Barbarian: The Ultimate Warrior
Reseña del videojuego lanzado por Palace Software en 1987
A finales de los '80, en medio del auge de las melenas metaleras, las tachuelas y el cuero, las adaptaciones a cómic del Conan de Robert E. Howard y sus películas derivadas, Steven Brown nos regaló con uno de los títulos fundacionales de las peleas dos a dos: Barbarian. Hay que reconocer que no se rompieron los cascos con el nombre (hasta el punto de que, el mismo año, se editó otro Barbarian, pero este de plataformas) y, asumámoslo, tampoco con la ambientación. Ni falta que hacía.
Barbarian va de zurrarse con el otro bárbaro, sin más. A diferencia de títulos como el Golden Axe, que llegaría poco después, aquí no había ni un remedo de historia, aunque se contara no sé qué de una princesa, supongo que para justificar a la tipa semidesnuda de la portada: se iba al meollo de la cuestión, darse leña. Y ya. Lo bueno es que al susodicho meollo se le daba la importancia que debía tener.
Por supuesto, los controles y las posibilidades eran más que limitados, pero se combinaban de tal manera que durante los combates se generaba auténtica tensión. No solo había varios tipos de ataques, sino también de defensas, desde bloqueos a esquivas. Podías rodar, patear al contrario, fintar y demás. Y, si te lo currabas lo suficiente, de vez en cuando decapitabas a tu adversario (o perdías la cabeza frente a su innegable pericia). Al poder disfrutarlo en modo dos jugadores, los piques estaban asegurados.
Visto en perspectiva, no creo que las posibilidades tácticas o el factor habilidad pesara mucho más que en títulos como Príncipe de Persia, aunque los combates fueran algo más lucidos a nivel estético, que no dinámico. Sin embargo, para la época fue todo un revulsivo tanto por el imaginario que despertaba (¿a qué fan de Conan el bárbaro podría no haberle encandilado?) como por la crudeza del planteamiento. Se hubieran agradecido más personajes, más escenarios y, sobre todo, más movimientos, pero era difícil aspirar a más.
La tramoya alrededor ayudaba mucho a meterse en harina, desde las serpientes que servían de marco para los escasos escenarios hasta la banda sonora (que, de nuevo con las limitaciones técnicas de la época y cierta parquedad, llenaba el ambiente al terminar los combates con su ritmo de réquiem tribal) con su prepare to die de arranque pasando, cómo no, por detalles como el monstruito que se llevaba los cadáveres.
Bien es cierto que tampoco es que necesitáramos mucho más para emocionarnos: quedaban años hasta que salieran los primeros juegos de mero combate con un auténtico abanico de posibilidades. Así, Barbarian se ganó un lugar privilegiado en la memoria de los que vivimos su lanzamiento y nos curtimos con sus carnicerías (que tampoco eran para tanto, a pesar de lo que dijeran algunos padres). Es posible que pesara más el momento y el panorama que los propios méritos del título o su jugabilidad. Sin embargo, basta con ponerse un gameplay un rato para que renazca esa chispa de emoción al verlo. Después de todo, la gran mayoría llevamos un bárbaro dentro esperando para manifestarse. Al menos, si nos criamos en los '80.
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Juegazo.
Si habías decapitado al rival el bicho verde se iba dando patadas a la cabeza mientras arrastraba el cadáver.
Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.