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El bosque inadvertido
Un relato de Patapalo sobre bibliotecas secretas
El oficial de las SS dio un paso atrás, dubitativo. Inmediatamente, miró a su alrededor para comprobar que nadie le había visto y se obligó a recuperar la compostura. «Demonios, chico», se dijo, «no te van a fallar ahora los nervios después de todo lo que has vivido. Son solo libros, viejos libros que pronto no serán más que cenizas.»
Aquello no era el frente oriental, ni las campañas de África, ni un campo de concentración de prisioneros. No, solo era una vieja y mohosa biblioteca en una ciudad abandonada en algún rincón olvidado de Polonia. No habría gloria ni desfiles alrededor de la hoguera, pero tampoco dificultades ni contratiempos. Era un paseo, unas merecidas vacaciones tras los servicios prestados.
Y a pesar de ello...
Acarició los lomos de los polvorientos volúmenes dejando que su vista vagase por la estancia, un lobo al acecho en busca de una presa que apenas puede olfatear. ¿Realmente se había movido algo entre aquellas sombras? Deliberadamente, dejó caer un libro al entarimado. El crujido de la madera resonó como un lamento, pero el ruido no levantó ninguna presa.
—Sé que estás ahí —canturreó—. No tiene sentido ocultarse.
Silencio.
La biblioteca seguía sumida en una quietud de cementerio. Entonces, el intruso sintió una caricia leve en su nuca.
—¿¡Qué...!?
Encañonó con su luger las sombras.
Nada.
Una gota de sudor resbalaba por su sien como un mal presagio. Alrededor, todo calma. Apenas un suspiro de aire estancado entre estanterías y páginas amarillentas.
—Vas a arder aquí dentro —escupió, rabioso, al no ver a su enemigo—. De nada te van a valer tus trucos cuando lleguen las llamas purificadoras. No van a quedar ni los cimientos de este estercolero.
En aquella ocasión, el oficial sintió con claridad el roce leñoso que intentaba aferrar sus brazos, el aroma a tierra vieja, seca en su destierro, inundando sus fosas nasales.
Algo se introdujo en su mente, un recuerdo ancestral de grandes florestas, de mantos de musgo, de lechos de hojas muertas que renacen como savia nueva. Sintió el testarudo crecimiento de los miembros nudosos, la áspera presa de las raíces, la existencia plena y salvaje en su propia cúpula de sombras, en los rincones oscuros del bosque.
Y luego el mordisco del acero, las dentelladas de las sierras, las cadenas arrastrando los cuerpos inertes y las trituradoras reduciendo a pulpa los cadáveres... para llegar a un nuevo renacer, como las hojas muertas dan paso a la savia joven. Y sintió el vértigo de ver mil mares, de ser mil voces, de contar mil historias, de flotar más allá de los tiempos y de la lógica, de convertirse en un nuevo ser.
Y en el soplo mudo de la biblioteca, sufrió un nuevo escalofrío.
Trastabilló hacia atrás y chocó aparatosamente con una librería. Esta cayó al suelo y se desparramó en una hecatombe de páginas viejas y cubiertas mutiladas. El oficial se puso en pie de nuevo, rojo de ira.
—Arderás, ¡arderás hasta los cimientos! Serás solo cenizas, tristes cenizas que se llevará el viento. Nadie recordará una de tus líneas, te perderás en la corriente del tiempo. ¡Nada! ¡No serás nada! —Una sonrisa maniaca se dibujó en sus labios—. Nada quedará de ti. ¡Nada!
Silencio.
—¿No vas a decir nada? ¿¡Ya no te quedan trucos en la manga!? ¡Di!
Dejando escapar una leve carcajada, el oficial de las SS salió de la estancia y comenzó a descender las escaleras. Pronto llegarían la gasolina y las llamas.
Sus oídos sordos no captaron el rumor, como de viento agitando el follaje, que le había llegado como respuesta.
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Lástima que terminara tan pronto. ¿Quién no ha escuchado alguna vez el murmullo de las páginas en una biblioteca vacía? No me extrañaría que en la quema de libros, el humo vagara herrante hasta avivar las pesadillas nocturanas de sus asesinos.
Gracias por compartirlo.