Sandman. Volúmenes 7-10
Concluye la revisión de la obra más importante de Neil Gaiman, ahora reeditada por ECC
Tras la indecisa marcha de los volúmenes intermedios de Sandman, sabíamos que el título tenía que remontar de cara a la conclusión. Si no, habría quedado como otro experimento más de un artista que busca de forma infructuosa su voz. Efectivamente, Gaiman tenía que sentarse frente a su obra y rematarla antes de que acabara derivando en una tela deshilachada y así lo hizo.
Comenzó con Vidas Breves, verdadero punto de inflexión de la serie y del protagonista. Afrontar uno de los enigmas que había aparecido de forma más recurrente a lo largo de la serie era, sin duda, una buena forma de ponerse manos a la obra. La búsqueda de Destrucción, el Eterno desaparecido, que emprenden Morfeo y Delirio es, en el fondo, la historia de un Morfeo que busca un sentido a su existencia tras demasiado tiempo dando la espalda a importantes conflictos personales. El encuentro con su hermano perdido servirá como punto de apoyo para que tanto él como Gaiman divisen su verdadera misión en este embrollo. Vidas breves es lo que, salvo excepciones de rigor, debería haber sido siempre Sandman.
Tras este arco llega El fin de los Mundos, una historia de historias que remite sin demasiado disimulo a House of Mystery, en la que diversos personajes secundarios de la colección cuentan relatos con cierta relación con la trama principal y que adelantan lo que está por venir. No estamos tampoco en este caso ante uno de los mejores momentos de la colección, si bien en este caso se disculpa: son unos números de transición entre dos de las mejores etapas del título.
En efecto, Las Benévolas es uno de los hitos de Sandman, si no el hito en sí. Es la saga más completa, la más emocionante, la más trascendental. Se trata del clímax de Sandman y Gaiman se lo toma como si fuera su Big Crunch: todo se comprime, todo se relaciona, todo acaba y, en último término, todo empieza de nuevo.
Tras Las Benévolas, El Velatorio, último volumen de la colección, solo puede verse como un apéndice calmo, en el que toda la tempestad desatada en Las Benévolas acaba llegando a la orilla como unas olas inabarcables pero, en el fondo, mansas. Todo en El Velatorio es solemne y decididamente grandilocuente; tan arrollador como, no vamos a negarlo, parodiable.
Estos últimos volúmenes, conviene recalcarlo, gozan además de unos artistas mucho más dotados que lo que habíamos visto hasta ahora en Sandman, salvo honrosas excepciones. Jill Thompson se encarga de Vidas Breves y dota a la historia de un aire etéreo, ligero. Es la mejor dibujante posible de Delirio. Las Benévolas queda inmediatamente ligada al inconfundible estilo de Marc Hempel, que se apoya en algunas páginas de colaboradores de la talla de Kevin Nowlan, Charless Vess o Teddy Kristiansen. Michael Zulli y su tétrica majestuosidad son idóneos para ilustrar la pompa de El Velatorio. Y, por último, un talentazo como Jon Jay Muth y el mentado Vess son los encargados de ilustrar los dos últimos números de la colección. No hay duda de que si este nivel se hubiese mantenido de forma general en el apartado gráfico, Sandman habría sido mucho mejor serie. Pero no es este su principal escollo.
Como colofón, esos dos últimos números -dos nuevos relatos independientes-, certifican, por fin, el conflicto interior que vivieron serie y creador. Gaiman trabajó un gran concepto que sedujo a millones de personas, pero siempre quiso demostrar que esta serie era algo más y que él mismo no era un mero guionista de cómics. Esa zancadilla que se ponía a sí mismo es la que hace de Sandman una obra trastabillada, que lo tiene fácil para encandilar gracias a algunos arcos soberbios, pero que pierde el equilibrio de forma aparatosa cuando menos te lo esperas. Lo que queda es una obra que definió el cómic norteamericano “para adultos” en los '90 (las comillas están más que merecidas en esta catalogación) y, como tal, de obligada lectura, que aún conserva los aciertos que la hicieron grande, pero también un puñado de defectos que se hacen más evidentes ahora que el frenesí en torno a ella se ha calmado.
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