Vercoquin y el plancton

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Reseña de la novela de Boris Vian publicada por Impedimenta

Portar la etiqueta de “escritor maldito” puede ser un arma de doble filo, y, en el caso de Boris Vian, dar lugar a equívoco, pues nada tiene que ver con autores como Henry Miller o Charles Bukowsky. Si acaso, compartía con este último el desencanto, y un tono humorístico que no ocultaba el reproche hacia la realidad que les tocó vivir, pero que fue muy distinta en ambos casos.

Bukowsky era más urbano, más decadente, mientras que Vian retrató a la juventud de la alta sociedad. Les unía la mezquindad con que enfocaban sus visiones de esos mundos, emparentándolos sin pretenderlo.

El libro arranca con una surprise party organizada por el Mayor, un personaje recurrente en la obra de Vian. Durante la misma, conocerá a una joven llamada Zizanie, de la que se enamorará perdidamente (¿?). Con la ayuda de su inseparable, y muy particular, amigo Antioche, se fijará como meta el matrimonio con la chica.

Crítica social de la clase alta de la época, en Vercoquin y el plancton Boris Vian ridiculiza y parodia a la juventud de su propia generación (los mozos de los años cuarenta), dibujándola como superficial y carente de aspiraciones o motivaciones. Es por esto que durante todo el libro se desprende la sensación de encontrarte con un precedente claro de la obra de Brett Easton Ellis. Al fin y al cabo, son niños pijos, aunque de diferentes épocas, consentidos en exceso, y rodeados de todos los placeres que el dinero les puede pagar, por lo que buscarán siempre ir un paso más allá.

El estilo del norteamericano es claramente deudor de este peculiar autor francés, cuya vida fue casi tan delirante como su obra.

Y ahí tenemos un buen adjetivo para definir Vercoquin y el plancton. Delirante, irreverente y repleto de diálogos ingeniosos y frases lapidarias que te arrancan la carcajada, a la vez que te dejan una sensación agria; la sensación de que está siendo más objetivo de los nos gustaría creer.

Los personajes, dejando de lado al Mayor, Antioche y Vercoquin, resultan un tanto desdibujados, pero es una característica necesaria para conseguir el efecto de falta de identidad, llegándose a confundir entre sí, haciendo que el lector se pierda entre sus nombres, en un juego deliberado que busca despojarlos de cualquier atisbo de personalidad. Ni la tienen ni la quieren, por esa falta de pretensiones ya mencionada.

De las más absurdas situaciones, de los más surrealistas diálogos, nacen las divagaciones más acertadas de un escritor que en el momento de parir esta obra apenas era un veinteañero. Una pirueta del destino se lo llevaría prematuramente a la tumba, cuando asistía en secreto al estreno de una película basada en su obra más conocida, Escupiré sobre vuestras tumbas.

La editorial Impedimenta, en un gran acierto, edita por primera vez en nuestro país una de las primeras novelas escritas por este extravagante creador multidisciplinar, que incluso aportó su propio prólogo, dejando claro desde el principio qué es lo que el lector se va a encontrar: una parodia de la vida, empezando por la suya propia, que se destapará como reflejo intemporal de generaciones venideras.

 

Darío Vilas

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