Sherlock Holmes y los librojuegos
El famoso detective también se asomó a este género lúdico narrativo
Hace ya un buen puñado de años, recibí para mi cumpleaños un regalo tan especial como inesperado. Era un librojuego, pero no uno como los que estaba habituado a leer, de aquellos de lucha-ficción o de las series roja y negra más básicas de Elige tu propia aventura. Bajo el título algo rimbombante de El honor de la artillería ligera de Yorkshire algo distinto llamaba a mi puerta. Nada menos que Sherlock Holmes, el mismo tipo que protagonizaba, a su manera, una de mis historias de terror preferidas, la del perro de los Baskerville.
Aunque yo me quedé muy sorprendido, resulta evidente (elemental, podríamos decir) que el detective consultor creado por Arthur Conan Doyle era material de primera también para los librojuegos. La propia estructura de sus relatos da para miles de historias que tienen el formato perfecto: relatos largos que se bifurcan en función de las decisiones tomadas y donde la lógica y la deducción tienen que tener un papel clave. Más a tiro era difícil ponerlo.
El quid está, salta a la vista, en encajar el personaje en el formato abierto del librojuego. No es posible que alguien tan perspicaz como Holmes termine metiendo la pata por culpa de un lector no lo bastante avispado, pero, si no dejamos que se implique en la historia, ¿qué sentido tiene darle una colección propia de librojuegos? Con un cameo iríamos más que servidos.
No sé si en la serie completa, que publicó Timun Mas, se solventaría la papeleta siempre de la misma manera, pero en el título de Gerald Lientz que me regalaron la solución presentada era de lo más ingenioso: el protagonista no era el propio Sherlock, sino un apoyo que, a modo de Watson, hacía en cierta medida de comparsa. Así, por nuestra cuenta íbamos investigando y montándonos nuestra trama hasta llegar al desenlace. Ahí, en un estilo más propio de Hercules Poirot que holmesiano, nos sometíamos a una especie de examen con los testigos y sospechosos para ver si habíamos llegado a la buena solución. En caso de haber pasado por alto algún indicio o haber errado en nuestros juicios, las conclusiones eran erróneas... pero por suerte venía Holmes a sacarnos de nuestro error al tiempo que nos sacaba los colores. De esta manera, aunque de alguna manera siempre se ganaba (porque el detective te sacaba las castañas del fuego), había grados de éxito diferentes y todo quedaba muy coherente.
Reconozco que en su momento, El honor de la artillería ligera de Yorkshire no fue de mis librojuegos preferidos. Me tocaron más aquellos que tendían al terror, donde meter la pata suponía la muerte (o algo peor). Por su propio planteamiento, sabías que no corrías peligro real. Sin embargo, con el paso de los años, mi memoria ha vuelto con más frecuencia a este, y ha sido uno de los que he releído con más placer.
Visto en perspectiva, creo que es un buen ejemplo de las cosas que se pueden hacer con ingenio y de cómo el género lúdico narrativo de los librojuegos tiene mucho potencial en las manos adecuadas. La verdad, no me importaría aventurarme en alguna otra aventura holmesiana en este formato.
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