. Cuando estos manuscritos llegan a manos de nuestros editores patrios, y a través de ellos a los libreros, avaladas por grandes ventas en el extranjero y a veces por la película de turno, es normal que se les preste atención, que se apueste por ellas, porque ahí hay negocio. Si la obra es del mismo género y en castellano pero orientada a un público infantil-juvenil, también, aunque en menor medida. Y si la obra, aun siendo de género fantástico, no tiene marchamo de tal, también vende, y muy bien. El resto de las ventas se lo llevan otros tipos de literatura: la histórica, de mejor o peor calidad pero que según la inocencia del lector le puede hacer pensar que con eso convalida cierta falta de cultura, la policíaca que entretiene muchísimo, la patrocinada por grandes editoriales a través de sus “concursos” literarios y que da al lector el convencimiento de leer algo bueno, y unos cuantos géneros más entre los que también entran la picante biografía del garañón de la folclórica de turno o la manceba del futbolista de moda, el manifiesto del tertuliano de las vísceras, las memorias del adjunto a famosetes, y otra basura por el estilo. Venden porque por ello apuestan las editoriales y los libreros, sí, y apuestan por ello porque es donde ven mercado, y no hay quijotes de la imprenta o la librería dispuestos a perder su dinero, en ningún sitio los hay, porque la pela es la pela, y el yate, la masía, o aunque sea la hipoteca del piso o la letra del coche, no se pagan solos.
Si uno quiere vender tendrá que adaptarse a lo que el público quiere, y si quiere vender escribiendo género fantástico tendrá que hacerlo en el marco de ese fantástico “camuflado” que sí tiene mercado. Y si además se quiere reconocimiento tendrá que conseguirlo batiéndose el cobre con todos los demás escritores, no sólo con los que forman el mundillo del fandom. Otra cosa… otra cosa es quejarse por vicio… o por ego.
Columna cortesía de Sevilla Escribe: http://sevillaescribe.blogspot.com/
Si quieres ver todas las columnas de Sevilla Escribe, pincha aquí.
Muy bueno el artículo, compañero. Coincido mayoritariamente en la reflexión, y de hecho escribí uno -que ya rescataré- tocando puntos similares. Quizás puntualizaría algunas cosas: yo sí que creo que hay editores que apuestan no únicamente por lo comercial, sino también por lo que les gusta (me viene a la mente AJEC, cuyas apuestas son, en muchos casos, más que arriesgadas), y creo que también hay que recalcar algo que ya se deja entrever en el artículo: no hablamos siquiera de número de lectores, sino de rentabilidad de lectores.
Me explico: muchos autores rehusan publicar sus textos "buenos" en Internet aunque la cantidad de lectores sea mucho mayor -mayor, sin duda, que muchas tiradas fandomitas-, y es que lo que nos pierde es que queremos vivir como Stephen King: escribiendo lo que nos da la gana y viviendo en la opulencia.
Por otro lado, hay un tema sangrante con la fantasía de influencia anglosajona (¿dragonadas?): la hemos importado a machete y aun nos extrañamos de que el lector prefiera leer a los anglosajones. Demonios, si escribimos bebiendo de unas fuentes, ¿qué hay de raro que el lector se nos salte para ir a beber de esas fuentes directamente?
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.