Ya lo he dicho al principio: leer a Saramago no es fácil. Cuesta. Es uno de esos escritores que o amas u odias.
Reseña de la novela del Premio Nobel José Saramago
Leer al Premio Nobel José Saramago (1922-2010) no es fácil. Tiene un estilo muy peculiar que exige la atención constante del lector: párrafos muy largos dentro de los que encadena una subordinada tras otra, integración de los diálogos dentro de la narración separando el discurso de los personajes con ayuda de las comas y, para colmo, un narrador irónico y metomentodo, que se permite el privilegio de opinar continuamente. Saramago escribe para ser leído en voz alta. Solo así funciona.
Aunque no sea el libro más conocido del autor, me atrevo a decir que El año de la muerte de Ricardo Reis quizá sí que sea el mejor de todos los que escribió.
Antes de destriparlo, es necesario saber quién fue ese Ricardo Reis al que se refiere el título. Para ello, es imprescindible hablar de otro escritor portugués: el poeta Fernando Pessoa (1888-1935).
Como contestó una vez el Diablo a Jesucristo, Fernando Pessoa al ser preguntado por su nombre también debería contestar que se llamaba Legión, porque no era uno, sino muchos.
Cuando escribía, lo hacía como si se intercambiara las máscaras. Inventó así lo que se conoce con el nombre de heterónimos. A diferencia del pseudónimo en el que un autor escribe ocultando su identidad bajo un nombre falso, con el heterónimo se da un paso más allá. Fernando Pessoa utilizó varias identidades (los heterónimos) que no solo escribían de forma muy distinta sino que además tenían una biografía propia, diferente de la de Pessoa, y que se permitían el lujo de escribir críticas y artículos de opinión unos de otros, incluida la obra del propio Pessoa. Si viviera hoy en día, seguro que tendría varias cuentas de facebook que interactuarían entre sí, dejándose comentarios. Los heterónimos más conocidos fueron Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis, el protagonista de la novela.
La novela comienza precisamente con el regreso de Ricardo Reis a Lisboa dos días antes de fin de año, justo después de enterarse, por un telegrama que le envío el también heterónimo Álvaro de Campos, de que Fernando Pessoa había muerto.
Tras instalarse en un hotel Ricardo Reis se dirige al cementerio de Prazeres a visitar la tumba de Pessoa, pero una vez allí, le dicen que no está. Ricardo Reis decide entonces pasear por Lisboa y descubre cuánto ha cambiado desde que se marchó de Portugal. Le llama sobre todo la atención la pobreza, que choca con la propaganda que desde las altas instancias se hace del Estado Novo de Salazar que tanto progreso dicen que ha llevado al país.
Durante todo el libro, Ricardo Reis paseará por una Lisboa en la que casi siempre está lloviendo. Saramago aprovechará para mostrarnos así la saudade, ese sentimiento tan portugués tan portugués que podríamos traducir como melancolía. También, durante todo el libro, Ricardo Reis lee periódicos de la época, consiguiendo así mostrarnos cómo fue aquel convulso año mil novecientos treinta y seis (Salazar, Hitler, Guerra Civil española).
Después de la noche de Año Nuevo (de la que me llamó la atención sobre todo la costumbre de tirar por la ventana todo lo viejo), se encuentra en la habitación de su hotel con Fernando Pessoa. No se trata de un fantasma. Ni tampoco de un aparecido. Se trata simplemente de un muerto. Al igual que los vivos, que tardan nueve meses en nacer, los muertos, según le comenta Pessoa, también tardan nueve meses en desaparecer.
No será el único encuentro que Ricardo Reis va a tener con Pessoa, que solo puede ser visto por quién quiere, no se refleja en los espejos pero, en cambio, sí que proyecta sombra, sino que, durante esos nueve meses de despedida, se encuentran varias veces.
Al principio, Ricardo Reis reside en el hotel Bragança, donde conoce a las que serán sus dos amores. Por un lado, el amor físico, personificado en Lidia, una camarera de hotel. Llama la atención que, precisamente, Ricardo Reis dedicara odas a otra Lidia, la antigüedad clásica. Por otro lado, el amor platónico, personificado en Marcenda, una veinteañera, virgen e hija de un notario que vive en Coimbra y que, durante tres días al mes, va a Lisboa para que un médico le vea su mano inválida.
Después de una visita de la Policía Política de Salazar, Ricardo Reis decide que es mejor, para no resultar tan sospechoso a los ojos de esta, vivir en un piso, en lugar de en el hotel, e intentar trabajar de médico. Al principio, Lidia va a limpiarle la casa una vez por semana y a mantener relaciones sexuales, hasta que se queda embarazada.
Pero a Ricardo Reis la mujer que de verdad le interesa es Marcenda, a la que llega a pedir matrimonio, si bien, Marcenda le contesta que no. Poco después Marcenda deje de ir con su padre a Lisboa para que le vea el médico. Ricardo Reis decide, entonces, ir a Fátima para ver si así la encuentra. El narrador aprovecha así para describir el fervor absurdo de los peregrinos que marchan a Fátima en busca de un milagro.
En la última visita que Pessoa le hace a Ricardo Reis para decirle que ya se va definitivamente, Ricardo Reis decide marchar con él. La pregunta es ¿le queda otra opción? ¿Una vez que Fernando Pessoa ha abandonado el mundo de forma definitiva, podría continuar viviendo Ricardo Reis?
Como dato curioso, añadiré que Ricardo Reis intenta leer, sin conseguir terminarlo nunca, un libro (The god of the laberynth de Herbert Quain, un autor inventado por Borges en su relato Examen de la Obra de Herbert Quain) que finalmente se lleva cuando acompaña a Pessoa hasta su destino.
Ya lo he dicho al principio: leer a Saramago no es fácil. Cuesta. Es uno de esos escritores que o amas u odias.
OcioZero · Condiciones de uso
Pues pinta muy interesante la trama, la verdad, pero yo con la prosa de Saramago (bueno, con la de Ensayo sobre la ceguera, concretamente) no puedo. Tendré que darle una nueva oportunidad.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.