Tendencias suicidas

Imagen de Patapalo

Un microrrelato de Patapalo publicado originalmente en la revista Punto Cultural

 

─Otro.

─Es espeluznante ─dijo apartando la mirada.

El adolescente, poco más que un niño, aparecía desencajado, con los miembros pálidos desbaratados sobre el escritorio. Un reguero de sangre cubría el tablero y parte del suelo. Había dejado de gotear. Acuclillado junto a una mano exangüe hubiera parecido que prestaba una atención morbosa al escenario de no haberse tratado de un profesional. Fue al llegar al duodécimo suicida cuando tomó la resolución de no permitir que las apariencias entorpecieran sus investigaciones.

─Todo es culpa de esa maldita ley.

Sin levantar la mirada meneó la cabeza en silencio, discrepando. El número de suicidios ya se había estabilizado cuando se estudió el borrador de ley. Seguían teniendo una frecuencia inquietante, pero no crecían. Dentro de poco tendrían que empezar a disminuir. En realidad, el debate había llegado muy tarde al parlamento. Estaban en la fase final.

Veinte años habían transcurrido ya. Veinte años desde que aquel hombre de aspecto enfermizo apareciese con sus reflexiones sobre la muerte. Veinte años desde que su discurso se tachase de radical e impregnado del romanticismo del Leopardi.

La moral católica ha sido el impedimento histórico que ha desvirtuado nuestra perspectiva ante la muerte. Este caballo de batalla declamaba.

Por supuesto, el Vaticano puso el grito en el cielo, pero en lugar de zanjar aquella terrible cuestión avivó el debate con el fuego de la justa ira. Nadie, en realidad, pensaba que se fuera a llegar a tales extremos.

El activismo, por extraño que pueda resultar en un grupo de suicidas, se desató. Los intelectuales dieron ejemplo rebelándose contra la realidad que los rodeaba y que no conseguían cambiar, abandonando sus cuerpos, sus vidas, para convertirse en ideas y conceptos, en arquetipos. Jamás Occidente había sufrido una conmoción tal.

Pronto se unió la masa, contagiada de aquel nuevo impulso social. Cientos de personas decidían encarar la pobreza, el desánimo, el dolor, ¡el propio porvenir de su estirpe!, a través del suicidio. Ninguna represión podía con criminales de este tipo. La prohibición de los textos del hombre de aspecto enfermizo disparó su consulta. Nadie hablaba de otra cosa. ¿Cómo iban a hacerlo?

Pasó el tiempo y la pobreza disminuyó al igual que el paro. El problema de espacio y de sobrepoblación en las ciudades se controlaba por sí solo. Pero a pesar de que oficialmente la doctrina del hombre enfermizo se había aceptado y que nadie ponía en cuestión su filosofía ni las libertades que de ella derivaban, un vago temor se hizo omnipresente.

Al final acabó materializándose. Los investigadores empezaron a tener problemas para encontrar los motivos que empujaban a la gente al suicidio. Antes existía un móvil, un motivo material o una motivación intelectual. Últimamente parecía haberse instaurado un frívolo sentido estético sobre la muerte. Las propias clasificaciones se realizaban más sobre este criterio que sobre cualquier otro.

─Ha dejado una carta.

El investigador tomó entre los dedos el pliego para no mancharse de sangre.

─Sabes que no debemos leer nada que hayan dejado.

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