Nosferatu, el mito reescrito
Hace poco vi una de las versiones de Nosferatu que circula por la red, uno de los pecios del naufragio que constituyó la destrucción de la cinta, y creo que bien merece dedicarle unas líneas.
Cuando ya agonizaba el siglo XIX, Bram Stoker escribió la que se convertiría, sin duda, en su obra maestra, y en una de las referencias del género de terror y de la literatura anglosajona: Drácula. Esta historia, inspirada en un relato de Polidori escrito en cierta velada tempestuosa a las orillas de un remoto lago, ha arraigado con tanta fuerza en nuestro imaginario colectivo que a veces es difícil encontrar sus raíces entre mito y realidad. Uno de los eslabones perdidos de la misma es, a mi parecer, Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (Nosferatu, una sinfonía de horror), de Murnau.
Este artista expresionista alemán tomó la obra de Bram Stoker y la reinventó para la gran pantalla en aquellos tiempos en los que el cine todavía era mudo, pero tenía mucho que decir. Corría el año 1922 y, a pesar de que la viuda de Bram Stoker se opuso, la película siguió adelante con un gran derroche de imaginación.
A causa de estos problemas con los derechos de autor, la adaptación -como tal creo que hay que considerarla- incluye numerosas curiosidades. En primer lugar, los nombres de los personajes cambian, aunque sean fácilmente reconocibles (hasta tal punto que, en versiones "restauradas", se han cambiado por los de la novela). El peso de cada uno en la historia no es el mismo, por supuesto, y el estilo epistolar no se ve casi reflejado en los acontecimientos. La acción, además, se traslada a 1838, casi cincuenta años antes que en la novela, y a la Alemania natal Murnau, a una ciudad ficticia, quizás por acercar a los espectadores, quizás por temas de decorados (aunque también se tomaron algunos de Eslovaquia, como el famoso castillo del conde vampiro).
Entre todas estas modificaciones hay una especialmente curiosa, y es la del término "vampiro", que es reconvertido en "nosferatu", una palabra de incierto origen a la que se le ha buscado una raíz rumana, emparentándola con "oscuridad". A día de hoy, es un término casi tan conocido como el original de Stoker (el que usó para referirse a los "stigoi"), aunque ha conservado algunas connotaciones relativas a la apariencia monstruosa del conde.
Éste es quizás el elemento más diferencial de la película respecto al libro: aquí no tenemos a un siniestro aristócrata que intenta infiltrarse en la respetable sociedad londinense, sino a un horrible ser que apenas puede ser visto a plena luz sin causar un escalofrío y que, como se podría haber adivinado por sus rasgos de rata, es heraldo de la plaga. En consecuencia a esta reinterpretación del mito asistimos al nacimiento de uno de los clichés más arraigados en la historia del vampirismo, más canónico incluso que el tema de las cruces, los ajos o el agua corriente, como es la luz del día.
Efectivamente, en la novela de Stoker Drácula puede exponerse a la luz del sol sin mayores complicaciones, pero el nosferatu de Murnau termina siendo destruido por ésta -mediación del sacrificio lleno de pureza de la heroina-. La nueva criatura elaborada para el cine busca refugio en las ruinas, en decorados siniestros y llenos de ponzoña, resaltando el aspecto visual frente a la inquietud del lobo con piel de cordero más eficaz en el formato libro.
De este modo, nos encontramos con la reelaboración estética de un mito para adecuarlo a las exigencias cinematográficas de la época, sin duda satisfechas largamente con este tratamiento expresionista, con curiosos efectos especiales de borrado de imagen y unos encuadres muy meditados para sugerir el horror. Y de esta reelaboración nace un nuevo mito, un nuevo icono que casi conforma una versión distinta de lo que es un vampiro (un personaje de terror que no creo Stoker, ni siquiera Polidori).
Resulta curioso que la viuda del escritor fuera capaz de denunciar una supuesta infracción en esta adaptación cuando hay tantos cambios conceptuales en la misma (aunque haya grandes paralelismos de escenas y ganchos argumentales) cuando la propia novela de su marido no marca tantas diferencias con el relato de Polidori. Sin duda, Stoker tuvo una formidable habilidad para dar forma a su historia, y el formato epistolar de la misma la convierte en una obra de arte, pero no es menos cierto que Murnau también cambio tanto la forma que creó una nueva obra, con sus propios recursos y una ejecución tan acertada que aun a día de hoy sigue funcionando con el espectador.
Una lástima que la cinta quedara a la deriva, como un mensaje en una botella, aunque este propio hecho haya ayudado a cimentar el mito. Por suerte, todos los espectadores podemos disfrutar de ella en la actualidad, aunque no siempre en las mejores condiciones.
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