Es increible los sentimientos que despiertan algunos relatos en algunas personas... o lo que sean "algunos"
Cien veces yo
Relato ganador del sexto reto del taller de literatura, de Bestia Insana
En esta ocasión, el reto proponía escribir en primera persona y meterse en la piel de un ególatra. Había que introducir un espejo y una repetición muy evidente de la palabra “yo”. Con todas estas premisas, Bestia Insana y su Cien veces yo se alzó con el triunfo.
Cien veces yo
Este soy yo, y este también soy yo, y este, a mi lado, soy yo también, y este, y este, y el rostro bien parecido que me mira de reojo, y el apuesto joven al final del pasillo, todos yo. Yo, yo, yo, yo y yo.
Tengo la manía de coleccionar espejos. Poseo alrededor de cien. Tengo incluso uno de mano antiguo donde, según me aseguró tomándome por tonto el mercader griego que me lo vendió, se miró el mismísimo Narciso. Pero no sólo eso: las paredes de mi casa, techos incluidos, son de espejo, y estoy pensando poner espejo también en el suelo. Pero es que además en todas las habitaciones tengo instaladas cámaras de vídeo que, atentas al menor de mis movimientos, continuamente me están grabando, en un sistemático espionaje de mí mismo. Puedo pasarme horas enteras viendo las grabaciones en la pantalla mural, mi imagen aumentada hasta el tamaño de un gigante o semidiós. Y es que no me canso de mirarme, siempre encuentro un aspecto nuevo. Y cuando al fin caigo rendido y me duermo, me pongo a soñar conmigo mismo. Recientemente he contratado los servicios de una empresa de clonación, y en cuanto tengan mi réplica lista, pienso casarme con ella. Al fin Narciso se habrá casado con Narciso.
«¿De acuerdo, entonces?» Un hombre grueso en un blanco mono de trabajo gesticula delante de mí sin parar de moverse. Llevo un rato escuchándole, pero el caso es que no entiendo lo que dice, su charla es escandalosamente imprecisa, como si hablara en otro idioma. Y no solo sus palabras se me escapan, tampoco soy capaz de definir sus rasgos, sus rasgos tienen algo curiosamente insustancial, es como tratar de fijar la vista en un retazo de niebla. Así que finalmente acabo por concentrarme en la imagen que, detrás del operario, me devuelve un espejo, descansando la mirada en el dibujo de mi rotunda mandíbula. Pero entonces mi reflejo se mueve, se adelanta y, haciendo a un lado al técnico, me tiende la mano, saludándome. «Buenas, ¿eres… yo?»
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Lo que se dice un análisis exhaustivo, un poco oscuro, eso sí