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Por si no regreso
Un relato de mariansp para la vivisección de Mitos de Cthulhu
Tras sonar el despertador, se levantó de la cama de un salto, siempre inquieta y con prisas, siendo claramente visible su obsesión por la puntualidad.
—¡Jorge, despierta al niño!—Exclamó zarandeando a su marido. Él se incorporó desperezándose, rechistando entre dientes como era habitual. El ritual parecía ser el mismo cada lunes por la mañana, le costaba bastante volver a la rutina semanal después del fin de semana.
—¡Voy nena,voy! —Se calzó las zapatillas y se dirigió bostezando al dormitorio de su hijo.
—Daniel, despierta. ¡Venga, que hay que ir al colegio?— El dormitorio estaba completamente a oscuras, el chico tenia la costumbre de bajar totalmente la persiana, no le gustaba nada que los primeros rayos de sol inundaran su habitación importunando su sueño.
Se dirigió a tientas hasta el ventanal y subió la persiana dejando que la luz invadiera la habitación.
—¡Venga, dormilón! — Pero a sus espaldas no escuchó queja alguna como solía ser habitual cada mañana. Extrañado, se dio media vuelta encontrando el lecho de su hijo vacío.—¿Daniel...?—Le resultó muy raro que hubiese madrugado.
—¡Ana, el niño se ha levantado ya! —Exclamó.
—¿Qué estás diciendo...? —Su esposa no tardó en personarse en el dormitorio secándose la cara con una toalla de lavabo.
—¿No está en el baño? —Le preguntó él.— El chico no está en la cama, debe haberse levantado antes que nosotros.
—Salgo del baño, no ves que todavía me estoy secando la cara con la toalla. Allí no está.
Los dos, extrañados, se dirigieron hacia la cocina, no encontraron a Daniel, ni tampoco signo alguno que delatase que se hubiese preparado el desayuno. Se miraron sorprendidos y no tardaron en recorrer en silencio, cada uno por su cuenta, todo el piso en busca de su hijo.
—¡¡No está, Jorge, el niño no está!!—Exclamó su esposa nerviosa.
—¡No puede ser!
Regresaron de nuevo al dormitorio del chico con la tensión propia de la desconcertante situación que estaban viviendo.
—El uniforme está en el armario, no se ha vestido y la mochila está donde siempre.¡Jorge, por Dios! ¿dónde está el niño?
—¿Cómo quieres que lo sepa? Estoy igual de sorprendido que tu.
—¿Escuchaste algo anoche?
—No. Pero no puede haberse marchado de casa..., él no hace esas cosas.
Corrió hasta la puerta de la entrada del piso para cerciorarse, la llave seguía echada y las llaves colgaban de la cerradura. El niño no podía haber salido y el cerrojo seguir echado por dentro.
—¡¡Daniel!?—Gritó el nombre de su hijo asustado. No hubo respuesta. Volvió a recorrerse toda la casa sin hallarlo.
—¡Jorge?—Exclamó su esposa desde el dormitorio del chico.—¡Ven a ver esto? —Regresó de nuevo a la habitación de su hijo alarmado por el nerviosismo que delataba el tono de voz de su mujer.
Ana estaba sentada en la cama y en sus manos portaba un sobre.
—¿Qué ocurre?
—Esto estaba sobre la almohada—Dijo mostrando el sobre.—Va dirigido a nosotros.
—¿A qué esperas? ¡ábrelo?—Le ordenó angustiado. Ella, con las manos temblorosas, sacó las hojas de papel que el sobre contenía. Estaban grapadas y parecía ser una carta en la cual reconoció perfectamente la caligrafía de su hijo . Daniel tenía once años y era un chico muy aplicado en el colegio, poseía muy buena letra, caracterizada por una débil inclinación a la derecha, fácil de reconocer.
“Queridos mamá y papá, por si no regreso, os dejo esta carta. Como ya os mencioné sin que me hicieseis caso alguno, desde hace meses que vienen aconteciendo cosas extrañas en nuestra casa, seres de otros mundos o entidades de dimensiones que desconocemos, han venido desde el más allá a visitarnos con no muy buenas intenciones. Habéis estado demasiado ocupados con vuestros trabajos y vuestras preocupaciones para daros cuenta de esta realidad que nos viene acechando desde como digo hace ya un tiempo. A todo le habéis querido dar una explicación lógica y he llegado a la conclusión de que estáis ciegos para ver estas cosas y por ello me veo solo ante esta situación. Pero no importa, vosotros no estáis preparados para esto, sois incapaces de ver más allá de vuestras preocupaciones y no os dais cuenta de que hay mayores peligros a nuestro alrededor.
He estado preparándome para enfrentarme a esta situación, he visto muchas películas y leído muchos libros que contienen claves importantes, como la colección de Lovecraft que papá me regaló unas navidades...”
—¡¡Todo esto es por tu culpa Jorge, le dejas leer tonterías y ver películas no recomendadas para su edad !?—Le recriminó Ana interrumpiendo la lectura.
—¡Haz el favor de seguir leyendo y déjate ahora de culpas?
Ella volvió la vista hacia la carta que portaba en sus manos y continuó la lectura.
“...así que no tengo miedo y me siento preparado para enfrentarme a estos seres que nos acechan. Ya os advertí de que esa grieta que hay bajo el fregadero de la cocina, no parecía algo normal. Os hablé de las voces y no me hicisteis caso. Yo los escuchaba cada noche y las voces procedían de allí. Enseguida impusisteis vuestra lógica, (voces de los vecinos) y la grieta (cosas del deterioro propio de cualquier vivienda). Pues bien, finalmente la puerta terminó abriéndose y la grieta resultó ser la entrada que estos seres han utilizado para colarse en nuestro mundo. El edificio está plagado de ellos, lo que me sorprende es que yo sea el único que los vea ,cosa que finalmente me lleva a la conclusión de que yo soy el elegido para enfrentarme a ellos. Se que lo saben y por ello me temen, he leído el miedo en sus miradas cuando me los he encontrado cara a cara y han salido huyendo. Creo que les ha sorprendido que yo pueda verlos. Otras personas pueden percibirlos, pero yo puedo claramente verlos. En realidad vosotros también habéis llegado a sentirlos cerca, pero vuestra propia realidad os ciega, igual que a muchos otros adultos más. Esto es una ventaja que ellos tienen a su favor, los seres humanos en general viven tan abstraídos por sus pretensiones materialistas y egocéntricas, que son incapaces de sospechar que en realidad puedan existir otros seres para los cuales ellos son insignificantes y vulnerables. Para ellos no somos más que una diversión, saben que pueden influir en nuestras vidas sin que podamos sospecharlo y se alimentan de nuestros miedos y sufrimientos, de nuestras tristezas...y si pueden provocarlas mejor que mejor. Los he observado y desde que rondan a sus anchas por el edificio están influyendo de forma negativa en las vidas de los vecinos. Incluso llegué a ver a uno de ellos que parecía estar absorbiendo algún tipo de esencia vital a una vecina que vive en el quinto piso, mientras ella permanecía sumida en una especie de trance esperando el ascensor en su rellano. El ser se alimentó de la mujer sin que esta fuera consciente de ello.
He averiguado cosas, pero son mayores mis dudas.
Papá ,¿recuerdas la katana que compraste en el chino?, mamá se opuso totalmente a que la comprases, pero al final fuimos dos contra uno. Menos mal que no la escuchaste, pues me ha servido de mucho. He estado haciendo guardia muchas noches, no solo en nuestra casa, sino también por el edificio, la katana ha sido mi fiel compañera, con ella en mi mano me sentía más seguro. Sorprendí a uno de ellos en vuestro dormitorio, y en cuanto me vio huyó hacia el fregadero, abrió el armario y saltó a escurrirse por la grieta, pero fui rápido y no sé de donde saqué el valor pero usé contra él la katana y con acierto, su cuerpo cayó por el agujero, pero su cabeza rodó por la cocina como una pelota vieja. Me sorprendí bastante, pues no fue necesaria mucha fuerza por mi parte, estos seres no parecen tener huesos, parecen estar hechos solo de carne fofa y putrefacta. Me asusté mucho al principio, pero finalmente logré reunir el suficiente valor para acercarme a su cabeza, fue una visión aterradora. Por si no creéis en mis palabras, os concedo una pausa en la lectura de esta carta. Podéis ir al congelador, (el grande que se empeñó en comprar mamá y ocupa tanto espacio en el salón), allí encontrareis la cabeza, la metí en una bolsa de carrefour...”
Ana alzó la vista y miró a su esposo, ninguno de los dos medió palabra alguna. Salieron corriendo en la misma dirección, Ana sin soltar la carta de su mano.
Jorge se frenó ante el congelador, su esposa se detuvo a su lado.
—¡Vamos, ábrelo?—Le ordenó.
Nada más abrir el congelador, la bolsa de carrefour se hizo visible destacando ante los demás paquetes envueltos en papel de aluminio y film transparente.
—¿A qué esperas? ¡coge esa bolsa?
Jorge cogió la bolsa. — ¡No te pongas nerviosa y deja de darme ordenes! ¿de verdad esperas encontrar aquí una cabeza?— Era un disparate, pero las manos y la voz le temblaban mientras hablaba. —¡Ábrela, ábrela ya?— Le gritó su mujer histérica.—¡¡No me grites Ana!?— La bolsa se le escurrió de las manos y cayó al suelo, se escuchó un pufff y rodó por el salón. En su corto trayecto acabó dejando al descubierto lo que poseía en su interior, y los dos gritaron aterrados al ver lo que vieron. A Ana le dieron arcadas, aquello era lo más asqueroso que jamás había visto en toda su vida, verdaderamente se trataba de una cabeza decapitada, pero aquel rostro de mirada inerte no se asemejaba para nada a un rostro humano, poseía unas facciones demoníacas, monstruosas, era completamente aterrador. A Jorge la visión no le produjo angustia, sino miedo, un miedo extraño pero no del todo desconocido, un temor que no había vuelto a sentir desde la infancia, y por ello le resultó insólito volverlo a sentir, porque hacia muchísimo tiempo que había dejado de temer a los monstruos que uno teme cuando es niño y de pronto se sintió invadido por un pánico infantil.
Terminó por reaccionar Ana primero, ella fue quien sacó a su marido del estado de shock en el cual estaba sumido .
—¡¡Jorge!! ¿qué hacemos?— Aquella pregunta le pareció estúpida ¿qué hacer cuando uno encuentra la cabeza decapitada de un monstruo en su congelador ? ¿llamar al 112? le dieron ganas de repente de echarse a reír imaginando lo que pensarían al otro lado de la linea, pero finalmente se contuvo.
—Lo importante es averiguar donde está Daniel.—
Ana miró la carta de su hijo, impresionada por los acontecimientos casi había olvidado que seguía teniéndola en su mano.
“Supongo que ahora no podréis imponer vuestra lógica a todo esto...”. Continuó leyendo.
—¡La grieta, Ana!— Exclamó interrumpiéndola su esposo.—¡Daniel...!
Los dos corrieron hacia la cocina y se detuvieron frente al mueble del fregadero.
—¿¿A qué esperas Jorge?? ¡abre las puertas del armario, la grieta está bajo el fregadero.
Experimentó nuevamente el sentirse presa de un miedo infantil irracional, comenzó a percibir como fluía el sudor de cada uno de los poros de su piel, por su frente notó correr las primeras gotas de la esencia de su miedo. Las manos le temblaron mientras abría el mueble que dejaría al descubierto lo que hubiese bajo el fregadero. No se atrevió a mirar allí abajo, pero la expresión de su esposa le delató que lo imposible estaba sucediendo.
—¡Dios mio, Jorge, es cierto?
Cuando finalmente se atrevió a mirar, el semblante de su mujer le pareció de poca sorpresa, pues él se quedó estupefacto al comprobar que la pequeña grieta que había bajo su fregadero se había convertido en la entrada de una sorprendente caverna oscura y tenebrosa.
—¡Daniel ha debido entrar ahí dentro, tenemos que ir a buscarle?
El pánico se apoderó de él por completo y Ana lo leyó en su rostro.
—¿Vas ha dejar que entre yo sola ahí dentro a buscar a nuestro hijo...? ¡siempre pensé que me había casado con un calzonazos, y ahora no me cabe duda de ello?—Exclamó enfurecida.
—¡No voy a consentirte que me hables así! ¡entraré ahí dentro?
—Perdóname, Jorge.— Le rogó Ana mirándole con sinceridad a los ojos. — Estamos ante una situación descabellada y es normal perder el control y decir cosas que uno verdaderamente no quiere decir...
—Es cierto...—No dudó en aceptar sus disculpas.
Ana rebuscó en diferentes cajones de la cocina, localizó con éxito lo que buscaba; una linterna y un gran cuchillo de carnicero, comprobó que la linterna no tuviera las pilas agotadas.
—¡Entremos?—Exclamó.
—No, Ana, yo entraré, tu quédate aquí por si no regreso. Así podrás pedir ayuda.— Sentía un miedo espantoso, hasta le temblaba la voz al hablar, pero no iba a dejar que su esposa entrase allí dentro, alguien debía quedarse fuera. Ella le ofreció la linterna y el desafiante cuchillo de carnicero.
—Ten cuidado Jorge.
La situación pintaba tan irracional que por un momento todo lo que estaba viviendo le pareció una pesadilla de la cual esperaba en cualquier momento despertar, pero el miedo que recorría sus venas lo aferraba a la realidad del momento; aquello no era un mal sueño, el terror que sentía era demasiado real.
—Lo tendré Ana.— En su mente se asentó el pensamiento nefasto de que aquellas iban a ser las ultimas palabras que le dedicase a su esposa.
—¡¡Espera!?—Ana lo agarró de la manga del pijama cuando ya se había decidido a cruzar el umbral de lo desconocido.
—Llévate el móvil.—Ana le ofreció el teléfono y él se lo guardó en el bolsillo del pantalón del pijama, le pareció una estupidez, le vino a la memoria la infinidad de películas de terror que había visto junto a su hijo y como en ellas los móviles nunca tenían cobertura cuando uno más los necesitaba. Volvió a dedicarle a su esposa un ultimo vistazo y se le cruzó por la cabeza el hecho de decirle un “te quiero” a modo de despida, “por si no regreso” y ciertamente no volviesen a verse, pero sin esperarlo, fue ella quien pareció leer sus pensamientos.
—Te quiero, Jorge.
—Y yo...
Dio media vuelta y se adentró en aquel endiablado agujero. Las piernas le temblaban al igual que sus manos, estas hacían bailar la linterna y el cuchillo entre sus dedos, los cuales sujetaban con firmeza los objetos que acababan de convertirse en sus mejores aliados. A pesar de la tembladera no estaba dispuesto a extraviarlos en su desconocido recorrido por la extraña caverna, sobretodo la linterna, porque estaba seguro de que seria incapaz de apuntar con valor el cuchillo de carnicero al corazón de una de esas terribles criaturas. Nunca había sido un hombre de acción, no era más que un administrativo-contable que el mayor riesgo que había corrido en su vida había sido el de no ser despedido por los recortes en su empresa el año pasado, cuando se anunciaron los posibles despidos. Así que si debía de perder algo, se decantaba por el arma, la linterna prefería que no se le escurriera de las manos y se extraviase por alguna cavidad que hiciese imposible el poder recuperarla, sin la luz, el miedo le haría perder la razón y lo llevaría a la locura.
A medida que avanzaba, el suelo que pisaba parecía volverse cada vez más fangoso, perdió una de sus zapatillas de ir por casa nada más emprender su camino, sin duda el calzado que portaba no era el más apropiado, pero no le pareció buena idea regresar para ponerse unos zapatos, quizás el tiempo fuese primordial para su hijo si andaba perdido por aquel extraño lugar. También pensó que si regresaba, tal vez ya no volviese a sentirse con el suficiente valor de volver a entrar en aquel desapacible lugar.
—¡Daniel, soy papá?—Le sobresaltó escuchar su propia voz, allí dentro sonaba desatinada rompiendo el silencio que reinaba, además no sonaba como la voz de un heroico salvador, más bien sonaba como la voz de un hombrecillo muerto de miedo, que andaba metiendo sus narices en la boca del lobo por pura obligación.
Ana dejó de ver el resplandor de la luz de la linterna, su esposo había alcanzado la suficiente profundidad en la gruta como para que ella ya no pudiera percibir de él señal alguna, ni siquiera advertía su voz, hacia ya un rato que había dejado de escucharla. Estaba tan nerviosa que sin ser consciente de ello se estaba mordiendo las uñas, cosa que no hacia desde su adolescencia.
No había vuelto a seguir leyendo la carta de su hijo, la había dejado sobre la encimera preocupada con la idea de encontrar la linterna y el cuchillo como defensa, ahora parecía haberse olvidado totalmente de ella. Solo le preocupaba una cosa; no perder a su familia. Deseaba volver a tener cerca a su esposo, y a su hijo entre sus brazos...
—¡¡Mamá!?—La voz de Daniel la sorprendió a sus espaldas. Una mezcla de emoción e histeria le hicieron dar media vuelta con suma rapidez.
—¡¡Daniel!?—Exclamó sorprendida al encontrarlo frente a sí.—¡Dios mio, hijo mio?—Gritó al ver el aspecto tan desagradable que su hijo poseía.—¿Estás bien?— Sus ropas estaban desgarradas y sucias, salpicadas de un liquido espeso y verdoso que desprendía un hedor inmundo. En una de sus manos portaba con intrepidez la katana con la cual explicaba en su carta haber decapitado a una de las indeseables criaturas.
—Estoy bien ¿dónde está papá?—Preguntó inquieto.
—Ha entrado a buscarte, pensábamos que estabas allí dentro.
—¡¡No!?
—¿Qué ocurre? ¿por qué pones esa cara?
—Entré por otro lugar, en el armario empotrado de mi dormitorio descubrí otra grieta que terminó abriéndose también como esta otra. Seguro que no habéis terminado de leer mi carta y como siempre os precipitáis tomando las decisiones incorrectas...
—¿Pero qué está ocurriendo Daniel? ¡¡esto es una locura!!—Le interrumpió nerviosa.
—¡¡Papá vuelve!?—Gritó Daniel mientras miraba el reloj que portaba en su muñeca.
—¿¿Qué pasa??
—Escasamente quedan menos de dos minutos para que las dos entradas a nuestro mundo vuelvan a cerrarse y transformarse en simples grietas, ocurre cada día, a las ocho en punto de la mañana, y ya no vuelven a abrirse de nuevo hasta pasada la media noche. No quieras que te cuente lo he visto ahí dentro mamá, por eso no quiero ni pensar en que papá termine encerrado allí con esos seres hasta pasada la media noche...
—¡Dios mio?—Ana observó el reloj de la cocina, el tiempo se agotaba. Corrió en busca de su bolso y regresó a la cocina con su teléfono móvil en las manos, en el fondo pensó que sería una tontería llamarlo, pero sabia que se reprocharía después el no haberlo intentado .—Le haré una llamada, lleva el móvil encima.— Le costó un gran esfuerzo localizar el numero en la agenda de contactos, la situación era limite y dominar los nervios casi imposible.
No hubo señal, solo la voz de la operadora informando de que el numero no se encontraba disponible o estaba fuera de cobertura.
—¡Nooooo!
Ante sus ojos la cavidad comenzó empequeñecer y en cuestión de unos segundos no acabó siendo más que una simple grieta.
Sin salir de casa, Ana y su hijo esperaron la llegada de la media noche. Tuvieron el día entero para planear su encuentro con lo insólito, pero para sorpresa de los dos, aquella noche las grietas no dejaron de serlo. Las puertas del inframundo no se abrieron, y lo peor es que jamás volvieron a abrirse...
—Ana por favor, dile a Daniel que se ponga, dile que me explique como salir de aquí, he perdido el cuchillo y la linterna...¡Esto es un infiernoooo!¡Anaaaaa!¡tenéis que ayudarme!¡Anaaaaaa?
—Jorge, tranquilízate por favor, las puertas volverán a abrirse..., podrás regresar cariño, Dani dice que hay que esperar a que las estrellas se alineen, lo ha leído en uno de esos libros que le compraste, verás como finalmente podrás regresar...
—¡Ana, ya vienen, Ana, están aquí, Ana, no me cuelgues por favor, Anaaaaa...!
El teléfono móvil terminó por perder la cobertura nuevamente...
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La mayor pega que le vi al relato es que no era propiamente de los Mitos. Eso no tiene nada de malo, pero queríamos cosas que se ciñeran más a la temática. El abuso de signos de admiración e interrogación tampoco contribuía a darle seriedad.
Luego miro si apunté algo sobre la trama.
Saludos,
Entro
Creo que es un buen relato al que veo la pega ya señalada de enfatizar donde hay poca acción, no soo con las exclamaciones, también un poco al no usar lenguaje más de andar por casa en las situaciones de andar por casa o repetir en el diálogo que sale del baño y por eso se está secando con la toalla. Cosillas así. Por lo demás, un relato inquietante, con una trama bien llevada. Enhorabuena.
Marian, me he permitido corregir un par de cosas que son ya casi de formato: he quitado los puntos detrás del cierre de los signos de exclamación e interrogación -nunca hay que ponerlos- y algún guión de diálogo huérfano al final de frases -no hay que ponerlos si no hay texto detrás-.
Sobre el relato en sí, creo que un buen punto sería que buscases más concisión y fuerza en la narración. Si ya se ve que está ocurriendo algo raro no hace falta que digas que pasa algo insólito. Es mejor que el lector palpe la sensación, no que el autor le indique cuál es esta.
Perdona que comente tan apresurado, pero voy algo pillado de tiempo. Nos leemos.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.