El Rey Sapo hace trampas a las damas
Un breve relato de fantasía circular de la mano de Patapalo.
«¡Inconcebible!», pensó aun antes de que su cabeza dejara de retumbar después del duro aterrizaje. «No puedo creer que esa estúpida bestezuela me haya ganado a las damas. A mí, el Rey Sapo. Es inconcebible.»
La criatura, que por su apariencia todos hubieran pensado que era un trasgo, se quedó mirando todavía unos instantes hacia el techo de la mazmorra, donde se dibujaba el recuadro luminoso de la trampilla por la que había sido arrojada. La ira lo devoraba por dentro. Se había sentido muy ingenioso al instalar ese sistema de trampas en el salón del trono; claro, se sabía invencible. Era inconcebible que una estúpida bestezuela goblinoide pudiera ganarle a las damas. ¡A él! ¡El Rey Sapo!
Mascullando entre dientes mil maldiciones, a cual más retorcida, se echó a caminar a paso vivo. Conocía las entrañas de aquel palacio como la palma de su mano. Todos los corredores, las salas, los pasadizos secretos… todo, absolutamente todo. Aparecería por sorpresa y estrangularía a aquel estúpido trasgo. ¡Ganarle a él! Seguro que había habido algún tipo de truco.
Subió por un oscuro túnel cubierto de musgo. La babosa sustancia le daba el asidero necesario para escalar hasta su objetivo: el Pozo Negro. Aquel era uno de sus calabozos preferidos y, lo que no sabía casi nadie, un acceso directo al salón del trono.
Finalmente, desembocó en la sala circular que constituía la base del Pozo Negro y, en su mismo umbral, se quedó paralizado: lo que veía reflejado en sus aguas no podía ser cierto, era demasiado horrible. ¡Tenía el aspecto de un trasgo! ¡Del trasgo que le había ganado a las damas!
Una risotada a sus espaldas lo sacó de su estupor. Sonaba como unas campanillas, como no podía ser de otra forma, pues provenía de un duende travieso. ¿Le habría encerrado él mismo en el Pozo Negro? Era incapaz de recordarlo. Su cerebro goblinoide no le permitía llegar más allá de la funesta partida de damas.
—No sé de qué te ríes, duende. Nada de esto tiene la más mínima gracia.
—¿De verdad? —replicó el ser mágico enjugándose las lágrimas que le corrían por las mejillas—. Y yo que creía que te había ganado a las damas un trasgo… —concluyó estallando en nuevas carcajadas.
—Lo estrangularé —declaró sombrío—. Así terminará esta horrible bufonada.
—¡Pero eso no tendría ninguna gracia! —se quejó, jovial, el duende—. ¿No te parece que sería hilarante si tú, un trasgo, le ganaras a las damas? Sé lo que piensas: él te ganó antes. ¿Pero a que antes no tenías esta seta mágica? —aventuró sacando de ninguna parte un champiñón de color verde y naranja—. Quien hace trampas a un tramposo… Venga, seguro que te deja mejor sabor de boca que un simple estrangulamiento.
El trasgo frunció el ceño, desconfiado, mientras observaba la seta. Intentaba valorar el ofrecimiento; tenía la impresión de que algo no encajaba, pero no conseguía razonar con claridad. Al final, tomó el regalo y, sin dar las gracias, emprendió la marcha hacia el salón del trono. Las risas del duende a sus espaldas lo inquietaban ligeramente, pero intentaba aferrarse a su razonamiento: si la seta no funcionaba, estrangularía al trasgo y punto.
Llegado al tapiz que daba acceso al salón del trono, se comió la seta zanjando la cuestión. De inmediato, su cerebro se despejó y supo que era el mejor jugador de damas del mundo. Aquel trasgo iba a morder el polvo. Entonces, teatralmente, hizo aparición en el salón para sorpresa de todos los presentes.
En el trono, hinchado y verdoso, el usurpador le esperaba ¡luciendo su propio aspecto! No solo le había hecho trampas a las damas, sino que le había robado su apariencia. Aquello clamaba venganza. Irritado, avanzó a grandes trancos hasta su adversario, quien ya había dispuesto el tablero de las damas en el tablero especial conectado a las trampillas.
Cuando el usurpador lo saludó y lo conminó a sentarse frente a él, tuvo una extraña sensación de déjà-vu a la que intentó no darle importancia. Después de todo, sabía que iba a ganar aquella partida.
—Tú mueves, trasgo —dijo el Rey Sapo.
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