Bronx Kill, ¿novela negra o gótica?
Hablemos de la novela gráfica de Peter Milligan y James Romberger publicada por Panini
En el interesante prólogo con el que Diego Matos abre la edición de Panini Noir de la obra de Peter Milligan y James Romberger, se hace responsable de este género particular que es la novela negra a Edgar Allan Poe. Paradójicamente, y aunque el prologuista ya haya llevado hasta el siglo XIX los orígenes del mismo, al leer Bronx Kill he tenido la impresión de que esto emparentaba con algo bastante anterior: la novela gótica.
Por supuesto, no es algo extensible a todo el género negro, y el terreno de las hibridaciones se muestra siempre tan inestable como el del Bronx Kill del título, pero el pálpito —como de corazón delator— estaba ahí. Si la novela negra en general tiende a dar mucha importancia, por motivos obvios, al retrato de los personajes, de su pasado y de sus relaciones, entre las cuales las familiares suelen tener un peso específico, en Bronx Kill esto se lleva un paso más allá.
El motivo es sencillo: en la trama, que es en el fondo de sota, caballo y rey, hay un elemento laberíntico que es el que le da sentido, una espina vertebral que implica hasta cuatro generaciones de la familia que protagoniza los funestos acontecimientos de la historia. Peter Milligan decide articular esta relación no a través de flashbacks y recuerdos explicativos, sino del espejo distorsionado de la novela que va escribiendo el protagonista, la cual se intercala con la narración propiamente dicha. Esto crea un efecto algo alucinado muy propio de la novela gótica.
No estamos perdidos, en efecto, en un inmenso castillo gótico en ruinas lleno de calabozos y telarañas, sino en los recovecos de una memoria familiar y de la psique de sus personajes: ahí es donde se encuentran las mazmorras y, por supuesto, los esqueletos escondidos en sus respectivos armarios. El conflicto de opereta, con sus golpes de efecto ebrios de exceso y sus apariciones espectrales, e incluso el tono de moralina en el trágico acontecer de la trama, refuerzan esa impresión.
Es más: hay algo en los lápices dislocados de James Romberger que apunta en este sentido. Sus personajes son muy expresivos, enarbolan muecas más que esbozarlas, como en las cubiertas de las novelas góticas en las que se plasman a crispadas damiselas en apuros. El escenario, por el contrario, es contemporáneo en gran medida, con sus policías irlandeses y sus decorados neoyorquinos. El ritmo, también: aunque el efecto laberíntico y angustioso está muy conseguido, el discurrir de la trama no queda enfangado ni se hace penoso o se lastra con los detalles.
El resultado es que Bronx Kill parece una novela negra, y de hecho lo es, qué demonios, aunque bajo lo más evidente lata un corazón decimonónico ávido de folletín y de imposibles maldiciones familiares de las que solo se habla en susurros.
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